jueves, 31 de mayo de 2012

Prometí relatar por orden los acontecimientos y aunque nadie tome en cuenta mis promesas, lo voy a cumplir.  Para justificar la demora me amparo en una ley indiscutible: Da mala suerte al concursante comentar el concurso antes de la resolución. Este mes de mayo he recibido la notificación oficial de la Administración Convocante que me permite publicar mi relato sin infringir la ley citada. Lo escribí hace un año y ha esperado este tiempo en el limbo de los borradores Blogger.


Nos remontamos a la primavera de 2011. La primera semana de mayo empezaron los picores. Creí que mi hígado solicitaba atenciones y me sometí a un estricto régimen de fruta, fibra, verduras e infusiones medicinales, pero los picores no cesaron; ¿otra muda de piel?, ¿otra metamorfosis?, ¿en qué me convertiría esta vez? Me preocupé.
Un día llegó la primera invitación. La policía local no supo localizar a ninguno de los agraciados en el sorteo para ejercer de presidente en la mesa electoral: en un nuevo sorteo me tocaba primer suplente. No cundió el pánico. Me cisco en la democracia, pero en el peor de los casos me ganaría sesenta y pocos euros por la tontería, bastante más de lo que había logrado en todo ese año de éxitos artísticos. Y no llegaríamos a tal punto; desconocía los motivos que alegaban otros para liberarse de esta responsabilidad, pero, en cuanto supieran que me he convertido en un sapo venenoso, me dispensarían de mis obligaciones, seguro. Además era suplente, no tendría tan mala pata.

El 9 de mayo falleció M. Gran hombre, de origen castellano, de Valladolid, más precisamente de Olmedo. Llegó a Euzkadi a trabajar, a escapar de la pobreza y sobre todo a vivir porque su familia no eligió el bando ganador y, tras la guerra civil, lo mejor era emigrar, salir del pueblo y establecerse en las Vascongadas de aquella época donde se casó y tuvo tres hijas.  El 10, en un espléndido día de primavera, fué el entierro y el funeral. Conocí a sus familiares de Valladolid con los que recordé a M. y también hablé de pelota vasca.
En Valladolid hay mucha afición me contaron; tenemos un buen frontón donde se juegan torneos, sólo nos faltan los pelotaris profesionales.

No entiendo mucho de pelota, ni de otros deportes, pero una semana antes me había desplazado a un pueblo de Navarra a fotografiar la obra de un artista marginal, católico y majadero dueño de un caserón con jardín plagado de esculturas y cacharros. No encontré al artista pero me crucé con el campeón manomanista Juan Martínez de Irujo que se disponía a almorzar en una panadería-bar-restaurante, justo enfrente del caserón.
Un vecino chismoso me informaba de que el artista local no estaba en casa a esa hora, y era una gran suerte para mí porque si me veía asomando las narices a su jardín con una cámara de fotos, me arrojaba a la cabeza la motosierra, la amoladora y todas las herramientas de que dispone.
Se le fue la pinza al hombre hace años contaba el vecino. Es una pena porque es un artista, mira que cosas hace, mira, ¿ves esa escultura?, ¿qué crees que es eso que le sale por ahí?
La escultura es de chapa y representa a un hombre tumbado de espaldas haciendo la bicicleta: el ejercicio gimnástico de mover las piernas boca arriba. Entre las dos piernas flexionadas sale lo que parece otra y, sobre esta, una representación clásica de pene enhiesto con sus dos testículos. Los genitales parecen aplastados contra el mástil pierna o antepene, algo indefinible que hace tan interesante la conversación con estos artistas aunque, por el temperamento huraño del que nos ocupa, el contacto resultará difícil o imposible; al menos, eso opina el vecindario que le espía con recelo, porque el elemento fálico les perturba y echan en falta una pudorosa hoja de parra en el conjunto escultórico. Hay un pene, y lo pone en el pedestal de chapa: “LU PEN”. Parece un juego de palabras con el nombre del ultra derechista francés y lo que sale de la entrepierna.
 ¿Qué te parece? insiste el vecino.
Pues bonito, por eso saco fotos; además, está muy claro, con el título no hay duda, eso no es otra pierna.
Martínez de Irujo llegaba al Bar Restaurante. El vecino le saluda.
 ¿Qué tal la mano?, he leído en los periódicos que todavía no andas recuperado del todo.
No creas todo lo que escriben por ahí le contesta Martínez de Irujo sonriendo.
Ese año no revalidaría el título. El 14 de mayo Irujo perdería 18-22 contra Olaizola II en el frontón Bikaia de Bilbao. Tampoco Olaizola II obtendría La Txapela.


Esto es lo que más o menos conté a un sobrino de M. aficionado a la pelota: que unos días antes había visto a Martínez de Irujo en imponente forma física; le predije un emocionante partido de cuartos de final, el resultado no, porque ni soy visionario ni, como ya he dicho, entiendo de pelota vasca. Del artista majadero nada hablé. No era momento para aburrir con lo del arte.
El entierro fue por la mañana, el funeral a última hora de la tarde; a mediodía habíamos almorzado y paseado por lugares que M. frecuentaba. Pasó el día. De noche, en el buzón me esperaba un sobre con mucha documentación. En la primera hoja me invitaban a participar en un concurso para colocar esculturas en la autovía. ¡Bah!, el típico apaño en el que se convoca a panolis para cumplir la formalidad porque ya saben quién construirá las esculturas. No quise leer más y me fui a la cama. Estaba triste y cansado.

A la mañana siguiente, con mirada fresca, releí la invitación para el concurso de “ornamentación de carreteras”. No perecía cerrado. En dos días nos convocaban. El punto de encuentro lo señalaba una chincheta en una imagen del Google Earth. La cita era en un descampado cerca de un antiguo puente. Pensé en Cary Grant en “Con la muerte en los talones”, esperando en el baldío, en un cruce de la nada y un avión que viene a aniquilarle. ¡Que buena idea! Convocar a escultores de autovía en un descampado, con el cebo de un suculento concurso, para acribillarlos y fumigarlos sin testigos. ¡Genial! Pero yo no soy escultor de carreteras, todavía no merezco ser fumigado por eso. Mis desmanes pertenecen a otros ámbitos.

La mañana señalada, conduje una hora hasta el punto de encuentro. Llovía. Paré en la cuneta y esperé con los limpiaparabrisas accionados. Por el retrovisor distinguí un Rover verde pistacho que, muy despacio, cambiaba de carril y paraba en la cuneta opuesta. Demasiada atmósfera Hitchcock que mitigué apagando los limpiaparabrisas. Un tipo alto salió del Rover, el paraguas abierto apuntaba hacia mí y le tapaba la cara.
–¿También has venido a esta cita rara? –me pregunta.
–Pues sí, vaya cosa ¿no? –le contesto y salgo del coche.
Nos presentamos dándonos la mano y nos reconocemos; ya habíamos coincidido en alguna otra ocasión. Pronto llegaron más artistas y un coche con distintivo oficial del que salieron dos funcionarias escoltadas por el chofer que las resguardaba con un paraguas. Bajo la lluvia nos explicaron el plan. Conduciríamos cada uno en su coche, en convoy, despacio y con las luces de emergencia en los puntos señalados.
Escampó sobre la carretera y todo se veía más claro. No aprecié ninguna preferencia, parecía un concurso limpio. Conocía a los otros artistas y hasta me caían bien. Sigo siendo un ingenuo. Los picores se intensificaron por todo mi cuerpo desde la planta de los pies hasta la coronilla.
Toda mi vida despotricando de los escultores de autovía, y ahora que se ofrecía la oportunidad ¿la rechazaría?, ¿tendría el pundonor de abandonar una oferta que me proporcionaría unas cifras providenciales en mi cuenta corriente o aceptaría el reto para demostrar a los cenutrios que se puede colocar algo diferente a una chatarra de iconos y perfiles extrusionados? Y ¿qué podía hacer? No es fácil poner un mojón que no apeste en las autovías, por eso son tan horrendos. Empezaba a pensar como uno de ellos. ¿Era esta mi metamorfosis? Tres días más tarde, una nueva comunicación en el buzón planteaba otra alternativa.

Por la presente se le hace saber que, al no poder desempeñar el cargo para el que fueron nombradas en el distrito 4 sección 6 mesa B la persona o personas designadas como titular o suplente, pasa usted a desempeñarlo como titular.
Se le hace saber igualmente que, habiéndosele notificado con anterioridad su primer nombramiento, sin haber formulado excusa que le exima del cumplimiento del cargo, no le cabe alegar ya ninguna.
A 20 de mayo de 2011

EL SECRETARIO DE LA JUNTA ELECTORAL DE ZONA
¡Arrea!, esta sí es una metamorfosis consumada. Sin comerlo ni beberlo, soy presidente.

El 22 a las 8 menos diez de la mañana llegué a la puerta del colegio electoral con la esperanza de que, en cuanto viesen aparecer un sapo de un metro ochenta, me mandarían a casa porque no es muy presentable un presidente batracio y todavía existe la superstición de que los sapos escupimos veneno a los ojos de todo el que se nos pone delante, y cegar a los electores en el momento de ejercer su legítimo derecho constitucional es, cuando menos, inoportuno, porque el “procedimiento de voto accesible” para personas con discapacidad visual debería haberse solicitado con anterioridad.
Un gordo trajeado y un flaco con jeans por encima del ombligo y camisa blanca adornada con pegatinas de marcas moteras –o sea, que ni tiene ni tendrá nunca una moto–, esperaban a que abriesen. Adormilados o tristes por la suerte de su domingo, apenas contestaron con un gesto a mis “buenos días”. Ni me miraron, siguieron a lo suyo; fijándose en la pared el gordo y en el suelo el flaco. Yo, por hacer algo, me puse a mirar al cielo. Así permanecimos algunos minutos. El gordo trajeado fue el primero en reaccionar.
¿Os ha tocado alguna vez?
El flaco y yo respondimos que era nuestra primera vez, luego el flaco expresó sus preocupaciones.
–Mucha gente se ha buscado excusas para no venir a las mesas. Yo era suplente pero me han comunicado que seré titular porque el otro se ha librado.
–A mí me tocó suplente en un segundo sorteo porque en el primero no encontraron a nadie, y este viernes me enteré de que soy titular –conté yo.
Esto parece que animó al flaco porque dejó de mirar al suelo y empezó a observar a los que allí estábamos que ya éramos casi todos los presidentes, vocales y suplentes convocados.

La jornada transcurrió sin incidentes en mi colegio electoral que el resto del año es una ikastola. La mayoría de interventores y apoderados pertenecían al partido nada amigo de lo vasco que obtiene la mayoría en el distrito desde hace décadas. Se paseaban como Pedro por su casa, visitaban las aulas solícitos y con curiosidad, sabedores de que, hasta los próximos comicios, no volverían a pisar un antro donde se adoctrina a los niños en el idioma del demonio. Sentía que yo no era el único bicho que ocupaba este colegio aunque aún no estaba seguro de haber completado una nueva metamorfosis: todavía no sabía qué era. ¿Por qué nadie me decía nada? Quizás porque aquello estaba infestado de bicharracos. Esos apoderados no eran precisamente guapos. Se sentaban a mi lado con ojos de vampiros o de reptil de la serie “V” y me aconsejaban cómo dirigir mi mesa electoral. Una joven lagartija –que había visto en la prensa actuar de concejal– me contó que los de Bildu la estaban liando en otro colegio.
Se presentan a votar portando pegatinas, conscientes de que está prohibida toda propaganda. Buscan provocar. Nadie les dice nada, los presidentes de mesa no se mojan me miraba.
Lo que ella portaba era un distintivo que sí estaba permitido. Las pegatinas no sentenció.
–“Tal vez todo sigua como antes y mi preocupación ante una nueva transformación sea un error. Por lo menos esta lagartija me ha identificado. Sabe que soy anfibio, que habito fuera del agua y que me mojo poco” –pensaba esto y me preguntaba si el flaco que ejercía de presidente en la sala contigua, con su camisa adornada de adhesivos Kawasaki, recriminaría a los de Bildu por el asunto de las pegatinas ilegales.

Poco antes de cerrar, un votante treintañero con mirada perdida y aspecto desaseado nos pidió un bolígrafo. Mi vocal de la derecha, oculista de profesión, le prestó el suyo; la vocal de mi izquierda, funcionaria administrativa jubilada, preguntó a voz en grito que para qué quería alguien un bolígrafo si no se debe escribir en las papeletas como no sea para ejercer un voto nulo, ¡pero qué gente hay por ahí, por Dios! El hombre se encerró en la cabina para votar en privado. Oímos remover papeletas, garabatearlas, arrugarlas. Al cabo de unos minutos salió con mirada desafiante y las papeletas en sus sobres cerrados. La oculista le pidió educadamente el carnet de identidad, el votante rebuscó en su cartera y nos enseñó un documento que no es original ni por tanto válido: un DNI obtenido desde otro escaneado, impreso en papel fotográfico y plastificado. Podría ser falso aunque no lo creo. Supuse que era una copia que lleva para no perder el original o por cualquier otra manía de un tipo con ojos de pirado que no tengo por qué entender. Nadie más se dió cuenta, ni la oculista, ni la administrativa jubilada ni el apoderado encorvado y con incisivos torcidos, el vivo retrato del Nosferatu de Murnau, que había relevado a la lagartija en su puesto.

Durante el recuento apareció el voto nulo: la palabra “SABANDIJAS” escrita con bolígrafo y letras mayúsculas de desigual tamaño ocupaba toda la papeleta en sentido horizontal. Los apoderados que asistían al escrutinio rieron con suficiencia. No se daban por aludidos, creyeron que era un insulto a sus dirigentes políticos pero yo sé que no, sé que el iluminado del carné escaneado nos había reconocido, a mí y a las demás sabandijas, porque los niños, los locos y los borrachos no disimulan y, si el emperador va desnudo, lo dicen y, si la mesa electoral está presidida por un sapo acompañado por reptiles y chupasangres, lo escriben en la papeleta para que quede constancia. Más que un pirado, el tipo con ojos de indignado era un visionario, y me tranquilizó saber que seguía igual, que no se habían materializado nuevas metamorfosis en mi organismo.
Al día siguiente estaba agotado, la dieta de sesenta y pocos euros no cubría el desgaste de una jornada electoral. No estoy de acuerdo con la propuesta que tantas veces escuché en el colegio, la de elegir a los integrantes de la mesas entre los parados. La tuve que oír de mil maneras diferentes y nunca me sonó bien, mi agotamiento del día después me reafirma: además de parados, explotados; no lo veo justo. Para convocar a parados, habría que subir la dieta; ofrecer un salario acorde con las horas y el esfuerzo invertido. Si el estado puede soportarlo bien, si no, no es buena idea.
Me quedaron pocos días para diseñar los proyectos de escultura y ornamentación de carreteras, autovías y variantes. En eso estuve ocupado, entregué en plazo y esperé el veredicto; esperaba una respuesta de las funcionarias, ya nada me picaba aunque, por mi anhelo de convertirme en escultor de mojones, emprendía el verano con crisis de identidad.

COYUNTURA ACTUAL  Y CONCLUSIÓN

Notificación del 8 de mayo de 2012:
Estimado amigo:
En relación con el concurso para adjudicar los motivos ornamentales de las Variantes de autovías, en el que usted participaba, le informo que debido a la coyuntura económica actual, esta Administración ha decidido no continuar con dicho concurso.

En consecuencia, puede pasar a retirar toda la documentación, bocetos, maquetas, etc, que usted presentó.

Agradeciendo su colaboración, atentamente

LA DIRECTORA DEL SERVICIO DE FRUSTRACIÓN

Agradezco a La Directora su delicadeza por no colocar adjetivos delante de “coyuntura económica actual”.
Respecto al lema “Da mala suerte al concursante comentar el concurso antes de la resolución”, no afirmo que sea cuestionable, pero he comprobado que seguirlo a rajatabla no garantiza una resolución favorable; es más, ni siquiera garantiza una resolución.


Elaborado ejemplo de proyecto para ornamentación de carreteras