domingo, 26 de mayo de 2013

Sólo quedan angarillas


Así las llaman en el pueblo: angarillas. La RAE no define angarilla como puerta de barras metálicas en forma de parrilla, y no quisiera detenerme en definiciones pero para mí una angarilla siempre ha sido la puerta de barrotes en la entrada de una cerca del pueblo de mi padre, y ya está. Quedan pocas cercas, porque una cerca –esta vez sí coincido con la RAE– es la pared de piedras que rodea la cerca –La RAE limita la denominación “cerca” a la pared pero en el pueblo de mi padre aplican la metonimia para referirse también al terreno–, saltábamos la cerca de cerca en cerca para ir campo a través cuando encontrábamos angarillas candadas o porque la angarilla estaba en el otro extremo y nosotros acortábamos en línea recta saltando de cerca en cerca. Las paredes eran piedras de granito o de pizarra (piedras de granito o lascas de pizarra apiladas). Las mejores tenían granito, moles de granito por la base, pizarra en medio, se remataban con granito más pequeño y se encalaban: eran paredes de mampostería firme, unas cercas de postín. Las cercas de lascas de pizarra, planas una sobre otra en hileras dobles, eran muy estables aunque alguna lasca superior, la que pisábamos o en la que nos apoyábamos para saltar, se partía. No era un salto limpio en el aire, estas cercas medían poco más de metro y medio de alto, lo normal era apoyar primero una mano o las dos para saltarlas; dependía de la agilidad de cada uno el poner un pie en lo alto para pasar el cuerpo o saltar sólo con el apoyo de las manos, de una vez. Estas cercas no era altas, como digo, pero eran perfectamente opacas a diferencia de las más comunes y sencillas, las cercas de granito: hileras de pedruscos en equilibrio, los de abajo un poco más grandes que los de arriba, colocados de tal modo que si fuésemos enanos  podríamos ver el campo cercado a través de los huecos entre ellos. Cuando saltábamos estas cercas, que casi nunca superaban el metro setenta, teníamos cuidado de no derrumbarlas porque no estaban encaladas ni eran de mampostería y a veces tirábamos las piedras de arriba y a veces media pared, si teníamos tiempo, recolocábamos las piedras pero, si corríamos detrás de un perdigón, de un conejo o detrás de la Loli que perseguía no sabíamos qué, entonces las piedras quedaban donde caían y el dueño de la cerca las recolocaría entre juramentos que yo nunca pude oír porque ya estaba  muy lejos, me había alejado unos 700 kilómetros al norte más o menos.

Regresaría al verano próximo y al siguiente y al siguiente hasta que dejaría de ir y pasarían 14 años en los que mi tía nos tenía al corriente por teléfono. Una tarde, no recuerdo si había terminado el telediario o Mariano Medina, que no se había jubilado aún, daba el parte meteorológico o, tal vez, había empezado El Coche Fantástico; mi tía llamó para decirnos que la Loli había muerto. No lloré, recordé su carita de ojos negros, simétrica, su pelo blanco y corto que empezaba detrás del hocico y cubría su cuerpo menudo sin manchas hasta las uñas. Recordé su tarjeta veterinaria: “mezcla de podenco y ratonero”. La Loli no tenía pedigrí, era preciosa; se marchó la primera, el verano que regresé después de esos 14 años todo había cambiado, no estaba la Loli, ni mi tío ni mi abuelo ni mi abuela, y las cercas que encontré eran bajas, no era impresión mía, yo no era más alto, la Junta había asfaltado los caminos y habían enterrado las piedras de muchas cercas bajo el asfalto para nivelar el terreno; habían sustituido las piedras por alambradas, las cercas que quedaban se veían muy bajas desde la carretera porque al levantar los caminos aquellas cercas de postín, que antaño superaban los dos metros, ya no llegaban al metro y medio y las podía saltar cualquiera.

Ahora tengo miedo, lo reconozco, he terminado el café importado de Portugal que me enviaba mi tía, “Café especial cubano, café torrefacto de Campo Mayor”, es el que se toma por allí y al que estoy acostumbrado, un café espeso, delicioso y negrísimo, ideal para entenderse con Pessoa en el Libro del Desasosiego o, simplemente, para empezar el día despierto y con buen sabor. En enero llamó mi primo al móvil, eran las 9 de la mañana: “Mi madre ha muerto, no superó la neumonía”. Y ahora yo debería regresar a por café; no me atrevo, sólo quedan angarillas, me asusta mucho la primera acepción de la Real Academia Española:
angarilla.
(Del lat. *angariellae, dim. de angaria 'prestación de transporte').
1. f. Camilla para transportar a pulso enfermos, heridos o cadáveres.






martes, 7 de mayo de 2013

Me han contado la historia de las ratas en el motor del Mercedes.
Ratas extremeñas que viajaron a Navarra en un Mercedes. Vivieron en el motor seis meses. Hicieron un nido con periódicos y un pantalón vaquero. Se comieron el cable de un piloto antiniebla.