martes, 23 de agosto de 2011

Me apetece mezclar las churras con LAS MENINAS



https://m.youtube.com/watch?v=d88axaO7SV0



Ayer reclamé en la librería un libro que encargue hace semanas: “Carl Seelig, Paseos con Robert Walser”. Hacía tiempo que el libro había llegado y seguía reservado. El aviso no me llegó porque bailaba una cifra de mi número de teléfono, apuntaron 62 en vez de 26.
En la primera página, Seelig cuenta el viaje de su primera visita a Walser en el sanatorio de Herisau el 26 de julio de 1936.
Ese domingo viajé, temprano, de Zurich a St. Gallen, callejeé por la ciudad y escuché en la colegiata el sermón dedicado al despilfarro del talento.
Me apetece mezclar las churras con Las Meninas. He escrito bien: con Meninas. Mezclar churras con Meninas y no con merinas es más parecido a lo del culo con las témporas para hablar del talento. ¿Qué demonios es un talento? Hoy se cumple un mes del gran disgusto. La mala noticia salió en los telediarios de todo el mundo, llegó solapada por otra tragedia, la masacre de Noruega, pero el disgusto fue supino. Qué importaba esa chorrada de que muere una estrella y nace un mito. Este mes se han sucedido algunas informaciones raras. Han robado una libreta con sus canciones. Desplegó su último talento en una libreta, es algo que hacen los cantantes, no sé, no parece que escribiese también en un ordenador; como Bolaño y su ordenador inagotable, que se ha desvelado como el último gran talento escritor: el ordenador, el disco duro del ordenador de Bolaño que comparte méritos literarios con el baúl de los cuadernos escritos a mano en la etapa preinformática del chileno. Hemos visto una foto muy rara de guardaespaldas velando y posando con la caja de cenizas de la cantante. Hemos oído muchas, muchísimas alusiones al talento, muchos sermones sobre un talento desperdiciado, o derrochado o despilfarrado. Sobre un talento caprichoso, becario y vanidoso escribió Robert Walser un cuento con final feliz: el talento encuentra sitio, madura, crece y se vuelve generoso. Robert Walser también creció, llegó a anciano y tuvo la bella muerte de poeta que una vez describió: sobre la nieve, arropado por las nubes, por un sol tenue y el rumor del viento entre los árboles que me imagino de hoja perenne y no me quiero imaginar qué arropaba a Amy Winehouse el pasado 23 de julio; sólo espero ese reggae que nos han contado ahora que gravó en una isla del caribe. Espero ese poco más del talento derrochado, y espero que los productores no lo desperdicien.
“Amy, no morirás, nos quedan tus canciones”, escriben algunas almas compungidas. “Y una mierda”, pienso yo. Los artistas mueren. Se mueren los arquitectos, se mueren los pintores, y menos mal que también se mueren los escultores del acero corten y hojas de lata. Se murió la cantante excepcional, de éxito arrollador, que escribía canciones en una libreta. Todos se mueren menos los realistas, según parece. Queda su realismo pacato y rencoroso. Por eso el mundo es cada vez más feo. Como un museo.

Foto de Diario de Noticias. Fotógrafo Unai Beroz.
(Mientras no me lo impidan, agradezco la estimable colaboración involuntaria).
 


jueves, 11 de agosto de 2011

El oficio de vivir

Por ahora Vila-Matas no va ser el amigo desesperado porque, ocho líneas más abajo, el amigo desesperado es Cesare Pavese.
“Me pregunto ahora por qué diría ayer que no sintonizaba con Pavese si es mi sombra, si soy yo, si es mi lector, si es el amigo desesperado que siempre va con nosotros los enfermos de literatura, que estamos en permanente lucha contra la desesperación y la derrota.”
También lo leí ayer, pero entonces sonó el timbre del portero automático y me invitaron a salir de excursión a San Juan de Luz. Recordé que, en el centro de la nave de la iglesia de San Juan de Luz, navega suspendido un barco de vela y vapor. Salí pitando. Con lo puesto, la cámara de fotos y la cartera. La nave en la nave es un exvoto cuya historia desconozco. Por eso cargué con la cámara. La cartera sirvió para degustar vino, pescado, y comprar algunos libros.

miércoles, 10 de agosto de 2011

La extraña felicidad de Tobold

“Sí, hay momentos en la vida en los que no podemos entender por qué estamos de tan buen humor. Las alegrías no se convocan con órdenes ni con deseos: de pronto están ahí, y pueden desvanecerse tan caprichosamente como aparecieron.”

Robert Walser. “De la vida de Tobold” y publicado en “Vida de poeta” por Ediciones Siruela.
A Tobold le gustaba el trabajo: era un criado en el castillo del conde. Entendía por qué era feliz aunque lo olvidaba mientras tanto. Nos lo ha descrito antes: el paisaje le hacía feliz, el frescor matinal, los colores del otoño le alegraban la vista, la luz que entraba en los salones comunicados del castillo. Entendía que la alegría es pasajera, que tan pronto aparece como desaparece junto a las cosas pequeñas. Por eso se conformaba con sus labores de sirviente que le ofrecían felicidad perecedera, pero felicidad al fin y al cabo. Tenía todo lo que podía pedir porque, si pedía más, se arriesgaba a sentir la frustración que vislumbraba entre sus vecinos y compañeros de trabajo.
Walser lo narra (a lápiz). Tobold no es Walser, no debo olvidarlo. Puedo creer a Enrique Vila-Matas cuando me dice que Walser es un ejemplo de escritor subalterno, pero me equivocaría porque quien me dice esto es un tal Rosario y, hasta donde sé, Rosario Girondo es un escritor que intercala en su diario un diccionario de autores de diarios personales en la historia de la Literatura. Diccionario que emprende después de escribir su nouvelle “El mal de Montano” que ocupa todo el primer capítulo de la novela titulada “El Mal de Montano” de Enrique Vila-Matas; quien no habla conmigo: escribe la novela para su editor, para sí mismo, para sus lectores que nos confundimos y mezclamos autor con personaje por la manía esta de narrar en primera persona. A Vila-Matas le va eso de confundirnos, de hacernos entender que escribe sobre su vida barcelonesa en la Travesera de Dalt o en una calle cercana (creo haberle visto por allí, no pretendía espiarle ni saber dónde vive; sólo un poquito, pero no soy curioso). En “El mal de Montano” me confunde, pienso que habla de sí mismo y habla del tal Rosario Girondo. Desconozco dónde irá a parar porque voy por la mitad. Si ustedes han terminado la novela, no me la cuenten de momento.
Por otro lado, “Walser es asperger”, concluyen en una revista médica chilena que acabo de leer. Los comportamientos peculiares tienen un diagnóstico y pierden esta peculiaridad cuando se diagnostican. ¡Vaya mierda!, permítanme opinar. Menuda decepción psiquiátrica (mierda y decepción, la conclusión literaria; no el artículo de la revista chilena, muy documentado y ameno).
Un psiquiatra del centro de salud mental de mi barrio ha anotado que muchos comportamientos peculiares de nuestros vecinos derivaron en patología susceptible de modificar con la medicación adecuada. ¿Modificar hacia dónde?, ¿con qué resultado?, se pregunta el psiquiatra. ¿Hacia un carácter normal? O sea que el carácter es una patología y un carácter normal es una falta de carácter. ¿No es eso otra patología? Vivir es una patología mortal, indudablemente, y ahora los caracteres son patologías diagnosticables porque, como ha escuchado alguna vez en su consulta: “aquí el que no corre vuela”.
“El pentotal paqué”, lee Rosario Girondo en el diario de su madre que se llama realmente Rosario Girondo porque el escritor protagonista firma sus novelas con un seudónimo que corresponde al nombre de su madre, un matrónimo, nos dice Rosario Girondo o Enrique Vila-Matas; no sé si me explico, lean la novela, no perderán el tiempo; o sí, porque mi cuñada perdió el tiempo con “El mal de Montano”. No demasiado. “Buf”, pensó, “menudo rollo”, y lo cerró a la cuarta o quinta página según me contó mi hermano por teléfono.
–He empezado un libro que compró M. y abandonó enseguida. Un rollazo le ha parecido. Se titula El mal de Montano.
–Pero… ¡si debe de estar muy bien! –le digo–, es de Vila-Matas, he leído bastantes de sus libros, aunque éste me falta.
–Es que me aburren las novelas, no quiero entretenerme con historias que no me enseñan nada; paso de cuentos, ya me entiendes…
–Precisamente. Vila-Matas cuenta cosas, intercala reflexiones, tiene humor, habla de literatura… –me doy cuenta de que, si no le interesan las novelas, menos le va a interesar una metanovela, pero no me desdigo– Te gustará porque no va de piratas ni de amor como las que dices que te aburren, creo. Ésta te dará a conocer otros escritores, quizá a filósofos, a pintores. Algo aprenderás… no sé, yo no la he leído.
–Pues cuando vengas a casa te la llevas, no la necesito para nada.
Dos semanas más tarde obtuve mi mal de Montano.
–Sí, parece que está bien, dijo mi hermano al entregármela.
No la había leído, pero la había hojeado e incluso subrayó las palabras “Pere Gimferrer” y la frase: “El pentotal paqué”.
El psiquiatra del centro de salud mental de mi barrio tampoco sabe paqué, pero sí sabe paquién: patodos, el pentotal patodos.

Me resulta extraña esa felicidad de Tobold. No recuerdo un momento de felicidad sin motivo. Debe de ser hermoso, una experiencia embriagadora, de poeta. Pero no soy poeta, ya lo saben, porque, aunque la palabra impoética no existe en el diccionario, se entiende fácil, y vale, les confieso que tampoco yo soy yo. Soy otro. No, no soy un sapo impoético; como ya sospecharán, soy sencillamente prosaico (en español o castellano, como prefieran). Si estoy alegre, no me paro a pensarlo, pero encontraría un motivo; podría deberse a un vino excelente o a varios regulares pero embriagadores en su expresión más prosaica; o estoy feliz porque me he levantado sin resaca y no me duele nada; o porque me han comprado una pieza, quizá un escultura, y llegaré al colmo de la alegría si encima me la pagan; o porque me sonríen por la calle; o porque en mi correo electrónico, después de limpiar toda la morralla de Exit-expres, w3art, Arteleku boletín, ofertas de la tarjeta del Corte Inglés, ofertas de PayPal, Jazztel, MoviStar adsl, y Easyviajar, aún me queda en el buzón algún mensaje de amigos o conocidos. Me alegro mucho, pero mucho, cuando los vecinos de arriba salen de casa y el ruido cesa; soy bastante feliz durante este verano templado y sin sofocos; me alegra el aroma a tierra mojada después de la tormenta, pero esto es contar demasiado, no pretendo aburrirles, ni quiero explorar la alegría. Como Tobold, no exijo más, me conformo y con canciones sencillas, como esta de los Specials que cantaba Amy Winehouse.


 Durante los minutos musicales, he avanzado algunas páginas, he llegado a la entrada “Pavese, Cesare” del diccionario de Rosario Girondo, y leo:

“Voy a ir a la cocina a tomarme un yogur, iré acompañado por el amigo desesperado que va siempre conmigo, ese amigo que soy yo mismo y que, para no caer en las garras de la maldita desesperación, escribe este diario,…”
¡Atención que ahora sí!, ahora por fin va a destaparse Vila-Matas como el amigo desesperado de Ricardo Girondo, no sé, o tal vez confiese que es el mismo Ricardo Girondo aunque yo tampoco descartaría que se identificase como el yogur que hay en la cocina. ¡Leche! No puedo con la intriga. Les dejo.


El ejemplar que superó la postergación