lunes, 28 de julio de 2014

Diccionarios de dudas

Qué bien están redactados los manuales de la lengua, da gusto leer tanta corrección literaria, me dijo J. una mañana.
Cuando mi amigo J. se queda en mi casa, duerme en la sala principal, no tengo más que un dormitorio; J. siempre lee por la noche: fuma en la cama y lee algo, cualquier cosa, antes de dormir. Por eso, de mi desorden general, selecciono algunos libros que dejo para él sobre el escritorio, al lado de la eterna de cama improvisada, un futón sobre el suelo en el que reposan las sufridas espaldas de mis invitados. Es un gusto leer la introducción de diccionarios y manuales de lengua por esa impecable corrección literaria, es cierto. He recordado esta idea que mi amigo compartió conmigo durante el desayuno que siguió a la noche en que, por la improvisación de su visita, no pude seleccionar ningún libro y sobre la mesa no encontró más que la 10ª edición del “Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española” de Manuel Seco. Mantengo cerca esa edición cuando quiero escribir algo: siempre hay dudas que me atenazan; aunque no suele servirme de nada: los diccionarios de dudas nunca resuelven dudas, por lo menos las mías, le informé. Mi amigo rió, no puedo estar más de acuerdo, dijo. Y es bien cierto: los manuales de dudas de cualquier tipo casi nunca solucionan la duda que acucia en el momento.
Las vacaciones veraniegas son momento para lecturas, las librerías hacen su pequeño agosto, y mis amigos de Facebook comparten sus listas de compras culturetas. Me pone nervioso. Odio ese exhibicionismo letrado. ¿Por qué me pone enfermo lo que hago yo aquí mismo? A ver..., es que esto es un blog, y en un blog sí, en un blog se puede hacer recomendaciones literarias, pero, ¿en Facebook?; no me abraséis con lo que vais a leer, petardos. ¿Tengo razón? Pues no, no la tengo; sólo intento defender mi blog de la obsolescencia. Estoy enganchado al Facebook, a su continuada inmediatez, miro a cada rato el iphone; miro y remiro, esto me gusta, esto no; que no, que esto no me gusta; detesto tu puta lista de adquisiciones literarias sin leer; lee u olfatea el libro primero, y cuéntame algo después, si es bueno o no; o mejor no, lee y cállate la boca.
Pero aquí estoy, con mi incongruencia quejica después de pasar por las rebajas y encontrar lo que necesitaba. Ha sido increíble: nunca espero a las rebajas por eso, porque nunca queda algo de mi talla; pero este verano no había tenido tiempo, las rebajas se echaron encima, y he tenido suerte, he encontrado más o menos lo que necesitaba, y, eufórico, de vuelva a casa, he entrado en la primera librería con esta idea: “Estoy aburrido de las listas de compras literarias de mis amigos de Facebook, además tengo un montón de libros en espera, no necesito comprar nada pero entraré por si acaso, a ver novedades; total, ya voy cargado de bolsas con pantalones y camisas, una bolsa con libros no me va a pesar”. He entrado y comprado, pero no en “novedades”, sino una oferta de Alfaguara que rebaja (muy poquito con motivo del cincuenta aniversario de la editorial) algunos “títulos imprescindibles”. El imprescindible que me faltaba es un austriaco ya muerto y ahora aclamado, siempre en listas de escritores preferidos, siempre recomendado pero que yo no había leído aún; he empezado el libro esta misma tarde y no puedo llevar la contraria, me parece tan bueno o más: párrafos largos, bien puntuados, agudeza y mala leche; muy mala leche. No me atrevo a decir título y autor para no reventar de incongruente tras este censurar listas ajenas, pero ya habéis adivinado, sí, es ese escritor, el austriaco de larga parrafada. Esta novela tiene cuatro párrafos: tres muy cortitos al principio y el cuarto que llega hasta el punto final, en la página 146. No es la alegría de la huerta pero me he tronchado con tanta mala baba. Por ejemplo, en de la página 60:

“[...] Él era un escritor de aforismos, hay innumerables aforismos de él, pensé, hay que suponer que los aniquiló, escribo aforismos, decía una y otra vez, pensé, se trata, desde mi punto de vista, de un arte mediocre, fruto de la falta de aliento espiritual, del que ciertas personas, sobre todo en Francia, han vivido y viven, los llamados semifilósofos para mesillas de noche de enfermeras, podría decir también filósofos de calendario para todos y cada uno, cuyas máximas leemos con el tiempo en todas las paredes de las salas de espera de los médicos; y tanto los llamados negativos como los llamados positivos son igualmente repugnantes. Sin embargo, no he podido quitarme esa costumbre de escribir aforismos, en definitiva me temo que son ya millones los que he escrito, decía, pensé, y haría bien en comenzar a aniquilarlos, porque no tengo la intención de que un día se empapelen con ellos las salas de hospital y las paredes de las rectorías, como con Goethe, Lichtenberg y compinches, decía, pensé. Como no he nacido para filósofo, me he convertido, de forma no totalmente inconsciente, tengo que decir, en aforístico, en uno de esos repulsivos participantes en la filosofía, de los que hay a millares, decía, pensé. Con ocurrencias muy pequeñas, aspirar a efectos muy grandes, y engañar a la humanidad, decía, pensé. En el fondo, no soy otra cosa que unos de esos aforísticos que son un peligro público y que, con su ilimitada falta de escrúpulos y su incurable frescura se mezclan con los filósofos como los ciervos volantes con ciervos, decía, pensé. Si no bebemos, nos morimos de sed, si no comemos, nos morimos de hambre, de esas sabidurías parten todos esos aforismos, a no ser que sean de Novalis, pero también Novalis dijo muchos disparates, según él, pensé. En el desierto estamos sedientos de agua, algo así dice la máxima de Pascal, según él, pensé. Mirándolo bien, de los mayores proyectos filosóficos no nos queda más que un lamentable regusto aforístico, decía, da igual de qué filosofía se trate, da igual de qué filósofos, todo desmigajado, si lo abordamos con todas nuestras capacidades, lo que quiere decir con todos nuestros instrumentos espirituales, decía, pensé. Hablo todo el tiempo de ciencias del espíritu y ni siquiera sé qué son esas ciencias del espíritu, no tengo la menor idea, decía, pensé, hablo de filosofía y no tengo la menor idea de filosofía, hablo de la existencia y no tengo la menor idea de ella, decía. Nuestro punto de partida es siempre sólo que no sabemos nada de nada, y ni siquiera tenemos idea de ello, decía, pensé. Ya en cuanto comenzamos algo, nos asfixiamos con los inmensos materiales de que disponemos en todas las esferas, esa es la verdad, decía, pensé. Y aunque lo sabemos, abordamos una y otra vez nuestros, así llamados, problemas del espíritu, nos aventuramos en lo imposible: Engendrar un producto del espíritu. ¡Qué locura!, según él, pensé. Básicamente, todos somos capaces de todo, y básicamente también fracasamos en todo, decía, pensé. A una sola frase lograda se han reducido nuestros grandes filósofos, nuestros mayores poetas, decía, pensé, ésa es la verdad, a menudo sólo recordamos un, así llamado, matiz filosófico, y nada más, decía, pensé. Estudiamos una obra inmensa, por ejemplo la obra de Kant, y con el tiempo se reduce a la cabecita prusiano-oriental de Kant y a un mundo totalmente vago de noche y niebla, que acaba en el mismo desamparo que todos los demás, decía, pensé. Quiso ser un mundo de lo inmenso y ha quedado un detalle ridículo, decía pensé, lo mismo ocurre con todo. [...]”
Traducción de Miguel Sáez.

El largo párrafo continúa desgranando perlas bien puntuadas cuando otro amigo me invita por WhatsApp a una barbacoa. Las vacaciones veraniegas son tiempo de barbacoas. Barbacoas y listas de lecturas por Facebook hacen buena combinación, ¿por qué no?: las listas de lecturas ardiendo en las barbacoas aportan complejidad al aroma especiado del chorizo parrillero. La invitación me obliga a salir, necesito comprar vino adecuado. Antes tengo que sacar pasta. Pegada al cajero automático está la librería, siempre es igual, no puedo resistirme; saco el dinero y entro. En la otra librería, la de la mañana, había ojeado un ensayo de Alianza Editorial sobre análisis de los géneros literarios. Entro a ver, paso delante de las novedades y giro a la izquierda, a la sección de “Teoría literaria”. No veo el ensayo. Un lomito amarillo limón y azul turquesa retiene mi curiosidad entre los manuales de escritura. “Puntación para escritores y no escritores, saber puntuar un relato breve, una novela, un artículo, un ensayo, un e-mail”, Silvia Adela Kohan. Qué bien están redactados los manuales de la lengua: la observación de J. resuena en mi cabeza mientras leo, ahora en casa, el prólogo y los tres primeros capítulos. El tercero, “Dónde va la coma”, no resuelve mi propósito de enmienda aunque da gusto leerlo. Volveré a consultarlo. El austriaco (o su traductor, Miguel Sáez) sabía dónde iba la coma; yo seguiré dudando: “Dónde va la coma” será otro epígrafe flotante en mi mar de dudas.

No debería molestarme que alguien emplee mi lista en su barbacoa

lunes, 14 de julio de 2014

El dramaturgo se sentó en la mesa redonda pero las mesas redondas no son redondas

Arrabal sobre su mesa 
En los auditorios de museos y centros culturales se convocan mesas redondas en las que cuando asisto, como oyente o como participante mesorredondista, me encuentro mesas en hilera horizontal. Mesas en línea frente al público. Mesas alargadas que parecen rectangulares. En los coloquios de la televisión sí veo mesas redondas. Sé que están en platós, en decorados frente a cámaras para la emisión o grabación del programa. Fuera de los rayos catódicos y de las pantallas LCD las mesas redondas no se ven redondas. Debe de tratarse, una vez más, de la percepción desde diferentes dimensiones. En las pantallas planas de los televisores todo se mueve en una dimensión menos que en el sofá desde donde miramos, pero, cuando asistimos a un centro cultural, los conferenciantes y el público nos movemos en el mismo terreno, en la misma dimensión; sin diferencias, como en Planilandia; por eso los conferenciantes mesorredondistas se ven planos, dicen planitudes y por eso desde nuestro asiento plano una mesa redonda se ve como una línea horizontal, como una mesa en hilera frente a un público que no puede apreciar si es redonda o cuadrada.

Estas dos mesas se disponían en hilera para acoger la mesa redonda sobre la cultura que acompañaba la exposición "Paisajes después de la batalla" en el Centro de Arte Contemporáneo Huarte, el 4 de mayo de 2011.