domingo, 30 de noviembre de 2014

Algo más sobre mi tentativa de reanimación de un lugar parisino el 18 de octubre de 2014





¿Era yo el único que no disimulaba estar al tanto de la relevante efeméride? Exhibía mi librito de Perec dentro del Café de la Mairie, fotografiaba, y anotaba en mi dietario de 2014 lo que pasaba al otro lado del cristal. Otros clientes entraban y salían, tomaban cafés o refrescos, pedían oeufs au plat o sandwiches, leían periódicos, estudiaban guías turísticas o miraban las pantallas de sus celulares, Ipads y ordenadores. M. salió a dar un paseo mientras yo seguía apuntando lo que pasaba y haciendo fotos sin levantarme de la silla. Un matrimonio vino a ocupar la mesa de nuestra izquierda, la pegada al cristal; rondaban la sesentena. El marido giraba la cabeza arriba, abajo, izquierda y derecha; curioso y sonriente, entrecerraba los ojos por el sol que atravesaba la cristalera. Leyó el título del librito de Perec sobre mi mesa, ¿vive usted en Paris?, preguntó. No, respondí también sonriente; pero fue una respuesta más seca y cortante de lo pretendido; dudé si entablar conversación y preguntarle por la efeméride, si sabía que se cumplían cuarenta años desde la fecha que Perec anotó al empezar su “Tentativa de agotamiento de un lugar parisino”, dudé si preguntar, a él y a su señora, si estaban allí por lo mismo que yo. No me atreví, me falló la curiosidad; ganó mi pereza para hablar francés, mi pereza para hablar cualquier idioma, incluso el mío; ganó mi pereza y ahora no estoy seguro: puede que no fuera yo el único que no disimulaba.

M. regresó y se dio cuenta; desde la entrada señaló detrás de mí, me volví; en la pared, justo sobre mi cabeza, había una placa esmaltada azul con letras blancas como todas las que señalan las calles y plazas de París. No fue intencionado, nos habíamos sentado debajo de la placa sin verla; por casualidad, o como es más intenso creer: por intuición. La placa es un guiño Oulipo: donde deberíamos leer e, vemos espacios vacíos, la ausencia de la e en la placa es un homenaje a “La disparition”, la novela que Perec escribió prescindiendo de esa vocal. Así que el Café de la Mairie es territorio por el que ronda o ha rondado Oulipo, donde ha reservado un rincón con placa y todo. Al instante alargué una cámara a M., la Leica x2, y allí, desde la puerta, me retrató en mi silla delante de la placa; luego me levanté, con la m6 hice un par de fotos más de la placa en la pared y salimos. Desde la plaza tomé las últimas fotos del café: las sillas y mesas de fuera y las dos fachadas transparentes. Dentro la señora comía una ensalada, sola en su mesa, porque el marido se había trasladado, se había sentado en la silla que yo había dejado y muy sonriente tomaba su café debajo mismo de la placa:


2012
Plac 
G org s P r c
 crivain Français


El calendario hizo rodar sus meses, semanas y días hasta que la tierra giró cuarenta años alrededor del sol y mi tentativa había caído en sábado, en cambio Perec se sentó allí un viernes, y no pasa lo mismo un viernes que un sábado cuando no pasa nada en la Place Saint-Sulpice. Perec apuntó bien esa diferencia y para ello alargó su experiencia tres días, de viernes a domingo, mientra que yo sólo me senté unos minutos en el Café de la Mairie, porque era un turista, un viajero atraído por el librito de Perec: “Tentative d’epuissement d’un lieu parisien”, y el Café de la Mairie explota esa baza turística, al menos desde que clavó en 2012 una placa detrás del que aseguran era el asiento que ocupaba.

Y lo que se veía sobre todo pasar por la plaza Saint-Sulpice este sábado cuarenta años después eran turistas, como yo. Si los turistas que se sentaban delante, detrás y a mi lado eran Oulipos que se habían citado para honrar a Georges Perec y anotar qué pasaba cuarenta años después, lo disimulaban muy bien; nadie parecía hacer caso a la efeméride. Dí una vuelta a la plaza, una chica fotografiaba a otra que posaba con traje a rayas de chaqueta y falda; la modelo, de melena morena y rasgos orientales, guapa, dejaba asomar algo más del muslo derecho por una abertura lateral de la falda de tubo larga hasta la rodilla; zapatos negros de tacón afilado, no parecía turista, tampoco modelo profesional, y, desde luego, disimulaba perfectamente su condición de Oulipo. La fotógrafa se agachaba en busca de un contrapicado con la fuente de fondo, manejaba una Nikon de gama media, reflex digital con zoom. Una señora china había traído su propia banqueta plegable, se había sentado detrás de la fuente, en la zona más alejada a la iglesia; escribía en un cuadernito, podrá ser la primera Oulipo, me acerqué y vi que garabateaba, no entendí sus dibujos, quizás disimulaba, quizás, cuando no la miraba, había pasado la página donde apuntaba lo que pasaba cuando no pasaba nada y yo no había captado la maniobra, sólo veía garabatos. A escasos metros, en un banco frente a un lateral de la fuente, otra mujer con más cara de francesa europea (porque la china sería igualmente francesa y europea, supuse) también se inclinaba sobre un cuaderno de notas, un cuaderno Moleskine, me acerqué hasta colocarme detrás con sigilo, trazaba el boceto de la fachada de la iglesia con lápices de colores. O disimulaba.

Nos dispusimos a abandonar la plaza y torcer por la Rue Bonaparte en dirección al Sena. Eche una última mirada al Café de la Mairíe; reparé en la línea de mesas de fuera, las más adelantadas de la acera que se disponen al borde de la calzada y en esquina con la Rue des Canettes. Distinguí unos micrófonos que había visto antes, al entrar en el café, y había pensado en alguna entrevista, pero no había entrevista; una rubia custodiaba su equipo de sonido, el micrófono apuntaba al cielo y a la plaza y formaba un ángulo de 110 grados con el soporte o trípode corto que se posaba sobre la mesa, parecía que registraba el sonido ambiente. Vi otra joven morena una mesa más atrás con un micrófono en la mano y orientado a la plaza igual que el otro; no vi entrevistados, ¿podrían ser estas las Oulipos que esperaba encontrar, unas que no disimulaban y grababan lo que pasaba cuando no pasaba nada cuarenta años después; las únicas Olipos atentas a la fecha, unas Oulipos sonoras?


LO QUE ANOTÉ EN MI DIETARIO, ENTRE FOTO Y FOTO, EN  LA MESITA DEL CAFÉ DE LA MAIRIE


18 de octubre 
llegamos a en punto 
Café de la Mairie  
dos cafés 
turistas  
pocos autobuses 
saco una foto desde la acera 
un coche me quiere 
atropellar, detrás está el 
parquing  
Una Perrier - pedimos  
es mejor hacer con una sola cámara, 
dos leicas son demasiadas 
para mi, una digital o numérique y la otra 
argentique, no me parezco nada a Doisneau ni a 
H.C.B – también soy turista

****

autobuses 63 70 86 87 96 
¡Un señor con una cesta! 
Una de azul turquesa, con flores en la cabeza / un trajeado con dos ramos de flores en 
las manos.  
detrás del cristal 
segunda mesa a la derecha entrando / hay tres mesas a la derecha y dos a la izquierda / 
soleado, primaveral / colocaré el filtro naranja en la Leica (definitivamente no soy 
Doisneau, soy un turista fotógrafo amateur). 
El camarero fuma / el del delantal 
**** 
a las doce, nos vamos, 
haciendo fotos se me ha enfriado 
el café


Cuarenta años después pasaban cosas diferentes cuando no pasaba nada en la plaza Saint-Sulpice. Yo aguante poco rato y me perdí la mayoría de esas diferencias.





domingo, 2 de noviembre de 2014

Mi tentativa de reanimación de un lugar parisino el 18 de octubre de 2014




Llegamos puntuales a la cita. A las 10:30, desde la rue du Vieux Colombier, cruzábamos la rue Bonaparte y pisábamos la plaza. Me presenté acompañado por M. Tras un recorrido visual por los cuatro lados de la plaza, no encontramos ni rastro del Tabac ni del Café Saint Sulpice. No quedaba más que un café, Le Café de la Mairie, y allí fuimos a ocupar la segunda mesa a la derecha detrás de la entrada acristalada. La mañana del 18 de octubre de 2014 lucía como de primavera y los clientes que habían preferido las mesas de fuera habían dejado libre una de las que queríamos ocupar.

Antes de entrar al Café de la Mairie, fotografié desde la acera el Parking donde s’engouffrait*  un “dos caballos” el 18 de octubre de 1972. Desde el mismo punto, también saqué fotos al café. Un Fiat entró en el encuadre y casi me atropella: la acera donde me había plantado descendía por la rampa de acceso al Parking. Cuando el Fiat pasó a mi lado, busqué la cara recriminadora del conductor; sin embargo, un hombre robusto y canoso, de unos sesenta años, con chaleco gris, camisa clara y alzacuello conducía mirando al frente: encontré la amplia sonrisa de un cura divertido por mi sobresalto, por mi gesto de fotógrafo despistado.

Pedimos dos cafés al camarero: un café crème y une noisette; saqué fotos a la mesa: el librito de Perec delante de las dos tazas y el ticket con la fecha, el precio y el nombre del café. Tomas digitales y de película, unas con la Leica x2 y otras con la m6 cargada con Tmax 100 de Kodak. También disparé al interior del café y a lo que pasaba por la acera al otro lado de la cristalera. Se me amontonaba el trabajo: tomas digitales con tomas de película. Es mejor decidirse por una sola cámara, dos Leicas son demasiadas, me estaba liando; no me parezco en nada a Doisneau ni a Cartier Bresson ni a Kertész ni a Brassai; disparaba sin levantarme del asiento que había elegido entre datos imprecisos como el asiento de Perec, porque Perec escribió que se sentó en el Café de la Mairíe poco detrás de la cristalera mirando hacia la calle, sin especificar si se sentó a derecha o a izquierda de la entrada.

M. pidió un agua con gas. El camarero trajo una Perrier.

Nuestra posición exacta en el café:
Un prisma acristalado gana espacio a la acera. Dentro cabe una fila de veladores, cada uno con sus dos sillas que miran paralelas a la plaza. Cinco mesitas y diez sillas en total: tres veladores a un lado del paso de entrada y dos al otro. Nosotros también miramos a la plaza, ahora la entrada queda delante a nuestra derecha, estamos ante el velador del medio de los tres a la izquierda del paso, M sentada a mi izquierda, a su izquierda queda libre la tercera mesa, la que toca un lateral del prisma acristalado; a mi derecha un señor lee una guía turística, la otra silla de su mesa está vacía; al otro lado, a un metro escaso para la entrada y salida de clientes y camareros que sirven fuera, las otras dos mesas con sus cuatro sillas vacías. Detrás de nosotros el café entra en el edificio.


* s'engouffrait: se introducía, se precipitaba, descendía.