jueves, 27 de junio de 2013

Otro empujoncito



¿De verdad me cae tan mal? ¿Por qué es tan antipática la Telefónica? Siempre lo ha sido, no es todo culpa de Rodrigo Rato. Fueron aquellos contratos, las facturas con servicios que añadían sin que los pidieras, te cobraban, dejaban de ofrecer y seguían cobrando. ¿Por qué no dabas de baja esos servicios inútiles, so tonto?, ¿por qué no dabas de baja un servicio que no querías y te ofrecíamos unos meses y, como no servía de nada, pronto quedaba obsoleto y lo cancelábamos pero te lo cobramos igualmente hasta nueva orden?, hay tontorrón, que no te enteras, no sabes que para darte de baja de estos servicios tienes que cumplimentar una instancia, por escrito, eh, nada de llamar por teléfono; redactas una solicitud, la firmas y nos la envías por correo, o nos la traes personalmente a una oficina de reclamaciones y solicitudes si encuentras alguna, porque de estas oficinas tenemos pocas, que cuando hemos abierto una nos volvéis loca la cabeza con vuestras exigencias. Siempre, de toda la vida, en Telefónica nos ofrecemos a timar gratuita y generosamente a toda España y cuando éramos monopolio resultaba mucho más fácil.

Quizás fueran las cabinas, las putas cabinas que no funcionaban, que no establecían comunicación sería más exacto decir, porque funcionar, algo funcionaban: tragaban bien las monedas; qué ansiedad, qué manera de engullir, ¿y quién se acuerda de cuando solicitó una línea? Yo pedí una y me auguraron 30 días de espera. En aquellos tiempos no sé a qué se dedicaba Rodrigo Rato, a quién asesoraba, ni me importa; en aquellos tiempos yo regresé de París, de vivir en un apartamento con línea de teléfono francesa que pedí un día y al siguiente funcionaba a mi nombre y con mi número; y regresé, abandoné el piso parisino, y en una oficina de France Telecom, a pocos metros, cambiaron el titular y el número de la línea para el nuevo inquilino, en cinco minutos sin problemas, y me reí imaginando esta operación en España porque recordé que a mis padres les hicieron esperar varios meses; pero qué sorpresa cuando yo solicite mi línea a Telefónica y sólo me pronosticaron 30 días de espera, qué lujo, qué efectividad, y eso que aún eran tiempos de la compañía única en España, aunque creo que también France Telecom era compañía única en Francia y trataba a sus clientes de otra manera concediendo líneas en cuestión de minutos que funcionaban en pocas horas; siempre han sido muy suyos los franceses.

Así que todo marchó bien, me prometieron una línea para 30 días y en menos de 29 ya estaba instalada: perfecto, qué eficacia. Y colocaron un teléfono de alquiler (una terminal), pero, como tenía el que me traje de Francia, lo devolví después de cumplimentar alguna instancia para que no me cobrasen el alquiler de la terminal rechazada, instancia que envié por correo certificado. Todo bien, no he revisado mucho mis facturas, así que supongo que algún servicio como el contestador o las llamadas a tres o el identificador de llamadas o algo de eso que no uso me cobrarían porque no podemos controlar todo lo que se nos cobra en el mundo, es complicado, y lo que nos cobra la telefonía, indescifrable. Pero todo fue bien hasta que puse un ADSL con otra compañía. La que se armó. No hubo tu tía, la nueva compañía y Telefónica se echaban los trastos mutuamente, que ni tú ni yo y me dejaron sin teléfono, un par de equipos con cabrones y cabronas (toda la telefonía encabronada) me dejaron incomunicado dos semanas. Tensión, porque tenía una exposición en un mes y necesitaba mis proveedores, había construido piezas en el extranjero, necesitaba el teléfono y el interné, no entraré en detalles pero me las hicieron pasar canutas y una señorita de Telefónica incluso fue mal educada, ¿se lo pueden creer? Fatal, al final se arregló. Toda la culpa no fue de Telefónica, pobres, ellos pusieron unas dificultades comprensibles porque, aunque pasé el interné y las llamadas a otra compañía, la línea seguía siendo de Telefónica; tenían, como se dice, la sartén por el mango y los de la nueva compañía no me contaron nada de sus discrepancias. Todo serían facilidades, me prometió un individuo con acento argentino (o uruguayo) que me vendió su oferta irrechazable; pero todo fueron dificultades, claro. Hasta entonces había funcionado perfectamente con mi interné de módem analógico-digital, el de antes, el lentísimo, el que emitía ruiditos cantarines y bailables al conectarse; y tenía mi correo teleline.es que pasó a llamarse terra.es, mi email de toda la vida que abrí con Telefónica y que era gratis. GRATIS. Telefónica ponía un servicio gratuito a nuestra disposición que funcionaba bien. FUNCIONABA BIEN Y GRATIS. Fallaba de vez en cuando como todo lo que tiene que ver con la informática que apagas, enciendes y vuelve a funcionar. Cicatrizaron las viejas heridas y que quieren que les diga: Telefónica me seguía cayendo mal pese su email gratuito, a la Fundación Telefónica mecenas de arte, pese a un ejecutivo que me compró un par de piezas, pese a todo Telefónica me caía mal.

Pero ahora no lo sé. Ya no sé si me cae mal porque la compañía canceló el dominio Terra el 30 de mayo. Telefónica me dejó sin correo electrónico hace casi un mes. Ahora estoy desaparecido para muchos. Y no es fácil desaparecer, que se lo pregunten, si no, al Doctor Pasavento, que quiso desaparecer y no podía resistir la tentación de consultar su correo en los hoteles y locutorios de las ciudades donde se ocultaba. Miraba si alguien le echaba en falta, si le daban por desaparecido. Decepcionado leía que nadie preguntaba por su ausencia. Gracias a Telefónica yo no tengo correo, no puedo comprobar quién me hecha en falta, no tengo tentaciones, no sé quién me escribe ni a quien no contesto, estoy aislado gracias a Telefónica que unilateralmente ha cancelado mi cuenta de correo y la de todos sus usuarios. Porque no he desparecido solo. Lo que no he hecho es avisar a mis contactos de que ya no tengo correo y de que pronto abriré otro; nanay de la China, no he comunicado nada y llevo casi un mes en este preciado limbo. De vez en cuando abro mi correo por error, no es curiosidad, es un acto reflejo frente a la pantalla, sé que no habrá conexión, leo: “No hay correos nuevos”, es tranquilizador. “Algo pasa con tu correo” me llegan mensajes al móvil, no contesto, este es mi primer paso, no tengo fuerza de decisión pero me dejo llevar, desaparezco poco a poco; ahora confío en Telefónica, espero a que cancelen mi número de móvil, mi línea de teléfono fijo y que mi conexión de interné quede aislada, la otra compañía, la compañía que gestiona mi interné, no podrá contactar conmigo, nadie me localizará y yo seguiré aquí, desaparecido sin moverme, sin tomarme el trabajo del Doctor Pasavento que Vila-Matas describe en esa novela que estoy releyendo, poco a poco, un par de páginas al día, a la hora de la siesta del carnero; la retomé después de “Los Hermanos Tanner” de Walser, la saqué de la estantería y la dejé sobre la mesa del comedor, leo unas páginas antes de sentarme a comer. Leí “Doctor Pasavento” en 2005, cuando salió; ya no recordaba gran cosa: la ventana de una habitación de hotel frente a un abismo, un horizonte y Walser, referencias a Robert Walser. De Emmanuel Bove, a quien Pasavento llama el Walser de la rue Vaneu, no me acordaba y eso que sale en la portada fotografiado con su hija en el Jardin de Luxembourg –cuántas veces pasé por el Jardin de Luxembourg que no estaba lejos de mi apartamento­–. No recordaba a Bove porque no he leído ni una de sus novelas. Lo apunto en compras pendientes porque esta semana es mi cumpleaños, cruzaré la frontera y buscaré “Mes amis” o la que encuentre y de paso también buscaré una botella de Jacquesson 735, o 736, o la que encuentre, no quiero arruinarme. A Walser sí he leído, tres años después de “Doctor Pasavento” compré mi primer libro del escritor suizo que no dejaré de seguir. De seguir como lector, aclaro y aparto moscas de vanidad de un manotazo, no pretendo compararme ni a Pasavento ni a Walser, yo nunca abandonaría la escritura sencillamente porque no soy escritor, como mucho llego a lector. Desaparezco sin buscarlo y desaparecer no es fácil; pero tampoco es tan difícil, no nos engañemos, para un lector anónimo es más fácil que para Vila-Matas, Pasavento, Walser y Bove. Hay que ir paso a paso, acceder a niveles de desaparición. Yo parto con ventaja y Telefónica me ha dado otro empujoncito. Ahora me cae menos mal, creo.

sábado, 22 de junio de 2013

INFINITO

–MI NOMBRE ES INFINITO

–Lo que tu digas, pero no entiendo, ¿si te llamas Pi, por qué me dices que tu nombre es Infinito, quieres decir que es largo hasta el infinito y en ese caso me cuentas que todas tus cifras infinitas son tu mismo nombre que es “infinito”?, porque, si dices eso, te llamas igual que yo que también sería infinito con minúsculas o sea que no, infinito no es mi nombre, infinito no es un nombre porque la I primera no destaca del resto de minúsculas, al menos así lo veo yo que no hablo en mayúsculas y me crispa esa impertinencia tuya de hablar en letras capitales. Que te crees muy importante tú.

–MÁS IMPORTANTE QUE TÚ POR LO MENOS, QUE NO ERES NI FU NI FA

–Pues tú no sabes nada de Pe a Pa.

–ESO SUENA BASTANTE IRRACIONAL, QUE LO SEPAS

–Porque eso es lo que somos, chaval, un par de irracionales, tú uno y yo otro.

–ANDA CARAJO, AHORA RESULTA QUE VAS Y ERES ALGO: ERES IRRACINAL, ¡NO TE JOROBA! “SOY IRRACIONAL, SOY UN NÚMERO IRRACIONAL, ÑA, ÑA, ÑA”.

–Irracional y algebraico. Si dejases de dar vueltas siempre al mismo centro y mirases fuera de tu circunferencia, quizá verías quien soy.

–YA SÉ QUIEN ERES PESAO, ERES FI, EL PUTO NÚMERO FI. NI FU NI FA: ERES FI, COJONES. ¿O PREFIERES QUE TE LLAMEN Φ?

–Prefiero φ, en todo caso.
 Mal hablado y en mayúsculas, ¡vaya tipo, el π este!