martes, 18 de diciembre de 2012

La genia anónima de la fotografía callejera



Hago un experimento: escribo en Google “fotografía” y pincho en la pestaña “imágenes”; ya me entienden: buscar imágenes de “fotografía” a ver qué sale. La primera foto es la de alguien en la calle con dos palomas sobre el brazo izquierdo, parece una foto de los cincuenta, las palomas comen palomitas.
Internet es fugaz, si usted lo intenta de nuevo, su primera fotografía será otra, pero esta con palomas es mi primera foto, la tomó una niñera dicen, una fotógrafa amateur que perdió su archivo de más de 100.000 fotografías que luego un crítico encontró y revalorizó porque las fotos son la hostia, según el crítico, y me lo creo; vuelvo a probar, escribo "fotografía", "buscar imágenes"…

Un buen fotógrafo callejero tiene que poseer muchos talentos: un buen ojo por los detalles, luz y composición. Unos tiempos impecables, una visión populista o humanitaria y una habilidad incansable para hacer fotos, fotos y fotos constantemente y nunca perderse ni un momento. Ya es difícil encontrar estas cualidades en fotógrafos formados con el beneficio del asesoramiento y enseñanza, y una comunidad de artistas y aficionados coetáneos que apoyan y recompensan sus esfuerzos. Es aún más raro encontrarlo en alguien sin una formación formal y sin una red de iguales.Sin embargo, Vivian Maier posee todas estas cosas, una niñera profesional que desde los años 50 hasta los años 90 tomó más de 100.000 fotografías en todo el mundo -desde Francia a Nueva York pasando por Chicago- sin enseñar su trabajo a nadie. Estas fotos son increíbles por la amplitud de su trabajo y la alta calidad de sus imágenes humorísticas, conmovedoras, bellas y crudas que mostraban distintas facetas de la era dorada de la posguerra estadounidense.No fue hasta que el historiador local, John Maloof, compró una caja de negativos de Maier en una casa de subastas de Chicago y empezó a coleccionar y promocionar su increíble trabajo, hace apenas unos años, cuando el trabajo empezó a salir a la luz.Se sabe muy poco de la vida de Vivian Maier. Lo que sí se sabe es que nació en Nueva York en 1926 y trabajó de niñera con una familia en la North Shore de Chicago durante los años 50 y 60. Al no formar su propia familia, los niños que cuidó más tarde acabaron cuidando de ella en su vejez. Tomó cientos de miles de fotografías durante su vida y nunca las compartió con nadie. Maier perdió la propiedad de su arte cuando el contenido de su trastero se vendió por un impago. Murió en 2009 a los 83 años.
http://www.yorokobu.es/la-genio-anonima-de-la-fotografia-callejera/

“Vivian Maier tenía un don” empieza el artículo que anuncia el libro. Hoy en mi pueblo se ha presentado otro libro: “El gran libro de fotos de mi pueblo” donde sale un porrón de fotógrafos. Hasta salgo yo detrás de amateurs y autodidactas con don, aunque yo no tengo un don, para qué engañarnos, nada pintaría al lado de Vivian Maier con su don, pero los historiadores escriben la Historia, con don y sin don, y el libro de fotos de mi pueblo es bien bonito, no me interpreten mal.


miércoles, 5 de diciembre de 2012

Sobre el nivel del mar

Este martes desde la mesa de al lado nos han consultado a qué altura sobre el nivel del mar estamos. A 600 metros, he soltado sin pensarlo. ¡Hala!, qué dices, me ha rectificado un compañero de mesa, estamos a 300 metros. ¿A nivel del mar, de qué mar?, ha preguntado otro comensal. Esa me la sabía: El nivel del mar se mide en Alicante. ¿Por qué se mide en Alicante?, ha vuelto a preguntar el mismo, y el cuarto comensal ha explicado que las mareas son más estables en el Mediterráneo, con una diferencia entre pleamar y bajamar menor que en otros mares. Su aportación nos ha convencido, no parecía desdeñable, pero ahora leo que Wikipedia la corrige, no es exactamente así. De la mesa de al lado ya nadie nos escuchaba. La pregunta la había formulado una pareja constituida por californiano de San Diego y japonesa de Kioto. En el restaurante no había muchas mesas ocupadas, dos a mi espalda, el contable-Arturo-Pessoa no decía nada. Comía con el periódico abierto junto al plato de pochas. Últimamente lleva chupa de cuero-marrón-caca-perro que no nos parece, ni a mis amigos ni a mí, nada Pessoana; no viste traje, y para colmo, cuando hemos salido su botella de vino estaba llena; pero ha saludado, buenas tardes, y ha mirado con ojos abesugados, ojos de espadarte más bien, de una tristeza tan pessoana que me han hecho dudar de nuevo.
Ahora, en casa, repasando el correo encuentro una convocatoria de concurso cuyo tema, “Las mujeres desde un perspectiva personal o global”, no me parece ni bien ni mal. Me parece más largo de contar que de pensar, porque la idea ha pasado como un relámpago: no voy a presentar nada, ya no presento nada a concursos y nada se me ocurre, pero me resisto a echar el mensaje a la papelera: es un concurso a nivel del mar, un concurso en Alicante, la séptima convocatoria, y me extraña la imagen que ilustra las convocatorias año tras año, veo una foto de culo o codo, un soft focus, con caligrafía en latín, de estética blandengue a lo David Hamilton que entiendo literalmente mal enfocada; y seguro que me equivoco, porque ellos saben lo que hacen, ellos viven al nivel del mar, a diferentes alturas se perciben otras cosas; por eso una japonesa de Kioto y un californiano de San diego, pareja internacional donde las haya, viajan preguntando la altura sobre el nivel del mar, para entender nuestros puntos de vista. Yo, de momento, veo desde aquí que el plazo de inscripción se cerró en Alicante, era un email del mes pasado, y deseo suerte a quienes invirtieron su tiempo en presentarse al concurso.


viernes, 30 de noviembre de 2012

El encargo de unas ilustraciones me ha hecho asomarme al siglo XVIII y he visto sus siluetas. Me gustan los dibujos sencillos, siempre me gustaron las siluetas negras y las sombras chinescas, y ando feliz tras mi sombra, ese joven delgado que me acompaña a casa; si alguna vez me acompañase un viejo, no importaría, supondría que ya soy viejo: viejo, viejo muy viejo; y debe de ser bueno llegar a viejo. Creo que a mi sombra le llevo veinte años si no más; la silueta que marcha conmigo –voy pisando sus talones– aparenta veintitantos, es alta y delgada, más alta y delgada que yo, con todo su pelo en la cabeza es mi sombra y mi silueta, mi Zulueta, porque ahora me entero de que “silueta” es epónimo de un Silhouette, un Zulueta afrancesado. Mola.

Silueteado

"La Cenerentola". Rossini.


Jean-Pierre Ponnelle.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Me envía un amigo esta noticia  por mail.

Los noticiarios del domingo se harán eco. Además, ahora me entero de que Fofito se llama en realidad Alfonsito. Siempre se aprende algo, pero los Payasos de la Tele nos dejaron inextricables misterios, frases tan enigmáticas como: “Vamos de paseo en un auto nuevo (y feo) pero no me importa porque llevo torta”. ¿A qué tipo de torta se refieren?, ¿es un pastel o una abolladura en el auto nuevo y feo?, ¿de qué marca era ese coche tan feo.
Por aquella época mi padre se compró un R12-S amarillo. El amarillo del R12-S sólo se puede describir así: Color Amarillo R12-S. Si la empresa de acuarelas Schmincke (o cualquier otra) descubriese un pigmento similar, yo lo compraría sin dudarlo; pero hasta hoy es imposible, la Renault guarda la formula en sobre cerrado; es tan misteriosa y tan propensa a elucubraciones como la de la Coca-Cola y se han oído rumores pesimistas que apuntan a que la formula del Amarillo R12-S se perdió para siempre en un incendio –nunca se aclaró si provocado o no– de la oficina central de la compañía en Boulogne-Billancourt. Al final de la canción Fofó cambia de marchas hasta llegar a la cuarta. El auto nuevo y feo tenía cuatro marchas como el R12-S amarillo de mi padre. Pero el Gordini que tuvo antes también tenía cuatro marchas, muchos coches tenían cuatro marchas. Yo era muy pequeño y me acuerdo más del R12-S porque se resistió al desguace como un jabato y duró una eternidad –hasta lo llegué a conducir–; el Gordini es una sombra en mi memoria, una sombra gris con escudo rojo en el morro y tapicería escocesa. Ninguno de los dos coches me resulta feo. Desconozco el gusto en coches de los Payasos de la Tele, lo cierto es que hoy ha muerto Miliki y la humanidad está muy lejos de descifrar sus misterios.
Misterios de la humanidad.

lunes, 12 de noviembre de 2012

¿Cómo se muerden las uñas los diabólicos?

Incumplí el propósito de iniciar nuevas acuarelas ayer. Me costó poco. Con calma fui rellenado de cuadraditos el pequeño polígono que quedaba en blanco y después, como había dejado los cuatro de las esquinas para el final, fui girando la acuarela hasta terminar con el último cuadradito, el número 3337. En poco más de una hora todo había acabado. Mi última sesión fue de las más breves. El último cuadradito quedaba en la esquina inferior derecha con el papel en posición horizontal. Desconozco su disposición definitiva porque aún hay que decidir la orientación de la acuarela. El cuadradito 3337 podría caer en cualquiera de las cuatro esquinas del dibujo: debajo derecha o arriba izquierda si se cuelga en horizontal y debajo izquierda o arriba derecha si la posición es vertical.
La observé apoyando el codo izquierdo sobre el borde de la mesa; no tengo edad para morderme las uñas lo sé, pero empujar el puño cerrado contra la boca con el dedo pulgar fuera y la uña entre los incisivos superiores e inferiores me calmaba: porque estaba ansioso, ¿qué haría a partir de ahora?

–Siempre puedes repintar los cuadraditos, oscurecer la acuarela a base de veladuras, darle más intensidad, incluso llegar al verde oscuro casi negro –la voz de Fofito Grillo llegaba por mi derecha.

“¿cómo habrá entrado?”, pensé, “hace frío en la calle y estoy encerrado en mi estudio a cal y canto, cerrado por dentro y con la llave en la puerta, la veo desde aquí, nadie puede abrir desde fuera”.
No quise averiguarlo. Seguí contemplando la acuarela.

–Quizá gane intensidad –dije– pero pierde espontaneidad, y las veladuras de acuarela dibujan una línea oscura en el borde que me gusta poco.
–¿Espontaneidad? ¿De qué espontaneidad hablas cuando has tardado meses en pintar un papel de 56 x 76 centímetros?
–Vale, pero cada veladura deja su línea oscura en el borde, si repinto un cuadradito tres veces debo tener mucho cuidado para no dejar tres filas de bordes, grillo listo.
–¡Claro!, si no tienes cuidado, si reconoces que no pintas con cuidado…
–Y el rollo de la acuarela como un cronómetro donde cada cuadradito responde a un espacio de tiempo, como si un reloj de agua hubiese dejado gota a gota una mancha verde discontinua, escalonada, interrumpida; todo ese rollo se pierde.
–Nadie se va a enterar, lo importante es que quede bonita.

Mi ansiedad creció, apreté el dedo entre los dientes y lo hice sangrar. Con el dolor levanté la vista. Fofito Grillo también se mordía las uñas a mi lado, se las comía de esa forma tan irritante y peculiar suya; no alzando el dedo hasta la boca sino bajándolo, con la mano al revés, el codo levantado.
Entonces recordé que hoy lunes se cumple mi límite de fecha para devolver “El Barón Rampante” a la biblioteca general y me calmé; había encontrado algo que hacer.

****

Las citas de hoy:

“Nuestra hermana Battista dejaba traslucir, en cambio, respecto de Cosimo, una especie de envidia, como si, habituada a tener a la familia en vilo con sus rarezas, ahora hubiera encontrado a alguien que la superaba; y seguía mordiéndose las uñas (se las comía no alzando un dedo hasta la boca, sino bajándolo, con la mano vuelta, el codo levantado).”

Italo Calvino 1957, "El Barón Rampante", Capítulo III, Editorial Planeta DeAgostini, S.A.,2003, página 35, traducción de Esther Benítez.


 “Siempre aquel enojoso silencio por respuesta. Había días que se quedaba mirando al vacío, dando horribles chasquidos con la lengua, como si estuviera tomando un vaso de vino y sólo las sensaciones más superficiales y efímeras consiguieran llegar hasta él. Otros días, se quedaba mordiéndose las uñas de esa forma tan irritante y peculiar suya; se las comía no levantando el dedo hasta la boca sino bajándolo, con la mano al revés, el codo levantado.” 
 Enrique Vila-Matas, de "Hijos sin hijos" el relato "Te manda saludos Dante (Salamanca, 1975)". Editorial Anagrama, S.A., 1993, página 169.

Y en plena campaña de vacunación, esta dosis incierta contra el taruguismo:

http://www.enriquevilamatas.com/textos/textmonterrey.html




domingo, 11 de noviembre de 2012

Acuarelista dominguero IV

¡No y no! Es que no quiero ir. Hoy no voy aunque sea domingo. Es que me quedan muy pocos y estoy ralentizando el final, me quedan menos de diez cuadraditos verdes por pintar. Tanto va el cántaro a la fuente y al final… sucedió el desastre. Me acechaba un presentimiento apocalíptico que no quería oír: estás abusando del tiempo y del espacio, los recursos son limitados, esto se acaba; y así fue, ya se terminó, terminé mi acuarela y la desazón me embarga, el desconcierto de perder mi objetivo. Fofito Grillo, que está muy cambiado desde que ha vuelto de viaje, me tranquiliza, me dice que empiece otra, o mejor, que empiece dos y tres a la vez, es lo que debería haber hecho, pintar varias a la vez para no terminar nunca, y si una se termina, empezar dos, como hacen los grandes maestros de la pintura, que no importa si me considero dominguero, hay que ser optimista y jugar bien, jugar al gran maestro con estudio de maestro y varios trabajos en proceso, en estudio valga la redundancia, que por eso llamamos estudio al taller aunque allí no estudiamos nada, y cuando termine una acuarela que me gusta, la repito con ligeras variaciones, el mismo trabajo una y otra vez, que no importa, ocurre en las mejores familias de grandes maestros, empiezan obras que saben exactamente cómo terminar, así que de investigación nada, de estudio nada de nada, pero el gran arte es así, un continuo no parar como borrachos que evitan la resaca desayunando con cerveza y Bloody Mary, una huída hacia delante para esquivar la desazón, dice Fofito Grillo que no calla ni debajo del agua pero me convence, así que iré, no terminaré la acuarela pero empezaré dos más; hoy jugaré al Gran Maestro e intentaré ceñirme a las aburridísimas reglas del juego.

domingo, 28 de octubre de 2012

A penúltima hora

Hoy, como buen artista dominguero también he ido al estudio y, una hora antes de venirme, en el programa Sonideros de Radio 3 han adelantado un disco para mediados de noviembre con grabaciones de la BBC como esta y, claro, me han vuelto a interrumpir la acuarela.



Que el tiempo vuela

Que el tiempo vuela es un tópico y “El tiempo envejece deprisa” un título de Tabucchi.
Ayer estuve con Mitsuo que inauguraba una exposición. La había titulado “Memorias imaginadas”.

–Me gusta el título –le comenté.
–Muy clásico ¿no? –y rió como ríe Mitsuo.
–Me recuerda un título de Tabucchi; lo empecé hace años y lo dejé, este marzo, cuando murió Tabucchi, lo retomé: “Autobiografías inventadas”.
–Sí, tiene algo que ver –respondió Mitsuo.
Creo que no entendía muy bien de qué le hablaba y yo tampoco lo tenía muy claro.
–Espera no, no es “Autobiografías inventadas” sino “Autobiografías ajenas”, pero hay otro título que es “Recuerdos inventados” aunque ya no sé si es de Tabucchi, en cualquier caso es un título bonito como las “Memorias de un amnésico” de Satie, en fin, me estoy liando.

Y cambiamos de tema. Esta mañana he encontrado los “Recuerdos inventados”. Es una antología de cuentos de Vila-Matas. ¿Por qué me sigues Enrique?, le dice Tabucchi a Vila-Matas en un cuento que no sabré decir si está antologizado bajo este título porque no lo leeré otra vez, se lo enviaré el lunes a Mitsuo para que en su casa de Madrid sepa de qué carámbanos le hablaba.
He empezado con el tópico del tiempo. El tiempo no pasa deprisa: el tiempo ya ha pasado. No me explico bien, lo sé, pero no creo que sea cierto que el tiempo pase deprisa: el tiempo envejece deprisa como escribió Tabucchi y algo parecido escribió Jaime Gil de Biedma en su célebre poema. Qué idiota. No se dio cuenta de que envejecía. Porque el tiempo no pasa tan deprisa: no nos enteramos de que pasa, somos lentos o idiotas. Nos enteramos de que pasó cuando pasó; sin embargo, podemos contar unos segundos. “Un, dos, tres, cuatro, cinco”. Ahora hemos compartido cinco segundos: gracias. Hablo en plural porque este curso imparto unas clases de fotografía tres días a la semana. Estoy en crisis económica y debo interrumpir mi acuarela para pagar las pastillas Schmincke, el agua destilada y el alquiler del estudio. Debo interrumpir la acuarela que estoy pintando para impartir una asignatura optativa de bachillerato. Nos encerramos en un laboratorio a contar segundos bajo una luz fluorescente roja. En el laboratorio fotográfico hacemos muchas tiras de prueba: exposiciones del papel cada cinco segundos bajo la luz de la ampliadora. Contamos los segundos para valorar grises; esos segundos no volverán, tampoco importa, las tiras de prueba se exponen en bandas graduadas, el tiempo y la luz dejan su huella en el recorte del papel fotográfico; elegimos la exposición correcta y tiramos a la basura la tira de pruebas. En mi vida fotográfica he tirado la tira de tiras de prueba. Nos deshacemos de los tiempos registrados. Y hacemos bien, supongo. Mis alumnas –la mayoría son chicas– y yo parece que contamos los mismos segundos, pero a mí Gil de Biedma me ha jodido bien y en su poema les llevo dos estrofas de ventaja.

NO VOLVERÉ A SER JOVEN  
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro. 
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

No lo puedo evitar, es mentar a Gil de Biedma y acordarme de Astrud. Presté atención a Gil de Biedma por la 2 de Televisión Española y también por el disco “Todo nos parece una mierda” de Astrud. Yo no tengo libros de Gil de Biedma en casa y no me atrevo a cantar que los poetas españoles son malos; he conocido este poema en un documental de televisión y lo he copiado de otro blog en Internet.


Habrá sido el cambio de hora de esta madrugada, ya estamos a mitad de otoño, hoy hemos retrasado una hora los relojes y esta tarde en que todo se ve más oscuro me ha traído el sombrío poema de Gil de Biedma; me he despistado, no quería ir por ahí, sólo subrayar que el tiempo pasa, deprisa o no es subjetivo, percepciones del cerebro según los científicos. También he encontrado una observación de Heidegger –en Internet, si no he leido a Gil de Biedma menos a Heidegger: tengo muchas asignaturas pendientes–: “el tiempo persiste sólo como una consecuencia de los acontecimientos que ocurren en él”.

En la exposición de Mitsuo encontré a Fofito Grillo. ¡Cuánto tempo!, me dijo. No será tanto, le contesté. ¿Cómo que no?, no nos vemos desde antes del verano. Fofito Grillo tenía buen aspecto y lucía un humor excelente, con un brillo de ojos que no recordaba. Veo que no me has echado de menos, continuó. Pues no, la verdad, respondí secamente. Pues yo a ti sí, mira por donde; y he venido porque Mitsuo me dijo que vendrías, me he presentado sobre todo para verte, porque yo soy tan amigo de Mitsuo como tú y ya estuve con él la semana pasada. No me cuentes ahora lo amigo que tú eres de nadie; ni lo dudo, ni me importa, repliqué. Caray que humos gastas; ¿qué?, ¿no me preguntas dónde he estado todo este tiempo? “Todo este tiempo”, pensé, no me había percatado de que Fofito Grillo desapareció antes del verano, ya estamos en octubre, el tiempo vuela, por eso he empezado estas líneas con esa frase: para evocar una circunstancia desapercibida durante meses, no para deprimirme con Gil de Biedma.




sábado, 20 de octubre de 2012

18-07-1916




149

Ningún problema tiene solución. Ninguno de nosotros desata el nudo gordiano; todos nosotros o desistimos o lo cortamos. Decidimos bruscamente, con el sentimiento, los problemas de la inteligencia, y lo hacemos o por cansancio de pesar, o por timidez de sacar conclusiones, o por el impulso gregario de regresar a los demás y a la vida.
Como nunca podemos conocer todos los datos de una cuestión, nunca podemos resolverla.
Para llegar a la verdad nos faltan datos suficientes, y procesos intelectuales que agoten la interpretación de estos datos.

18-07-1916.

Página 138

Mira que es majo este Fernando Pessoa o Bernardo Soares o Arturo el Contable o quien sea el que en la página 138 de mi ejemplar del “Libro del desasosiego” editado en Seix Barral me explica por qué no encuentro solución a mi problema: sencillamente porque no la hay, ¿cómo la voy a encontrar?, ¿cómo voy a saber si Arturo es Pessoa si me faltan datos? Aunque cada vez encuentre más datos, siempre me faltará alguno. Ahora sospecho que Pessoa ha leído mi problema aquí en este blog; conoce mi incapacidad matemática, mi problema irresoluble, y me ha estado esperando en la página 138 para liberarme de cargas, para exonerarme con estas líneas que escribió un 18 de julio de 1916. No eres tan tonto, me dice, es que no hay solución, o quizás sí, eres muy tonto pero da igual, porque de todas formas el problema no tiene solución; ningún problema tiene solución.
Lo dejó escrito para mí un día señalado de Fiestas y Ferias de San Fermín 1916.



lunes, 1 de octubre de 2012

Metalizado



–¿Qué tal te va?
–Bien.
Es toda mi respuesta, le doy vueltas, no sé, me parece corta y no quiero resultar hosco, hace tiempo que no nos vemos, pero no sé qué añadir y me mira con esa sonrisa congelada que pregunta “bien, ¿y?”; finalmente me decido, rompo el silencio expectante:
–Bien, muy bien.
Ahora creo que me he pasado de optimista.
–¿Y qué estas haciendo?
Silencio. Esta vez la sonrisa estancada está en mi cara, una sonrisa de boca cerrada. Debería preparar una respuesta para estos casos, o varias; si mi interlocutor me cayese mal, sería fácil, pero en este momento no sé que decir, quedaré como un bobo.
–Bien ¿qué quieres?, como siempre, voy al taller, sigo sin saber bien qué hacer, como siempre, ya sabes, ¿eso es bueno, ¿no?
–¿Editaste aquel puzzle para hacer esculturas?
–No, sólo hice dos cajas, no conseguí el dinero para la edición.
Ahora es más fácil, podría explicar los problemas técnicos de la micro fusión, hablar de moldes de acero, de mecanizados en serie, de gastos de producción, pero me callo, no sigo, me aburre hablar, me aparto y miro la puesta de sol desde el malecón: el mar parece plata; y es verde, últimamente me fijo en los verdes, este metalizado se parece mucho al de un Opel Corsa que he visto aparcado esta mañana debajo de casa.

domingo, 23 de septiembre de 2012

El poeta, el contable y el comecocos





A mis amigos Pessoa les cae bien. A mí no es que me caiga mal, es que no creo que sea Pessoa. Nos juntamos un día por semana en una hostería, la mejor casa de comidas de la ciudad: menú casero, bien atendido en la entreplanta de un edificio del casco antiguo. Allí coincidimos con el supuesto Pessoa que se sienta a comer solo; sabemos que es contable, que viene todos los días laborales, que su oficina está a escasos metros del restaurante. En invierno lleva sombrero, paraguas, periódico y maletín. Hasta ahí todo bien, bastante pessoano u heterónimo. Que le falte bigote, unos anteojos y sea más alto, son detalles sin importancia, minucias: esto no es Lisboa y un siglo después lo normal es que la alimentación y la moda hayan evolucionado en la península. Tampoco importa que las dueñas de la hostería, que nos atienden con familiaridad, no le llamen Fernando sino Arturo: a un autentico Pessoa le llaman por muchos nombres. Son otros los detalles que me obligan a contradecir a mis amigos. No es Pessoa, me niego a creerlo, les digo. ¿No veis que en vez de orujo toma gin tonic después de comer? Y suponemos que es funcionario; ni Pessoa ni Bernardo Soares son funcionarios, trabajan para empresas de importación exportación. Arturo dispone de un buen puesto en La Diputación y no siempre come solo, recordad, algún día le acompaña a la mesa el Director del Departamento de Cultura. Y por último y más importante, la prueba irrefutable: nunca se termina el vino del menú. Se deja media botella. Inconcebible.
Mis amigos no me toman en serio. Estoy acostumbrado a su desdén, por eso insisto y ahora dudo; puede ser, la media botella no me parece  tan irrefutable, porque, hasta lo que he leído del “Libro del desasosiego”, me fallan las matemáticas.

“Hoy, como me oprimiese la sensación del cuerpo aquella angustia antigua que a veces rebosa, no he comido bien, ni he bebido lo de siempre, en el restaurante, o casa de comidas, en cuyo entresuelo fundamento la continuidad de mi existencia. Y como al salir yo, el camarero comprobase que la botella de vino había quedado mediada, se volvió hacia mí y dijo: “hasta luego, Sr. Soares, que se mejore”. ”
Fernando Pessoa. “Libro del desasosiego de Bernardo Soares”. Traducción de Ángel Crespo. Seix Barral, decimosegunda edición: julio 1991. Página 103.Capítulo 108.

Analizo los datos:

CONSUMO HABITUAL DE VINO EN LA COMIDA 
ARTURO EL CONTABLE    ½ BOTELLA
BERNARDO SOARES          1 BOTELLA
FERNANDO PESSOA          X BOTELLA

Problema:
Definir la cantidad de vino en unidades de botella que consume Fernando Pessoa durante la comida y cotejar esta cantidad con la que consume Arturo el contable para, en caso de que las cantidades no coincidan, descartar que el contable Arturo sea el poeta Fernando Pessoa y zanjar de una vez por todas la discusión con mis amigos comensales. Si, por el contario, las cantidad de vino consumido coincidese, nuestra discrepancia se mantendría en alto y seguiremos como al principio.

Dispongo de más datos: en el prólogo, el traductor Ángel Crespo cita a Fernando Pessoa que primero dice: “Bernardo Soares es una personalidad literaria”, y luego: “Bernardo es mi semiheterónimo”.

La primera afirmación me conduce a dos alternativas:

Alternativa 1:
Bernardo Soares es una personalidad literaria no ortónima. Una personalidad independiente del escritor. No es Fernando Pessoa, ¿pero queda algo de Fernando Pessoa en este personaje? No lo sé y de momento elimino las infinitas fracciones posibles para deducir:

1 BERNARDO SOARES ≠ 1 FERNANDO PESSOA

A partir de aquí no sé encontrar la solución. Desconozco la cantidad de vino que consume Fernando Pessoa.

Alternativa 2:
Bernardo es una personalidad literaria ortónonima y autobiográfica. Bernardo Soares es Fernando Pessoa. Pero un escritor puede volcar toda su personalidad en el personaje o sólo una parte. ¿Cuánto de Fernando Pessoa abarca Bernardo Soares? No lo sé, es otro enigma a resolver. Simplifico las opciones eliminando fracciones y así:

1 BERNARDO SOARES = 1 FERNANDO PESSOA

Con esta alternativa obtengo mi primera solución. Si Bernardo Soares y Fernando Pessoa son la misma persona que consume una botella de vino durante el almuerzo, Arturo el contable, que sólo toma media botella, no puede ser, de ninguna  manera, Fernando Pessoa.

ARTURO EL CONTABLE ≠ FERNANDO PESSOA

Demasiado Fácil. No conviene fiarse de que un escritor refleje fielmente toda su personalidad en el personaje autobiográfico. Como he apuntado antes, por muy sincero que sea, un escritor se fracciona y suma invenciones, olvidos o percepciones subjetivas a su personaje.

La otra afirmación: “Bernardo Soares es mi semiheterónimo”, me permite centrarme en un quebrado: La mitad, sugerida por el prefijo “semi”.
Bernardo Soares es mitad Pessoa y mitad heterónimo, según interpreta el traductor y prologuista Ángel Crespo en esta frase de Pessoa. Daré la interpretación por válida. Me fío del erudito aunque no puedo evitar el acecho de otra posibilidad: que Bernardo Soares sea mitad heterónimo y mitad cualquier ficción que no trate de Pessoa. Entonces debería definir qué es un heterónimo y distinguirlo de otro tipo de ficciones. Y un heterónimo es un pseudónimo que vive independiente del escritor. La cosa se complica. Por eso confío en Ángel Crespo que ha leído el “Libro del desasosiego de Bernardo Soares” y a los demás heterónimos de la creación literaria de Pessoa. Conoce la biografía de Fernando Pessoa y la diferencia de sus heterónimos.
La interpretación de Ángel Crespo y la mayoría de Pessoanos conduce a esta formula:

BERNARDO SOARES = ½ FERNANDO PESSOA + 1HETERÓNIMO

Por otro lado:

FERNADO PESSOA = ½ FERNANDO PESSOA + ½ FERNANDO PESSOA = F1 + F2

Donde “F1” es el subconjunto de características que definen a Fernando Pessoa entre las que se incluye la costumbre de beber una botella completa de vino en las comidas y “F2” el subconjunto de características que definen a Fernando Pessoa que no incluye esta costumbre de beber una botella completa de vino en las comidas.
De ahí que si:

BERNARDO SOARES = F1 + HETERÓNIMO

el vino que consume Arturo no corresponderá con el vino consumido en “F1”, luego Arturo no es Fernando Pessoa.

Pero si:

BERNARDO SOARES = F2 + HETERÓNIMO

cabe alguna posibilidad de que la cantidad de vino consumida por Bernardo Soares no refleje la cantidad que consume Fernando Pessoa, y por tanto no puedo descartar que Arturo el contable y Fernando Pessoa sean la misma persona.
¿Y por qué digo que cabe alguna posibilidad de que el vino que consume Bernardo Soares no coincida con el que consume Fernando Pessoa, en vez de afirmar rotundamente que no coincide en absoluto ya que el término “F2” no contempla el vino que toma Pessoa? Lo digo porque un heterónimo puede componerse de distintas maneras. Un heterónimo puede a su vez contener fracciones de la personalidad del autor junto a otras características independientes o ficticias.

HETERÓNIMO = CARACTERÍSTICAS AUTOBIOGRÁFICAS DEL POETA + CARACTERÍSTICAS INDEPENDIENTES Y LITERARIAS

Es decir, que en la mitad “heterónimo” que compone la totalidad de Bernardo Soares pueden colarse características de la personalidad de Fernando Pessoa, entre las que no debo olvidar el consumo de vino en las comidas. Y de esta manera formular:

BERNARDO SOARES = F2 + HETERÓNIMO = F2 + (ELEMENTOS DE LA PERSONALIDAD DEL POETA ENTRE LOS QUE SE INCLUYE EL CONSUMO DE VINO EN LA COMIDA + OTROS ELEMENTOS DE PERSONALIDAD INDEPENDIENTES A FERNANDO PESSOA) = F2 +(  HP  + RESTO DE HETERÓNIMO) = F2 +( HP + HS)

Porque:

SECCIÓN HETERÓNIMO DE BERNARDO SOARES = HP + HS

Donde “HP” es un subconjunto de “heterónimo” que contiene elementos de la personalidad del poeta Pessoa, y “HS” el subconjunto de “heterónimo” con las características propias de Bernardo Soares.  Debo anotar que, a diferencia de “F1” y “F2”, “HP” y “HS” no tienen por qué ser mitades iguales.


Casi todas las bifurcaciones que encuentro en mis operaciones me llevan a descartar que Arturo el contable sea Fernando Pessoa, si embargo, la fórmula:

BERNARDO SOARES =  F2 + HETERÓNIMO

contiene la opción beber 1 botella de vino en las comidas dentro de “heterónimo” (o de “HS”), mientras la mitad referida a Pessoa o “F2” ignora esta caraterística y no me permite descartar que Arturo el contable sea Fernando Pessoa. Me deja en un callejón sin salida.

Si han llegado hasta aquí, se habrán dado cuenta de que las matemáticas no me fallan: soy yo quien falla a las matemáticas. Me pasé al bachillerato de letras para huir de ellas, no supe apreciarlas en su medida y ahora las necesito. ¡Necesito tantas cosas que nunca conseguiré! Por ejemplo, nunca aprenderé matemáticas, me resigno al vacío de lo no empezado, al tiempo en que no me ocupé del álgebra ni de encontrar soluciones a ecuaciones de diferentes grados que ahora me permitirían distinguir entre variables, constantes, coeficientes y términos independientes de la función. Vale, de acuerdo, soy incapaz de distribuir media botella, una botella, un poeta, un heterónimo y un contable en la ecuación; pero por favor que no me jodan, este tío no es Pessoa.

domingo, 26 de agosto de 2012

Interior

Interior: leo tumbado en la cama, algo corre junto a ventana, levanto la vista. ¿Un moscón en la pared? No. Se mueve como una araña: acelera, frena y cambia de dirección. Me acerco, no es una araña, es una arañita marrón –tierra sombra natural, con el dibujo de un paréntesis cerrado ocre amarillo en el abdomen. ¿Preciosa arañita, cómo has llegado hasta aquí? La ventana está abierta pero es un tercer piso. ¿Sabes qué hago cuando veo arañas o arañitas?: aplastarlas. Tengo el “Libro del desasosiego” de Pessoa en la mano. Puedo darte con él, aplastarte con el lomo, de un lomazo, o mejor dicho, de un librazo: un librazo del desasosiego o un desasosiegazo. Veo que correteas alrededor del marco de ventana sin encontrar la salida. Te noto azorada. Saco un pañuelo de la cómoda y te estrujo entre mis dedos resguardados por la tela. Te desmenuzas. No me he manchado. Entiéndeme, es una habitación con moqueta: buen lugar para anidar; no quiero soñar con ejércitos de arañitas con paréntesis debajo de mi cama. Ahora rociaré todas esquinas con insecticida Bloom Cruz Verde por si las moscas –o arañitas.

Antes de la interrupción, era la tercera vez que empezaba el “Libro del desasosiego”. En su día anoté la fecha y el lugar de compra en la primera página. 29 de julio de 1992, Pamplona. No quité una pequeña pegatina ovalada distintivo de la librería: “Xalem”. Recuerdo el primer intento: aquel verano de 1992 empecé a leerlo en la piscina por las mañanas. Me costaba seguir el hilo. Demasiadas interrupciones. La piscina es un club deportivo en el que me inscribió mi padre desde niño. En agosto los mayores trabajan hasta mediodía y los niños que han suspendido reciben clases de recuperación, otros disfrutan en la playa a kilómetros de distancia. Por la mañana puede despistarme algún bikini tomando el sol y la piel bronceada que no cubre el bikini. Demasiadas interrupciones no significa muchas interrupciones. Lo mejor de un club poco frecuentado es su tranquilidad; lo peor, el escaso entretenimiento. Según se mire –o se quiera mirar, que todos miramos– se interpretará de distinta manera. Para leer “Libro del desasosiego” tumbado sobre el césped es preferible poco entretenimiento. Si una arañita con paréntesis ocres me hace levantar la vista, ¿cómo voy a concentrarme en la lectura rodeado de caderas y demás contornos?
Han pasado 20 años. Recuerdo las interrupciones y las echo de menos. Conmigo y mi ejemplar de “Libro del desasosiego” había en el recinto bañistas de mi edad y otras más jóvenes, también mamás primerizas con el bebé, alguna tía con sobrinito, cuidadoras contratadas a cargo de dos o tres hermanitos; el resto, y en mayor número, jubilados y jubiladas. Era imposible no escuchar los intercambios de menúes entre jubiladas o esposas de los jubilados; porque ellas no estaban jubiladas: seguían al pié del cañón y dejaban la comida hecha antes de venirse a tomar un baño para que la hija, el yerno, los nietos y el marido encontrasen todo a punto.

–Pues yo hoy les he puesto un bacalao con pimientos, buenísimo.
–¿Cómo lo compras, fresco o salado de toda la vida?
–Pues chica, a mi yerno, que es muy raro, no le gusta el seco y mi hija le pone siempre del fresco; así que ahora se lo compro en la pescadería del Eroski y sale estupendo, les encanta.
–Pues yo tengo preparadas unas pechugas con ensalada y va que chuta. Las he dejado ya rebozas, así cuando llegue las frío en un periquete. Hija, con estos calores no apetece cocinar ni mucho ni poco.
–¡Di que sí!, ¿para qué comer tanto?, nosotros con el bacalao tenemos bastante; eso sí, también pondré un tomate del pueblo cortadico en rodajas con aceite, vinagre y ajos, sin más, que es como les gusta, ¡si vieras qué tomates nos han salido en la huerta!, ¡mañana te traigo unos para que los pruebes!
En este punto, el desasosiego de Pessoa, o el de su “semiheterónimo” Bernardo Soares, o el de quien quiera que estuviese desasosegado, quedaba eclipsado por el ruido de mis tripas y el trajín de jugos gástricos.

Ahora debería aclarar que estás interrupciones no son las que, como he expresado arriba, hecho de menos; estas podría revivirlas llegando por la mañana con el viejo volumen de “Libro del desasosiego” y apostándome en el lugar propicio para ser interrumpido. Hecho de menos las irrecuperables. Había señores que completaban un ancho a estilo braza marinera, salían del agua y se acercaban por separado –juntos no,cada uno había establecido su hora de baño particular– a preguntarme por el arte, por la pintura o, más concretamente, por la escultura; esta precisión dependía de las conversaciones que hubieran mantenido con mi padre, de su amistad con él: ¿Hasta cuándo te quedas?, ¿cuándo vuelves a París?, ¡qué bien se vive a tu edad!, ¿qué tal marcha la moto?, yo tuve una Sanglas, ¿sabes?, me la compré después de mi primer ascenso, antes tenía una vespa. Me hablaban de pie, con el calzón de baño chorreando; yo dejaba el “Libro del desasosiego” sobre el césped junto a la toalla, apartado para que no le salpicara el agua, me levantaba para saludarles, por supuesto, y en alguno observaba una línea de vigotillo Errol Flynn, recta y canosa sobre la sonrisa en la que podía brillar el engarce metálico de un puente dental, o un premolar de oro. He visto en Imágenes de Google que Pessoa lucía un bigotito triangular más antiguo todavía; en pocas fotos sonríe, en ninguna enseña dentadura.
Mi padre, que también nadaba a su hora, era más cuidadoso al interrumpir mi lectura: ¿Qué haces?; ya ves, leo a la sombra; el agua está muy buena, ¿no te bañas?; ya me he bañado; ¿vendrás a comer a casa?; sí, antes me daré otro baño; yo me marcho ya; ¿tan pronto?, si acabas de llegar; daré una vuelta hasta que me seque y vale; ¿por qué no traes una toalla?; ¿para qué?, me seco al aire; pero te vas quemar, mira que este sol no es como el de antes; qué va, ¡qué me voy a quemar!; tampoco traes chancletas, puedes coger hongos; ¡anda ya!, hongos, ¿qué hongos?, si todo está lleno de cloro; como quieras; entonces, ¿cuándo vendrás a comer?; luego.
Y, más blanco aún que yo, mi padre se paseaba al sol sin quemarse, saludaba a otros socios hasta que se secaba; con una sonrisa impecable, sin metales ni empastes de ningún tipo en esa dentadura sana como la que he heredado; su simpatía no, su simpatía natural se quedo en su genética. Yo nunca le vi con bigote.

Los amigos de mi padre llevaban el traje de baño en una bolsita, con un peine y nada más; iban a la piscina sin toalla ni chancletas; nadaban al estilo que aprendieron en el río o en el mar de su pueblo, sin cursillos de natación; y se secaban al aire. Hecho de menos sus interrupciones. No las puedo recuperar porque mi padre y sus amigos no van a la piscina, los borraron, ya no son socios; es lo que pasa cuando te mueres, está escrito en la normativa interna del club y hay que acatarla.


domingo, 12 de agosto de 2012

Acuarelista dominguero III

No he ido a nadar ni a pintar cuadraditos. He pasado toda la mañana con un troyano. Me lo advirtieron hace meses. Un policía desenmascaraba al “virus de la policía” en las noticias de La 1: Un timo, oigan, ni se les ocurra pagar. Por eso no ha cundido el pánico.
La culpa ha sido del Facebook. Un artista amigo, y  “amigo” de Facebook, recomendaba unos vídeos chorras en  “el muro”. He pinchado en uno: Ver vídeo divertido. ¡Toma ya, la página de la pasma!, por fin me ha salido. No ha cundido el pánico, repito. Y miento, sí, cundió un poquito de pánico. Móvil en mano, llamo a mi cuñado informático. No me coge, quizá sea pronto todavía, las 11 y media de un domingo. A ver cómo era esto. ControlAlt+Sup…. Nada, ni se inmuta. Ay, ay, ay. Apago a la tremenda mediante el interruptor de la CPU y enciendo pulsando F8. Tampoco. Repito con ejercicios pianísticos sobre las teclas F8 y Enter y me cago en el Facebook.  Lo miro poco, algún sábado o domingo; no me gusta su interfaz, no es nada personal, pero es que lo cambian cada dos por tres. Lo mejoran, dicen. ¿Por qué no se estarán quietecitos? Me llegan mensajes al buzón de correo: “Facebook, tienes 4 amigos que cumplen años esta semana”. ¿Pero quién cumple años esta semana? Busco la pestaña de eventos y no la encuentro. ¿Donde están los eventos? Ya me los han cambiado de sitio. Me cago en el Facebook, otra vez.

Es que lo usas poco, me dice un amigo DAF (de antes de Facebook), ya te acostumbrarás. Y menos que pienso usarlo porque lo tengo petao de “amigos” desconocidos, le respondo. Eso es por pulsar sin restricciones la tecla “aceptar amistad”, replica.
¿Cómo voy a rechazar una solicitud amistad, con lo cara que está la amistad en este mundo? Yo me negaba a sospechar que un mundo internauta y solidario podía resultarme tan pelma. ¿Y quién demonios es compartearteweb que me envía columnas y columnas de mamarrachadas y me tengo que arrastrar varias páginas abajo hasta encontrar el enlace de algún conocido que antes me ha recriminado por no leer nada de lo que publica en el muro? Si no lo leo es porque no lo encuentro, porque los sábados y domingos se me llena todo de arte interesantísimo que me importa un bledo, y, cuando me topo con una cara conocida, va esta y llama a la poli. Una poli falsa, dicen. No sé yo.

A ver, que lo intente de nuevo. Apagar con el interruptor de la CPU. Encender. Pulsar F8 y más ejercicios pianísticos tecleando F8 y Enter. Funciona. Algo sale. ¿Encender en modo experto? ¡Menudo experto! Venga ¿Qué pasa? ¡La pantalla negra no! Pavor. ¿Recuperar sesión anterior? Sí, dale, dale. ¿Cómo que no se puede recuperar la sesión? ¡Mierda!, se reinicia y reaparece la llamada policial; hemos topado con un troyano resistente. Respiro hondo, apago a la tremenda. Ojalá no se funda la placa base, o la placa madre o la madre que la parió. Enciendo otra vez. F8 y Enter al tuntún. Elijo abrir en modo experto, sí, sí, experto. Sale el mensaje con dos pestañas. No me acuerdo cual he pulsado antes. Pito, pito, gorgorito, y aparece mi escritorio de Windows pero en fondo negro. Por fin puedo hacer algo. Paso el antivirus y parece que no detecta al bicho. Luego busco en interné: “soluciones al virus de la policía”. Sigo las recomendaciones y a la tercera intentona todo vuelve su ser, sano y salvo. Estoy agotado. Además se ha nublado el día; no iré a la piscina pero me da tiempo a ver por la tele el final de la maratón olímpica masculina.

No puede ser. Resulta que un tal Kiprotich va primero y tercero a la vez; y corre con la camiseta de Uganda, de marca Puma, y también con la de Kenia, de marca Nike. Calma, ten paciencia. Pronto obtendrás una explicación.

domingo, 5 de agosto de 2012

Acuarelista dominguero II

Me he cronometrado. Por supuesto que llego a pintar 10 cuadraditos a la hora. ¡Y muchos más, cómo no! Me gusta ir al estudio con un propósito cercado aunque esto me resta incertidumbre y, posiblemente, creatividad.
Hoy he leído un artículo sobre los efectos relajantes de la música por una liberación de endorfinas que se produce en el espectador cuando se anticipa a una nota de la partitura. El artículo se refería a la música con melodía; no decía nada de la liberación de endorfinas escuchando música atonal, ni dodecafónica. Entre líneas he entendido que pinto cuadraditos verdes con variaciones cromáticas y tonales en sucesiones más o menos armónicas. Improviso y, cuando el efecto del color es el esperado, mi cerebro libera endorfinas. No sé cual es el efecto esperado, mi deseo pulula en un orbe abstracto sugerido por los cuadraditos contiguos. No es pintura dodecafónica, ni atonal, ni mucho menos contemporánea. Nada novedosa: mi incertidumbre es de baja intensidad; pero una incertidumbre acotada en un papel también es incertidumbre. Siempre envidié la incertidumbre de los pintores. Incertidumbre en el meollo del trabajo, sin rodeos y al grano. O, por lo menos, yo creía que sabían por dónde buscar su incertidumbre: en el cuadro, delante de las narices o debajo si hacían dripings. Nunca entiendo a los pintores cuando hablan de su pintura o la de otros, así que, seguramente, mis amigos pintores rebatirán esta opinión sobre la incertidumbre. Dirán que la suya más extensa, mucho más, y que me pasa como a todos: que veo mayores mis problemas que los ajenos.
Alguien propondrá que también hay pintores certeros, sin incertidumbres. Puede ser. Yo con esos no hablo.

domingo, 29 de julio de 2012

Acuarelista dominguero

Esta luz de la 9 de la mañana de julio es impagable. Apetece salir, más que escribir en este espacio. Iré a la piscina. Hoy domingo, las familias se van de excursión y habrá poca gente. O quizás prefiera pintar a la acuarela. Mi estudio es un lugar fresco. El viernes compré un bote de spray, ambientador Ambi Pur-Brisa Marina: absorbe olores y no los camufla. Todo un acierto. Esta mañana podría pintar acuarelas inodoras de puros y finísimos pigmentos. Otros domingos he debido dedicarme a tareas menos sutiles como lijar, barrer o hacer bricolaje. Porque los vecinos se levantaban tarde, tomaban café, leían sus periódicos y se demoraban en los sanitarios. Toda la mañana las cisternas arrastraban su contenido por la tubería que baja pegada a uno de los pilares del edificio y que desemboca bajo la tapa estanca de una arqueta en el suelo de mi estudio. Los olores, aunque de baja intensidad, me desconcentraban. La arqueta es estanca, pero la tubería no: es vieja y con tramos de uralita. El spray absorbe olores funcionó muy bien el viernes; seria conveniente probar su eficacia cualquier ajetreada mañana de domingo.

miércoles, 4 de julio de 2012

Moi aussi, moi non plus



C’qui prouve qu’en protestant
Quand il est encore temps
On peut finir par obtenir des ménagements!
Que protestando a tiempo aún se puede conseguir algún miramiento, dice al fin.

sábado, 30 de junio de 2012

Duelistas





Buscaba un papel blanco en la planera y encontré estos viejos violinistas-esgrimistas de 1989 o 1990 garabateados en la esquina de un pliego arrugado. Una semana más tarde vi la película de Ridley Scott en la filmoteca. Ahora son duelistas. Es más propio. Todavía no he leído el cuento de Conrad.

viernes, 29 de junio de 2012

Cuadraditos


Ahora pinto cuadraditos verdes. Es un acto acompasado, rítmico; no tanto como respirar, pero el tiempo cuenta. Pintura a la acuarela sobre papel de 50 x 70 cm. Cuadraditos de 7 mm de lado, medida aproximada; unos salen más pequeños y otros más grandes: esta irregularidad obliga a algunos a estirarse o estrecharse, a no ser cuadrados para encajarse en la matriz. Es bastante laborioso, no llego a pintar 100 al día; no sé, creo que tampoco consigo ni 10 cuadraditos a la hora. La matriz es de 47 x 71 cuadraditos que puedo llamar muestras. Muestras de color verde. Si todo va bien, al final saldrán 3337 muestras, cuadraditos o patrones. Una majadería, lo sé, aunque no es arte outsider todavía, no es pintura compulsiva: yo me concentro, comparo los colores que obtengo en la paleta y los pruebo sobre otro papel antes de colocarlo en la matriz que no está previamente trazada: la matriz se crea conforme añado cuadraditos. Hasta ahora sólo he completado tres de los cuatro lados exteriores, dos filas y una columna de la matriz rectangular, y he dejado espacios sin pintar, en blanco, formando un damero que colorearé más adelante pero que me permite contar el número total de espacios. No es el modo más creativo de ocupar mi tiempo, pero ocupo mi tiempo, lo cuento y cobro conciencia de él.
Llevo años afirmando que soy artista pero no termino nada. Como un charlatán. Ya hay bastante charlatanería hoy. Se dan cursillos, se habla de una crisis y nos enseñan a superarla. Pero los charlatanes no entran en crisis; enseñan la teoría de algo que nunca prueban, lo que saben es quejarse o alentar a no quejarse según el programa del cursillo. Sí, es tiempo de charlatanes. Yo no quiero ser charlatán: pinto cuadraditos uno a uno. Voy al estudio, ahora sé que hacer, ocupo mi tiempo, lo cuento y pierdo la cuenta porque me entretengo buscando el matiz adecuado. Todavía no he logrado calcular cuánto me costará terminar esta acuarela si todo sale bien, si no derramo agua sucia de limpiar el pincel sobre el papel sin pintar, si una gotera del techo no me la arruina antes –porque en mi estudio aparecen goteras traicioneras– o si me equivoco y no consigo encajar las 47 columnas con las 741filas de la matriz –lo que sería un mal menor–.
Hay quienes roban mi tiempo de pintar cuadraditos. Y les odio. Hoy ha llegado un operario de la mancomunidad de aguas a cambiar el contador. Venían llamando una semana, quedamos para ayer, ayer llamaron, no podían venir, hemos quedado hoy a las 11 de la mañana, a las 10 me telefonea el operario, le será imposible llegar a las 11 y quiere quedar a la 13, 30, por su interrupción he perdido un tiempo valioso, en vez de hablar con él, podría haber terminado un cuadradito o al menos haber obtenido la mezcla del color apropiado. Cuando por fin ha llegado, el individuo no ha encontrado una llave para cortar el agua e instalar el nuevo contador, no le gusta la antigua llave general y en forma de flor que ve en una columna del estudio y exige que un fontanero instale otra llave de paso delante del contador. Él volverá cuando todo esté en orden, como un señor, y colocará el nuevo contador. Le explico que es un local alquilado y llamo al dueño al que pregunto por otra llave de paso, dice que no hay otra, claro, ya lo sabía; le explico la reclamación del individuo de la mancomunidad de aguas y se hace le sueco, me dice que se va de viaje, que ya hablaremos, que han cambiado el contador otras veces y nunca han dado problemas, que este operario debe de ser un zarpas y que no me preocupe. Cuelgo y me preocupo, ¡vaya si me preocupo!; entre los dos imbéciles me han hecho perder el tiempo de seis cuadraditos por lo menos.

Ni la ilustración es de la acuarela referida ni ese soy yo, no se confundan. Esta acuarela es otra más pequeña y el vaciado en escayola de mi congénere es cortesía de Ana G., que obtuvo varias copias y me regaló una en 2003.

sábado, 23 de junio de 2012


–¡No puede ser –exclamé. ¡¿Así que este maravilloso poema no es más que una funda en cuyo interior pululan unas cerdas, olés y ayes?! ¡¿Y si usted pone en su máquina los más notables monumentos de literatura, las más elevadas obras del genio humano, poemas inmortales, sagas, obtendrá balbuceos inarticulados?!
–Es que son balbuceos –contestó fríamente el capitán–. Unos balbuceos de diversión. El arte, la literatura, ¿sabe usted para qué sirven? Para desviar la atención.
–¿De qué?
–¿No lo sabe?
–No…
–Muy mal. Debería saberlo. En este caso, ¿qué hace usted aquí?
No contesté. Con la cara rígida, tensa como la piel de un tambor, dijo en voz baja:
–Un cifrado traducido sigue siendo cifrado. El ojo de un profesional lo despoja de un camuflaje tras otro. Es inagotable. No tiene límites ni fondo. Se puede ir atravesando sus estratos, cada vez más inaccesibles, más profundos, pero es un viaje sin término.

STANISLAW LEM
MEMORIAS ENCONTRADAS EN UNA BAÑERA”. Página 85

Traducción de Jadwinga Maurizio
Stanislaw Lem, 1961
Edhasa, 1987


miércoles, 6 de junio de 2012

El prisionero en la caja de zapatos del número 43


Se presentó a la hora de comer. Yo estuve por la mañana en el mercado de domingo que algunos llaman Rastro aunque en mi ciudad no hay Rastro, lo que hay es un mercado de puestos ambulantes donde venden verduras, carne, embutidos, artículos de ferretería barata, zapatos chinos, medias y calcetines blancos con la rayita roja y azul; en fin, un mercado en la calle como el de cualquier localidad europea. Compré una lechuga y, al mediodía, arranqué unas hojas para la ensalada y las lavé bajo el grifo del fregadero. Entonces le vi acurrucado contra el cogollo verde esmeralda. Se mostró tímido al principio. Es natural. A mí también me cuestan esfuerzo las presentaciones. Con las hojas de lechuga limpia y escurrida preparé un lecho en el fondo de una caja de zapatos. Así, apartado en un rincón de mi cocina, acomodé al limaco ocre y brillante: mi nuevo animal de compañía.
Se acostumbró pronto a mi presencia. Todos los días le cambiaba la lechuga y limpiaba la caja. Tomó confianza, parecía feliz. Levantaba los cuernos, se estiraba, alzaba la cabeza y corría por encima de las lechugas limpias y sobre el suelo de cartón de su caja. Mi limaco veloz recorría los 35 cm del largo de la caja en pocos minutos. Su piel húmeda y ambarina refulgía. Obtendría un premio en cualquier concurso de mascotas. Pero no soy tan cruel, nunca sometería mi limaco a las denigrantes pruebas de un concurso de belleza de mascotas.
Una tarde vi cómo se incorporaba, levantaba en el aire dos terceras partes de su cuerpo y estiraba los cuernos más que nunca ante mí, cuatro largos alfileres con cabecitas de bola los ojos que seguían mi movimiento. Porque el limaco me observaba, no había duda. Salí de la cocina, revolví en mi escritorio, encontré una lupa cuenta hilos de 10 aumentos y regresé. Acerqué la lupa a los ojos uno a uno, en cada esfera vidriosa se movía un punto negro que no supe distinguir si era iris o pupila, porque ni mis conocimientos de zoología ni los 10 aumentos de la lupa eran suficientes. Lo que sí percibí, dentro de esos cuatro puntos negros, fue el brillo líquido de su odio. Y sentí vértigo. Me asomaba a una verdad insondable, invertebrada y hermafrodita.
Después de aquella tarde no volví a verle los ojos. No pude. El limaco no estiró más los cuernos. Permanecía arrugado y escondido debajo de las lechugas. Le cambiaba las hojas, que se pudrían sin que probara bocado. Renové el menú. Le ofrecí hojas de espinacas, de borraja, de acelga. El limaco las rechazaba. Adelgazó. Se consumía. El ocre ambarino se tornó a pardo, la piel perdió lustre. Cuando probé a rociarle con agua tibia, se retorció lentamente y desapareció detrás de una hoja hasta el día siguiente, sin despedirse y bastante molesto, me temo.
Pasaron días. Una mañana de verano aparté las hojas de lechuga y hortalizas variadas y no lo vi. Se había ido. Pese a su debilidad y para mi sorpresa, el limaco había salvado las paredes de su caja de cartón, se había deslizado desde la encimera hasta el suelo de la cocina, por la pared había ganado la altura de la ventana abierta para que entrara el fresco nocturno y, desde el alfeizar, había dado un intrépido salto al jardín, tres pisos más abajo. No era descabellado. No tenía huesos que romper y la brisa ayudaría a que el cuerpo liviano cayese sobre el césped sin impacto que dañase órganos internos. Por fin mi limaco alcanzó la libertad, disfrutaba de la hierba y el rocío de la mañana. Me alegré por él.
¿Por qué miré detrás del frigorífico?, quizás porque era el mejor atajo de la encimera a la ventana. Estaba allí. Apenas reconocible. Una costra oscura y reseca. Si nosotros somos un 60 por ciento de agua, un limaco debe de ser el 90, por lo menos. Toda su agua se había evaporado y el cadáver era un cuero diminuto que barrí con la escoba hacia el recogedor de plástico azul y tiré en el compartimento de orgánicos de mi basura. Con la caja no fui tan decidido: dudé entre papel y orgánicos. Al final, aplasté la caja con las hojas de verduras dentro, la doblé y la eché igualmente con los restos orgánicos.


jueves, 31 de mayo de 2012

Prometí relatar por orden los acontecimientos y aunque nadie tome en cuenta mis promesas, lo voy a cumplir.  Para justificar la demora me amparo en una ley indiscutible: Da mala suerte al concursante comentar el concurso antes de la resolución. Este mes de mayo he recibido la notificación oficial de la Administración Convocante que me permite publicar mi relato sin infringir la ley citada. Lo escribí hace un año y ha esperado este tiempo en el limbo de los borradores Blogger.


Nos remontamos a la primavera de 2011. La primera semana de mayo empezaron los picores. Creí que mi hígado solicitaba atenciones y me sometí a un estricto régimen de fruta, fibra, verduras e infusiones medicinales, pero los picores no cesaron; ¿otra muda de piel?, ¿otra metamorfosis?, ¿en qué me convertiría esta vez? Me preocupé.
Un día llegó la primera invitación. La policía local no supo localizar a ninguno de los agraciados en el sorteo para ejercer de presidente en la mesa electoral: en un nuevo sorteo me tocaba primer suplente. No cundió el pánico. Me cisco en la democracia, pero en el peor de los casos me ganaría sesenta y pocos euros por la tontería, bastante más de lo que había logrado en todo ese año de éxitos artísticos. Y no llegaríamos a tal punto; desconocía los motivos que alegaban otros para liberarse de esta responsabilidad, pero, en cuanto supieran que me he convertido en un sapo venenoso, me dispensarían de mis obligaciones, seguro. Además era suplente, no tendría tan mala pata.

El 9 de mayo falleció M. Gran hombre, de origen castellano, de Valladolid, más precisamente de Olmedo. Llegó a Euzkadi a trabajar, a escapar de la pobreza y sobre todo a vivir porque su familia no eligió el bando ganador y, tras la guerra civil, lo mejor era emigrar, salir del pueblo y establecerse en las Vascongadas de aquella época donde se casó y tuvo tres hijas.  El 10, en un espléndido día de primavera, fué el entierro y el funeral. Conocí a sus familiares de Valladolid con los que recordé a M. y también hablé de pelota vasca.
En Valladolid hay mucha afición me contaron; tenemos un buen frontón donde se juegan torneos, sólo nos faltan los pelotaris profesionales.

No entiendo mucho de pelota, ni de otros deportes, pero una semana antes me había desplazado a un pueblo de Navarra a fotografiar la obra de un artista marginal, católico y majadero dueño de un caserón con jardín plagado de esculturas y cacharros. No encontré al artista pero me crucé con el campeón manomanista Juan Martínez de Irujo que se disponía a almorzar en una panadería-bar-restaurante, justo enfrente del caserón.
Un vecino chismoso me informaba de que el artista local no estaba en casa a esa hora, y era una gran suerte para mí porque si me veía asomando las narices a su jardín con una cámara de fotos, me arrojaba a la cabeza la motosierra, la amoladora y todas las herramientas de que dispone.
Se le fue la pinza al hombre hace años contaba el vecino. Es una pena porque es un artista, mira que cosas hace, mira, ¿ves esa escultura?, ¿qué crees que es eso que le sale por ahí?
La escultura es de chapa y representa a un hombre tumbado de espaldas haciendo la bicicleta: el ejercicio gimnástico de mover las piernas boca arriba. Entre las dos piernas flexionadas sale lo que parece otra y, sobre esta, una representación clásica de pene enhiesto con sus dos testículos. Los genitales parecen aplastados contra el mástil pierna o antepene, algo indefinible que hace tan interesante la conversación con estos artistas aunque, por el temperamento huraño del que nos ocupa, el contacto resultará difícil o imposible; al menos, eso opina el vecindario que le espía con recelo, porque el elemento fálico les perturba y echan en falta una pudorosa hoja de parra en el conjunto escultórico. Hay un pene, y lo pone en el pedestal de chapa: “LU PEN”. Parece un juego de palabras con el nombre del ultra derechista francés y lo que sale de la entrepierna.
 ¿Qué te parece? insiste el vecino.
Pues bonito, por eso saco fotos; además, está muy claro, con el título no hay duda, eso no es otra pierna.
Martínez de Irujo llegaba al Bar Restaurante. El vecino le saluda.
 ¿Qué tal la mano?, he leído en los periódicos que todavía no andas recuperado del todo.
No creas todo lo que escriben por ahí le contesta Martínez de Irujo sonriendo.
Ese año no revalidaría el título. El 14 de mayo Irujo perdería 18-22 contra Olaizola II en el frontón Bikaia de Bilbao. Tampoco Olaizola II obtendría La Txapela.


Esto es lo que más o menos conté a un sobrino de M. aficionado a la pelota: que unos días antes había visto a Martínez de Irujo en imponente forma física; le predije un emocionante partido de cuartos de final, el resultado no, porque ni soy visionario ni, como ya he dicho, entiendo de pelota vasca. Del artista majadero nada hablé. No era momento para aburrir con lo del arte.
El entierro fue por la mañana, el funeral a última hora de la tarde; a mediodía habíamos almorzado y paseado por lugares que M. frecuentaba. Pasó el día. De noche, en el buzón me esperaba un sobre con mucha documentación. En la primera hoja me invitaban a participar en un concurso para colocar esculturas en la autovía. ¡Bah!, el típico apaño en el que se convoca a panolis para cumplir la formalidad porque ya saben quién construirá las esculturas. No quise leer más y me fui a la cama. Estaba triste y cansado.

A la mañana siguiente, con mirada fresca, releí la invitación para el concurso de “ornamentación de carreteras”. No perecía cerrado. En dos días nos convocaban. El punto de encuentro lo señalaba una chincheta en una imagen del Google Earth. La cita era en un descampado cerca de un antiguo puente. Pensé en Cary Grant en “Con la muerte en los talones”, esperando en el baldío, en un cruce de la nada y un avión que viene a aniquilarle. ¡Que buena idea! Convocar a escultores de autovía en un descampado, con el cebo de un suculento concurso, para acribillarlos y fumigarlos sin testigos. ¡Genial! Pero yo no soy escultor de carreteras, todavía no merezco ser fumigado por eso. Mis desmanes pertenecen a otros ámbitos.

La mañana señalada, conduje una hora hasta el punto de encuentro. Llovía. Paré en la cuneta y esperé con los limpiaparabrisas accionados. Por el retrovisor distinguí un Rover verde pistacho que, muy despacio, cambiaba de carril y paraba en la cuneta opuesta. Demasiada atmósfera Hitchcock que mitigué apagando los limpiaparabrisas. Un tipo alto salió del Rover, el paraguas abierto apuntaba hacia mí y le tapaba la cara.
–¿También has venido a esta cita rara? –me pregunta.
–Pues sí, vaya cosa ¿no? –le contesto y salgo del coche.
Nos presentamos dándonos la mano y nos reconocemos; ya habíamos coincidido en alguna otra ocasión. Pronto llegaron más artistas y un coche con distintivo oficial del que salieron dos funcionarias escoltadas por el chofer que las resguardaba con un paraguas. Bajo la lluvia nos explicaron el plan. Conduciríamos cada uno en su coche, en convoy, despacio y con las luces de emergencia en los puntos señalados.
Escampó sobre la carretera y todo se veía más claro. No aprecié ninguna preferencia, parecía un concurso limpio. Conocía a los otros artistas y hasta me caían bien. Sigo siendo un ingenuo. Los picores se intensificaron por todo mi cuerpo desde la planta de los pies hasta la coronilla.
Toda mi vida despotricando de los escultores de autovía, y ahora que se ofrecía la oportunidad ¿la rechazaría?, ¿tendría el pundonor de abandonar una oferta que me proporcionaría unas cifras providenciales en mi cuenta corriente o aceptaría el reto para demostrar a los cenutrios que se puede colocar algo diferente a una chatarra de iconos y perfiles extrusionados? Y ¿qué podía hacer? No es fácil poner un mojón que no apeste en las autovías, por eso son tan horrendos. Empezaba a pensar como uno de ellos. ¿Era esta mi metamorfosis? Tres días más tarde, una nueva comunicación en el buzón planteaba otra alternativa.

Por la presente se le hace saber que, al no poder desempeñar el cargo para el que fueron nombradas en el distrito 4 sección 6 mesa B la persona o personas designadas como titular o suplente, pasa usted a desempeñarlo como titular.
Se le hace saber igualmente que, habiéndosele notificado con anterioridad su primer nombramiento, sin haber formulado excusa que le exima del cumplimiento del cargo, no le cabe alegar ya ninguna.
A 20 de mayo de 2011

EL SECRETARIO DE LA JUNTA ELECTORAL DE ZONA
¡Arrea!, esta sí es una metamorfosis consumada. Sin comerlo ni beberlo, soy presidente.

El 22 a las 8 menos diez de la mañana llegué a la puerta del colegio electoral con la esperanza de que, en cuanto viesen aparecer un sapo de un metro ochenta, me mandarían a casa porque no es muy presentable un presidente batracio y todavía existe la superstición de que los sapos escupimos veneno a los ojos de todo el que se nos pone delante, y cegar a los electores en el momento de ejercer su legítimo derecho constitucional es, cuando menos, inoportuno, porque el “procedimiento de voto accesible” para personas con discapacidad visual debería haberse solicitado con anterioridad.
Un gordo trajeado y un flaco con jeans por encima del ombligo y camisa blanca adornada con pegatinas de marcas moteras –o sea, que ni tiene ni tendrá nunca una moto–, esperaban a que abriesen. Adormilados o tristes por la suerte de su domingo, apenas contestaron con un gesto a mis “buenos días”. Ni me miraron, siguieron a lo suyo; fijándose en la pared el gordo y en el suelo el flaco. Yo, por hacer algo, me puse a mirar al cielo. Así permanecimos algunos minutos. El gordo trajeado fue el primero en reaccionar.
¿Os ha tocado alguna vez?
El flaco y yo respondimos que era nuestra primera vez, luego el flaco expresó sus preocupaciones.
–Mucha gente se ha buscado excusas para no venir a las mesas. Yo era suplente pero me han comunicado que seré titular porque el otro se ha librado.
–A mí me tocó suplente en un segundo sorteo porque en el primero no encontraron a nadie, y este viernes me enteré de que soy titular –conté yo.
Esto parece que animó al flaco porque dejó de mirar al suelo y empezó a observar a los que allí estábamos que ya éramos casi todos los presidentes, vocales y suplentes convocados.

La jornada transcurrió sin incidentes en mi colegio electoral que el resto del año es una ikastola. La mayoría de interventores y apoderados pertenecían al partido nada amigo de lo vasco que obtiene la mayoría en el distrito desde hace décadas. Se paseaban como Pedro por su casa, visitaban las aulas solícitos y con curiosidad, sabedores de que, hasta los próximos comicios, no volverían a pisar un antro donde se adoctrina a los niños en el idioma del demonio. Sentía que yo no era el único bicho que ocupaba este colegio aunque aún no estaba seguro de haber completado una nueva metamorfosis: todavía no sabía qué era. ¿Por qué nadie me decía nada? Quizás porque aquello estaba infestado de bicharracos. Esos apoderados no eran precisamente guapos. Se sentaban a mi lado con ojos de vampiros o de reptil de la serie “V” y me aconsejaban cómo dirigir mi mesa electoral. Una joven lagartija –que había visto en la prensa actuar de concejal– me contó que los de Bildu la estaban liando en otro colegio.
Se presentan a votar portando pegatinas, conscientes de que está prohibida toda propaganda. Buscan provocar. Nadie les dice nada, los presidentes de mesa no se mojan me miraba.
Lo que ella portaba era un distintivo que sí estaba permitido. Las pegatinas no sentenció.
–“Tal vez todo sigua como antes y mi preocupación ante una nueva transformación sea un error. Por lo menos esta lagartija me ha identificado. Sabe que soy anfibio, que habito fuera del agua y que me mojo poco” –pensaba esto y me preguntaba si el flaco que ejercía de presidente en la sala contigua, con su camisa adornada de adhesivos Kawasaki, recriminaría a los de Bildu por el asunto de las pegatinas ilegales.

Poco antes de cerrar, un votante treintañero con mirada perdida y aspecto desaseado nos pidió un bolígrafo. Mi vocal de la derecha, oculista de profesión, le prestó el suyo; la vocal de mi izquierda, funcionaria administrativa jubilada, preguntó a voz en grito que para qué quería alguien un bolígrafo si no se debe escribir en las papeletas como no sea para ejercer un voto nulo, ¡pero qué gente hay por ahí, por Dios! El hombre se encerró en la cabina para votar en privado. Oímos remover papeletas, garabatearlas, arrugarlas. Al cabo de unos minutos salió con mirada desafiante y las papeletas en sus sobres cerrados. La oculista le pidió educadamente el carnet de identidad, el votante rebuscó en su cartera y nos enseñó un documento que no es original ni por tanto válido: un DNI obtenido desde otro escaneado, impreso en papel fotográfico y plastificado. Podría ser falso aunque no lo creo. Supuse que era una copia que lleva para no perder el original o por cualquier otra manía de un tipo con ojos de pirado que no tengo por qué entender. Nadie más se dió cuenta, ni la oculista, ni la administrativa jubilada ni el apoderado encorvado y con incisivos torcidos, el vivo retrato del Nosferatu de Murnau, que había relevado a la lagartija en su puesto.

Durante el recuento apareció el voto nulo: la palabra “SABANDIJAS” escrita con bolígrafo y letras mayúsculas de desigual tamaño ocupaba toda la papeleta en sentido horizontal. Los apoderados que asistían al escrutinio rieron con suficiencia. No se daban por aludidos, creyeron que era un insulto a sus dirigentes políticos pero yo sé que no, sé que el iluminado del carné escaneado nos había reconocido, a mí y a las demás sabandijas, porque los niños, los locos y los borrachos no disimulan y, si el emperador va desnudo, lo dicen y, si la mesa electoral está presidida por un sapo acompañado por reptiles y chupasangres, lo escriben en la papeleta para que quede constancia. Más que un pirado, el tipo con ojos de indignado era un visionario, y me tranquilizó saber que seguía igual, que no se habían materializado nuevas metamorfosis en mi organismo.
Al día siguiente estaba agotado, la dieta de sesenta y pocos euros no cubría el desgaste de una jornada electoral. No estoy de acuerdo con la propuesta que tantas veces escuché en el colegio, la de elegir a los integrantes de la mesas entre los parados. La tuve que oír de mil maneras diferentes y nunca me sonó bien, mi agotamiento del día después me reafirma: además de parados, explotados; no lo veo justo. Para convocar a parados, habría que subir la dieta; ofrecer un salario acorde con las horas y el esfuerzo invertido. Si el estado puede soportarlo bien, si no, no es buena idea.
Me quedaron pocos días para diseñar los proyectos de escultura y ornamentación de carreteras, autovías y variantes. En eso estuve ocupado, entregué en plazo y esperé el veredicto; esperaba una respuesta de las funcionarias, ya nada me picaba aunque, por mi anhelo de convertirme en escultor de mojones, emprendía el verano con crisis de identidad.

COYUNTURA ACTUAL  Y CONCLUSIÓN

Notificación del 8 de mayo de 2012:
Estimado amigo:
En relación con el concurso para adjudicar los motivos ornamentales de las Variantes de autovías, en el que usted participaba, le informo que debido a la coyuntura económica actual, esta Administración ha decidido no continuar con dicho concurso.

En consecuencia, puede pasar a retirar toda la documentación, bocetos, maquetas, etc, que usted presentó.

Agradeciendo su colaboración, atentamente

LA DIRECTORA DEL SERVICIO DE FRUSTRACIÓN

Agradezco a La Directora su delicadeza por no colocar adjetivos delante de “coyuntura económica actual”.
Respecto al lema “Da mala suerte al concursante comentar el concurso antes de la resolución”, no afirmo que sea cuestionable, pero he comprobado que seguirlo a rajatabla no garantiza una resolución favorable; es más, ni siquiera garantiza una resolución.


Elaborado ejemplo de proyecto para ornamentación de carreteras