sábado, 31 de diciembre de 2011

“Humano como una lágrima” es una comparación que no entiendo bien porque me despistan los burros con legañas


            1humano como una lágrima
            2Respeta el pH
de las lágrimas


1- De “Ejercito enemigo”. Alberto Olmos, página 206 en la primera edición de Mondadori.
2- De “El hacedor (de Borges), Remake”. Agustín Fernández Mallo, página 137 en la primera edición de Alfaguara.

El párrafo completo en “Ejercito Enemigo”:
“Pablo López Fontana me pareció inmediatamente no culpable. Por su nombre. Tener un nombre me lo hacía concreto, humano como una lágrima. El asesino genérico de Daniel se me hacía implacable, oscuro, monstruoso, refugiado en las cavernas del anonimato, masticando sangre y delito. Pero Pablo López estaría tranquilamente en su casa, viendo un concurso por la tele.”
El poema que ocupa una página y un capítulo completo de “El hacedor (de Borges), Remake”:
“A la efigie de un capitán de los ejércitos de Cromwell

Respeta el pH
de las lágrimas

(frase encontrada en un prospecto de una crema hidratante de ojos)

LAS COMPARACIONES SON ODIOSAS

He visto lágrimas de burro que se hacen legañas a las que acuden moscas negras como los ojos del burro, azabaches como los de Platero aunque el burro que he visto llorar miraba con ojos negros, simplemente negros con legañas negras plagadas de moscas negras, y era grande, un burro grande.
Las comparaciones son odiosas. “El hacedor (de Borges) Remake” de Fernández Mallo me ha gustado más que “Ejercito enemigo” de Olmos. No mucho, mucho más. Sólo un mucho más, que es poco más porque fueron lecturas consecutivas y los dos libros me gustaron. La comparación resultó odiosa e inevitable. Tienen poco en común. Sí, escritores españoles, de edición joven, o mejor, de edición actual, porque son jóvenes pero no tanto, no jodamos con la juventud, si fuesen neandertales serían ancianos, pero son homo sapiens sapiens, homos listos: un calvo y un gafapasta. Listísimos. Poco jóvenes ya: uno de treintaimuchos y el otro cuarentaitantos. Tampoco son malditos pero tienen lágrimas. La de Olmos es cursi. No la entiendo bien. A veces lo cursi me chirría. No importa, “también me va lo cursi”, escuché a Kate Winslet el día de navidad en una película sobre navidad, y me gusta Kate Winslet a pesar de “Titanic”, qué pasa. También me molan los Icebergs aunque un Iceberg hizo chirriar el casco del trasatlántico y la lió Parda que es una Osa que en el círculo cromático del Atlántico Norte desentona. He tenido que ir al Polo a pensar y regresar. “Humano como una lágrima” es una comparación que no entiendo bien porque me despistan los burros con legañas. Sobre estas líneas entiendo que Olmos me suena cursi pero no se equivoca. Olmos es muy listo, ya lo he dicho, sabe que una lágrima es humana. Porque los lagrimales del burro producen moscas. El burro llora moscas y el humano lágrimas, todos nos parecemos, lloramos elementos volátiles. Yo, sin ir más lejos, me como mis lágrimas. Antes que se evaporen, prefiero atrapar con la lengua mis preciadas moscas saladas.

El burro llora las moscas que vuelan de sus lagrimales

martes, 20 de diciembre de 2011

Antes de Navidad

El niño desamparado
Lloraba al descubrir
Que los Reyes son los padres
Y un tío suyo
El Hombre del Saco

viernes, 2 de diciembre de 2011

Buscaban hombres

Letrero en la entrada del pabellón de Chile en la Bienal de Venecia de 2011

“Men wanted for hazardous journey. Low wages, bitter cold, long hours of complete darkness. Safe return doubtful. Honour and recognition in event of success.”
Anuncio atribuido a Shakleton para reclutar integrantes de la Expedición Imperial Trans-Antártida en 1914 a bordo del Endurance.

“Se buscan hombres para viaje arriesgado, poco sueldo, frío extremo, largos meses de oscuridad total, peligro constante, regreso a salvo dudoso, honor y reconocimiento en caso de éxito.”
Anuncio que reprodujo el artista chileno Fernando Prats para su proyecto titulado “Gran Sur”, y que materializó en letrero luminoso en la fachada de la Casa America de Madrid, en el paisaje de la Isla Elefante en la Antártida y en la entrada al pabellón chileno de la pasada edición de la Bienal de Venecia.
Buscaban hombres y los encontraron. Más de 5000 valientes respondieron al anuncio de Shakleton. Finalmente completaron su expedición 28 hombres.
Entre los que acudieron al anuncio de Fernando Prats, encontramos a un intrépido Fernando Castro Flórez que también sobrevivió a las penalidades 97 años después del viaje del Endurance. Todos sobrevivieron, así que nuestro aguerrido extremeño a la par que crítico, profesor de estética, humorista, pendenciero y colaborador en programas de tv como “El  Intermedio” y “Lágrimas en la lluvia”, podría relatarnos con la solvencia de su prosa algunos detalles de la aventura. Podría precisarnos si el sueldo era tan bajo como el que proponía Shakelton, si el frío, tan extremo, cómo se orientaron en los meses de profunda oscuridad, y describirnos la angustia, el estímulo del peligro constante y, si se siente a salvo y con éxito, el honor. Podría explicarnos el honor ¿En qué consiste el honor? Si lo conoce.

Hoy ha sido noticia otro chileno: Nicanor Parra. He sabido que nació el 5 de septiembre de 1914, el mismo año que se inició la Expedición Imperial Trans-Antártica, la expedición del Endurance. Nicanor Parra tiene 97 años. Ayer le otorgaron el Premio Cervantes.

“LA REPÚBLICA HIDEAL DEL FUTURO
 
Suprimiría los premios literarios
 Pues no somos caballos de carrera
 x un deudor feliz
 Cuántos acreedores postergados…”


“QUÉ ME PROPONGO HACER CON TANTA PLATA?

 Lo primero de todo la salud
 En segundo lugar
 Reconstruir la Torre de Marfil
 Que se vino abajo con el terremoto

 Ponerme al día con impuestos internos

 Y una silla de ruedas x si las moscas


“MENTIRÍA SI DIGO QUE ESTOY EMOCIONADO

 Traumatizado es la palabra precisa
  La noticia del premio
                                   me dejó con la boca abierta
  Dudo que pueda volver a cerrarla.”


Nicanor Parra, de “DISCURSOS DE SOBREMESA”, Ediciones Universidad Diego Portales, 2006.

 –Él bien que se acuerda de los sapos. ¿Sabías que Nicanor Parra una vez propuso que “en lo sucesivo la palabra sapo se escriba con zeta”. ¿Y tú?, ¿has esperado a leer esta mañana en los periódicos que le han otorgado el premio Cervantes para acordarte de él, zapo Impoético? Dime: ¿por qué no has mentado antes a Nicanor Parra?, ¿no has tenido ocasión en todo este año y pico de acordarte, ni cuando mentabas cierto artefacto literario ni con todo el rollo que te traes con la impoética?, ¿por qué no has citado ningún antipoema?, ¿o crees que hace falta ser poeta para apreciar a un antipoeta?, ¿qué excusa me pones ahora para esta imperdonable ausencia? Y no me salgas con el cuento de “no se puede estar en todo”, porque no me vale.
–Ninguna, Fofito Grillo, no tengo ninguna excusa. Me resigno a recibir tu reprimenda con las orejas gachas.
–¡Tú no tienes orejas!
–Ningún anfibio tiene orejas.
–¡Vergüenza te debería dar!
–Tampoco los grillos tenéis orejas, no te pases Fofito Grillo.
–Me refiero al olvido imperdonable.
–También podías haberte acordado tú, grillo listo.
–No me vengas con esas que yo no puedo estar en todo.

martes, 8 de noviembre de 2011

Republic of Azerbaijan “Relational, of Baku”

La participación de Azerbaiyán en la Bienal de Arte 2011 es una de las que se dispersan por la ciudad de Venecia fuera del recinto de los Giardini (donde se concentra la representación general de países). Se expone en Palazzo Benzon. Yo no la vi. Publico imágenes del catálogo.
 
Aga Ousseinov, "Brave Old World",
 fragment of the "In the Middle of Erewhon II" instalation, 2010
 
Aidan Salakhova, "The BooK", Marble, 70 x 40 x 90 cm, 2011
 

Nota:
Que yo sepa “Erewhon” es una novela del siglo XIX. El autor es Samuel Butler.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Ángeles en la 207

He llegado por la galería que rodea al patio en el segundo piso del edificio Sabatini. Visito la colección en sentido inverso a la numeración de las salas, no sé como ha ocurrido, he subido al segundo piso por un ascensor, he visto cuadros de Torres García, obras de Schlemmer, la salita dedicada al GATEPAC, y he pasado al espacio dedicado a la República que protagoniza el Guernica y las piezas que lo acompañaron en el pabellón español de la exposición Internacional de 1937. Todo en un conjunto de habitaciones bajo el número 206. Cuando he salido he recorrido la colección en orden, sala por sala, contando hacia atrás de la 205 a la 204, 203, 201, y de ahí el número ha saltado al 210, luego 209, 208 y ahora estoy en la 207. Una sala como cualquiera del Museo Reina Sofía. El plano es rectangular, espacioso y alargado. Paredes altas, bóveda de cañón en el techo y suelo de mármol blanco de Macael. La diferencia entre los lados largos y cortos del rectángulo es notable y en cada una de las paredes cortas sólo han colgado un cuadro: los dos cuadros que presiden la sala. Me acerco al que está a la derecha desde la entrada. No sé si miro al norte, al sur al este o al oeste: miro un cuadro solitario en su pared. Don DeLillo lo sabría y cualquier policía de un telefilm americano también: “el fugitivo conduce un Pontiac negro por la 41 en dirección norte”, dicen los policías en las películas, ningún espectador se extraña, ¿tienen los americanos una brújula incrustada en la coronilla? DeLillo empieza su novela “Punto Omega” presentando a un espectador en una sala del MOMA con esta frase: “Había un hombre de pie contra la pared norte”. Yo hace rato he perdido el norte, mejor dicho, no lo he perdido porque nunca lo he tenido y marcho por un museo donde no entiendo por qué voy en dirección inversa a la numeración de las salas, me oriento mediante coordenadas polares, coordenadas con referencias consecutivas al último punto localizado; estoy perdido. DeLillo y los policías de serial americano usan coordenadas absolutas. El espectador de “Punto Omega” está apoyado en la pared norte de una sala oscura en cuyo centro hay una pantalla traslúcida donde se proyecta “Psicosis”ralentizada hasta que la cinta dure 24 horas. DeLillo hace una descripción minuciosa de la instalación de Douglas Gordon “24 Hours Psycho”. Una gestora cultural me recomendó la novela este verano, “Todo el mudo habla del Punto Omega”, me dijo, “¿la has leido?, es increíble todo lo que se consigue sacar de la obra de Douglas Gordon. DeLillo describe y analiza con escalpelo la pieza. Yo la vi en el MOMA y pensé: ¡ya!, es Psicosis ralentizado a 24 horas, una pieza de Douglas Gordon, ¡lo pillo!, y salí a ver lo siguiente. De Lillo se detiene un montón de páginas. A todo el mundo le gusta la novela, a mí la verdad, aparte de la descripción de “Psicosis 24 horas”, no me parece para tanto. Pero merece la pena solo por las páginas de la pieza de Douglas Gordon”.
“Todo el mundo” son otros profesionales del arte, los colegas de mi amiga en la gestión cultural, críticos y algún artista, encantados de que un escritor de éxito se detenga en una pieza de arte contemporáneo. Un ejercicio magistral ante expertos en materia artística que no escriben tan bien sobre una pieza de arte, según entiendo a mi amiga. Yo creo que sé de un crítico (y amigo) que puede escribir así de bien (o casi, o mejor), lo que ocurre es que los gestores culturales más próximos a mi amiga la gestora se leen demasiado a sí mismos y se recomiendan a DeLillo porque en otras novelas les ha enseñado algo de geopolítica; y siempre les ha atraído mucho la geopolítica y las fronteras, y parece mentira que “todo el mundo” no use la palabra apropiada para referirse a la descripción minuciosa de una obra de arte visual por medio de la escritura y se pierdan dando vueltas para definir una écfrasis. Porque una descripción detallada de una obra de arte es, desde la antigüedad, una figura retórica conocida como écfrasis, y me sorprende que a “todo el mundo” de asombrados compañeros de mi amiga gestora no se le llene la boca con esta palabra que, aunque corta, no es desdeñable porque es esdrújula y a “todo el mundo” de gestores comisarios y escribientes le encantan las esdrújulas.
Yo aquí no pretendo llegar a la écfrasis –al final pondré ilustraciones de los cuadros y listo–. Sigo en la sala 207 ante un cuadro apaisado, no demasiado grande. Veo a dos mujeres en un sofá: la primera fuma sentada de medio lado con las piernas cruzadas, se inclina adelante con los codos sobre un reposabrazos, la otra se recuesta con las piernas fuera del reposabrazos opuesto y ocupa la mayor parte del sofá; hay otra mujer a mi izquierda que se sienta casi acuclillada en un escabel de patas ridículas y retorcidas en un garabato de muelle estirado, unas patas que no soportarían el peso de la mujer joven y delgada que allí se sienta. Por el límite inferior del cuadro, a mi derecha, se asoma otra joven que, con un libro en la mano, conversa con la que fuma en el sofá. Es un cuadro contrastado, de colores fríos. La luz llega a parte de las caras y produce sombras duras. Entra por una ventana que no vemos en una tarde de primavera o de otoño. La mujer sentada en el escabel lleva un vestido azul claro, las otras van de oscuro: vestidos grises o negros, una con suéter rojo y otra con rebeca granate. La escena es recogida, algo en penumbra. Me gusta el realismo desproporcionado, expresionista. Me acuerdo de en un póster que se esconde enrollado en algún rincón de mi trastero. Es de un cuadro de Christhian Shad que anuncia una antigua exposición de pintura alemana. También me acuerdo de Alexarder Kanoldt. Pero este cuadro me gusta más, representa otra atmósfera, otro país, distinto de Alemania. Los peinados, los vestidos, el color y sobre todo la cronología en esta zona del museo, me dicen que las jóvenes son españolas entre la segunda y tercera década del siglo XX. Una España insólita, de mujeres sin peineta ni atributos folclóricos, mujeres que leen y discuten; con su tiempo.
Me acerco a la cartela:
Ángeles Santos Torroella. Porbou, Girona, 1911
“La tertulia”, 1929
Óleo, lienzo. 130 x 193 cm
La pintora es una chica de 18 años. Retrataba a sus amigas. ¡Jóvenes de 1929! ¡Caray! Desde este lado del cuadro estamos lejos de su futuro e ilusiones. Su futuro ya es pasado ¿y las ilusiones? Mejor no pregunto, no estropeo el momento. No molesto más, me vuelvo hacia otras piezas de la exposición. Paseo en zigzag alternando las dos paredes perpendiculares a la de “La tertulia”. La “hoja de información de sala” me guía en mi desconcierto ante el realismo: Sala 207: “La nueva figuración, entre el clasicismo y la sobrerrealidad”. El texto informa sobre un ensayo de 1927 titulado “Realismo mágico, post expresionismo. Problemas de la pintura europea más reciente”. Anota la pervivencia del realismo y del surrealismo en la pintura española. Data el “Realismo Mágico” de la pintura posterior a la primera guerra mundial mucho antes del que se refiere a obras literarias como “Cien años de soledad”. Admito que mi desencuentro con el realismo se agudiza por la polisemia del término tanto en pintura como en literatura y en el futuro me cuidaré de soltar más exabruptos contra esta tendencia artística. Pero el vocablo “sobrerrealidad” me choca. Me devuelve al “Punto Omega” de Don DeLillo. ¿Transmite “sobrerrealidad” esta novela cuando proclama la personificación de las cosas y la cosificación de la conciencia humana hasta la catatonia y a la identificación con el Universo?, ¿Resulta “sobrerrealista” una literatura con descripciones simultáneas de lo que ve un personaje, lo que siente, lo que cree ver y el poso que finalmente percibe tras corregir las primeras impresiones? No lo sé, de momento voy a olvidarme de la literatura americana que he traído aquí únicamente por su dominio de los puntos cardinales.
He llegado al fondo, unos espectadores no me dejan ver la gran tela colgada en el centro. Me arrimo a la pared derecha, junto a “Figura en una finestra” de Salvador Dalí, que nadie mira. Tan escorado no veo el gran cuadro pero sí algunos perfiles de turistas boquiabiertos. A mi izquierda, las tres nórdicas con las que voy coincidiendo sala por sala en mi recorrido por el museo. Muy cerca, la que es bajita y de ojos violetas se queda pasmada delante del cuadro. No pasa del metro sesenta, se recoge el pelo en dos trenzas rubias que se cruzan por la nuca en forma de diadema; lleva blusa de manga corta estampada con flores azules, bermudas vaqueras ajustadas y botas de media caña vuelta, muy de moda esta temporada. Un español con riñonera y bermudas viene e interpone unas piernas regordetas y peludas delante de las de ella: se expone ante mis ojos un ejemplo extremo del diformismo sexual en la especia humana. Al fin se marchan y me centro en el lienzo. Un sol pintado en la esquina superior de mi derecha acentúa la diagonal que divide la pintura. El motivo principal es un planeta cúbico, habitado, con ciudades, ríos y mares en cada cara. El mundo flota en su Éter poético. Veo seres discurrir por una escalera traslúcida que llega hasta el sol y distribuir este fuego en pequeñas estrellas. Parecen almas, fantasmas, o brujas, o duendes, pero prefiero a pensar que son ángeles o extraterrestres. En el primer plano delante de la escala hay más personajes: entes femeninos, de cabezas calvas y sin orejas. Seres superiores que crean a los que alumbran.
En la cartela:
Ángeles Santos Torroella. Portbou, Girona, 1911
“Un mò (Un mundo)”, 1929
Óleo, lienzo. 290 x 310 cm
Así que la misma pintora de 18 años terminó los dos cuadros en 1929.
Más tarde sabré que Gómez de la Serna se entusiasmó con ella, dicen que se puso pesado, y lo entiendo. No en vano, ella también tiene ojos violetas y sus recuerdos me interesan más que cualquier análisis de un pope de la vanguardia.
“Un día le dije a mi padre que sentía un enorme deseo de expresar todo lo que había visto en mi vida, ya ve usted, a esa edad... Yo entonces no era rara. Tenía muchas amigas. Fumábamos a escondidas. Digamos que éramos modernas. Después me volví muy extraña. Mi padre encargó una tela enorme a la casa Macarrón, que ocupaba toda la pared, una tela gigante para que el mundo cupiera. Para pintar “Un mundo” hice varios croquis previos, unos dibujos preliminares. A veces me despertaba en medio de la noche con una idea, me levantaba y dibujaba. Surgió solo. También pinté otros mundos. Se decía entonces que se iba a viajar a Marte y decidí incluir unos seres pequeños, con un armazón de alambre, sin orejas, sin pelo. También me influyó la poesía de Juan Ramón Jiménez, al que leía muchísimo: “... ánjeles malvas/apagaban las verdes estrellas./Una cinta tranquila/de suaves violetas/abrazaba amorosa/a la pálida tierra”. Al mismo tiempo pinté “La tertulia”, un cuadro que reúne a cuatro mujeres jóvenes. Lo pinté del natural. Salvo la figura que está abajo. Pensé que faltaba algo y la inventé. Era una mujer como de El Greco.”
 […] “Soy muy mayor ya.... Lo que me gustaría es pintar ángeles, pero para eso los tengo que ver primero. Son seres que no se ven, pero que deberían existir.”

Gema Pajares entrevistaba a Ángeles Santos para “El Cultural” de “El Mundo” con motivo de la exposición “Fuera de orden. Mujeres en la vanguardia española”. Fundación Mapfre.
Publicada el 31/01/1999
Traigo este recorte de hemeroteca, pero hay más noticias. Por ejemplo, hoy es su cumpleaños. Sí, hoy, 7 de noviembre de 2011, las páginas de cultura y hojas de sociedad deberían hacerse eco de este titular:

LA PINTORA DE 18 AÑOS, ÁNGELES SANTOS TORROELLA, CUMPLE 100 AÑOS

martes, 1 de noviembre de 2011

sábado, 29 de octubre de 2011

Lobos de mar, capullos, zuecos y un caballito blanco

Una noche en la ciudad de Sète pedí pescado para cenar. Loup de mer, ponía en la carta. No supe reconocer el bicho que sirvieron en mi plato. Lo malo no era la especie de pez, sino de restaurante. Caí en la cuenta de que era lubina años más tarde en un Restaurante Francés que hay en el centro de Rabat donde probé el mejor loup de mer o lubina de mi vida. Sobre cocina no debo generalizar.
Brassens nació en Sète. 


En el colegio cantábamos “Les Sabots d'Hélène”. Nos la enseñaron antes que “La mala reputación”.


Brassens añadió a su repertorio el poema de Paul Fort “Complainte du petit cheval blanc” (Canción triste para un caballito blanco). Cuántos pobres niños (y no tan niños) traumatizados por la suerte del caballito que murió sin ver el buen tiempo, ¡con lo valiente que era! Murió sin ver la primavera ni detrás ni delante.


El sábado pasado, George Brassens hubiera cumplido 90 años; hoy hace 30 que murió. No le enterraron en la playa de Sète como pedía en otra canción.

viernes, 21 de octubre de 2011

Aventuras musicales

Rodolfo Martín Villa apareció en la pantalla. Era un programa musical que rememoraba una de sus actuaciones estelares en la transición española. Vaya flema se gasta don Rodolfo. “Sí, las cosas salieron así, hubo víctimas entre los trabajadores pero la culpa no fue de la policía. Algunos familiares nos preguntaron si veníamos a rematar a los heridos cuando fuimos a visitarlos al hospital. Lo de ir al hospital fue idea de Fraga. Nunca he vivido una guerra, pero aquello debía de ser lo más parecido a una ciudad en guerra. Sí, así fue…” No sabría decir si ponía cara de resignación o de poker, porque era la cara de Martín Villa detrás de unas gafas no tan grandes como aquellas que usaba cuando era político de la transición.
Empecé a imaginar la remota opción de conocer a don Rodolfo porque me había presentado a unas becas de creación artística que convoca la Fundación en la que ejerce de presidente honorífico. Quizá pudiera saludarle, entablar amistad. Después, en un requiebro de mi estúpida fantasía, le invitaba a pacharanes por Sanfermín y luego a kalimotxos por las txosnas deVitoria-Gasteiz durante la Virgen Blanca.
–¡Tú estás tonto perdido!
–Fofito Grillo, ¡cuánto tiempo! Tienes razón, sería preferible ir de pacharanes y kalimotxos con Kate Moss que con Martín Villa, pero me ha surgido así. Es una fantasía ridícula.
–Yo no critico tus ensoñaciones, recuerda que ahora hablamos en tu imaginación. Te llamo idiota por tu insistencia en presentarte a becas que nunca te darán.
Así ha sido. El profesionalísimo jurado de esta convocatoria no me ha concedido ninguna beca. Entre nada más que 926 artistas de España no soy uno de los cinco becarios, no ha podido ser: soy más malo que el puto sebo. ¡Qué desastre! Me lo advirtió Fofito Grillo. “No te presentes, ¿no ves que el jurado lo compone el equipo de siempre, con el grupito de tres señores y la señora que acuden juntitos a repartir becas y a seleccionar artistas en las bienales y concursos en los que nunca te dan más bola que la de dejar tus solicitudes en el montón de los mantas? ¿Y cómo se te ocurre enviar ese libro en el que halagas las nutridas carrilleras de los señores jurados y les llamas tragaldabas? ¡Vaya forma de malgastar los 15 euros en sellos que te ha costado enviar la documentación!
Ahora Fofito Grillo me mira con su cara de “¿No ves?, te lo dije”. Pero no parece enfadado del todo, intenta ponerse serio y está aguantando la risa.
–Que no me río, que no –dice apretando las mandíbulas a punto de estallar.
–Mira Fofito Grillo, si hubiesen abierto el libro, que no lo creo, lo de “tragaldabas” no lo habrían leído porque no han tenido tiempo de leer nada, y mandé el libro porque ya estaba impreso, con sus fotitos a todo color, y no me costó más esfuerzo que el de meterlo en un sobre y pagar los 15 euros de sellos. En los tiempos que corren, no es malo tender un hilito de esperanza. Lo cierto es que hasta que no vi a Martín Villa en la tele no me acordaba de sus becas. Me ocurre con la lotería, no me acuerdo del boleto y luego ni miro el resultado.
–Pues deberías mirarlo porque es más fácil que te toque el gordo de navidad que conseguir una beca cuando el jurado es la Familia Telerín, la Familia Trapisonda o cualquier otra familia de jurados que reparten becas por España. Incluso si no compras ningún boleto, es más probable que te toque el gordo. Y da igual el jurado, ya no tienes edad para ir de becario.
–Que sepas que en esta edición han concedido becas a artistas más viejos que yo –le digo.
–Pues… Nos dejaaaron en derrooota –empieza a cantar.
Y como tantas veces tras la resolución de un concurso, entonamos a coro este himno de Les Luthiers que nos recuerda la guerra de dossieres, la contienda de artistas, y el resultado de las escaramuzas.

Al terminar, Fofito Grillo me conmina a felicitar a los vencedores.
–Deportividad ante todo.
–¡Con lo poco que me gusta la gimnasia!
El capítulo dedicado a Lluis Llach fue el más aburrido de los documentales que he visto en el programa “Musical.es”, aunque tampoco estuvo mal. Me cae bien el Lluis Llach por eso, pero no es la alegría de la huerta que digamos. La película toma como excusa el 30 aniversario de la canción “Campanadas a Mort” que escribió la misma noche de los sucesos de Vitoria de 1976, recorre la trayectoria del cantautor y termina con un concierto ante familiares de las víctimas de la masacre que cometió una policía franquista cuando Franco llevaba muerto meses y gobernaba Arias Navarro, Fraga era ministro de la gobernación y don Rodolfo Martín Villa jefe de relaciones sindicales. Fraga no sale en el documental, pero don Rodolfo sí, don Rodolfo da la cara. Para los vitorianos (y para la historia) los responsables políticos fueron Fraga y Martín Villa (Suárez, que sustituía a Fraga de viaje diplomático en Alemania durante los hechos, no se libra del todo).
He disfrutado mucho con las películas sobre músicos que he visto por las noches del domingo en La 2. Lo mejor que he visto en la televisión, la verdad. La primera que vi era sobre el pianista y cantante Bola de Nieve, la semana siguiente vi otra sobre el concierto de Miles Davis y su banda en la isla de Wight en 1970, siguieron, aunque no recuerdo el orden, una sobre una estancia de los Rolling Stones en la costa Azul francesa, otra en la que entrevistaban a Phil Spector antes del veredicto definitivo del juicio por asesinar a la actriz Lana Clarkson de un disparo en la boca. La entrevista era de música y Phil Spector, muy modesto, se equiparaba con Leonardo, Galileo y Einstein porque lo había inventado todo y desvelaba algo que no sabía la gente: que incluso era responsable de los éxitos de Scorsese que es un desagradecido y nunca le reconoció su generosidad por no haberle paralizado su primera película, “La ley de la Calle (Mean Streets)”, que empezaba con su “Be my baby” y Scorsese no le pidió permiso para usar la canción en la cabecera: la puso de gratis y eso que “La ley de la calle” obtuvo gran éxito y al músico le hubiese correspondido un buen pico, pero como Scorsese era principiante Phil lo dejó estar, pero se lo pensó, a punto estuvo de pararle el estreno y no lo hizo; y luego Scorsese nunca le llamo para las bandas sonoras de sus superproducciones, el desagradecido. En esto tenía razón Phil Spector que, por supuesto, también habló mucho de su Muro de sonido y de que sus cantantes eran prescindibles: lo importante eran sus canciones y sus incomparables producciones de discos. The Crystals e incluso The Ronettes eran sustituibles, y Tony Bennett es un cocainómano que conste, y el Muro de sonido revolucionó la música como Bach por lo menos y se lo deberían reconocer pero no lo hacen porque le tienen envidia, está mal que sea él quien lo diga y de hecho no quería decirlo, pero así es. Menudo tipo Phil Spector. El retrato que le hacen en el documental “El tormento y el éxtasis de Phil Spector” es la caricatura de alguien al que se le escapó la pinza hasta infinito y más allá. Un tronado de record. En la entrevista se intercalan escenas del juicio y termina la película con el primer veredicto: el juicio es nulo, no se demuestra la culpabilidad. Tiempo después le condenaron a 19 años de cárcel por el homicidio. En fín, Phil Spector compuso muy bonitas canciones que al principio interpretó él mismo con su grupo Teddy Bears y luego compartió con infinidad de artistas.







Otro excelente documental, bastante largo, repasaba la vida de Joe Strummer con entrevistas a otros miembros de los Clash, a amigos, ex novias, e hijas.





domingo, 2 de octubre de 2011

Un comentario fuera de lugar

Buenas tardes. Quizás tiene usted un mal día. Un día de esos, no importa, mañana amanecerá. Porque pintores hay a porrillo, y alguno bueno tiene que haber. Es difícil encontrarlo porque todo se emborrona entre tanta masa; si usted es periodista cultural, lo sabe. Mi teoría es simplona: se trata de un problema de expectativas, y si esperas a Goya o a Velazquez pues te lías y te conformas con Antonio López; y por eso Muñoz Molina se pierde y termina celebrando a un pintor de cebras y bueyes que considera mejor artista que un operario del la red nacional de carreteras que pinta pasos de peatones. Creo que Muñoz Molina se equivoca. Claro que sólo es mi opinión, y yo estoy aquí, perdiendo el tiempo, mientras Muñoz Molina escribe novelas de más de mil páginas y enseña escritura creativa en una universidad de Nueva York y Calvo Serraller le invita a impartir un curso en la Cátedra de Jorge Oteiza y el daltonismo es compatible con la literatura y con la crítica del arte. Es cuestión de estadística, si abundan los pintores, tiene que haber buena pintura, la dificultad se planta delante de los ojos de los espectadores. Cuesta ver. La cantidad nos confunde. A mí la pintura no me interesa especialmente (no mucho más que otra forma de arte quiero decir). El artista de la novela de Houellebecq me parece bueno; yo creo que es más un artista de los noventa, pero eso no es problema. Sus retratos tienen buena pinta, pero habría que pintarlos de verdad, esa es la ventaja de la literatura, que basta con contar (bien) y ya nos imaginaremos los cuadros mientras pasamos las páginas. Las fotos de las guías Michelín también podrían ser buenas, esas sí que son piezas muy de los noventa. En fin, que sí hay pintores; me parece haber visto en revistas alguna pintora internacional que me ha interesado. Recuerdo una que se maneja en un circuito de primera con el aplauso de la crítica y el mercado. No pintaba nada extraordinario, también retratos, uno de la señora de Obama antes de ser primera dama con sus hijas descansando en un mitin, por ejemplo. Nada del otro mundo, hay mejores pintores y algunos recluidos en provincias y en circuitos perdidos y de segunda y en Art Paris, en Arcos y en las ferias adyacentes. He visto buenos cuadros y pésimos. Y los mejores seguramente se me han pasado. Aunque los que yo creo que son buenos no son tan buenos para otros ni para los críticos o compañía. Pero lo son. Quizás soy snob. Quizás es cuestión de daltonismo, siempre del daltonismo de los demás. También como espectador es imprescindible un puntito de artista, y me lanzo, me atrevo a pensar que difícilmente un cuadro de Goya pintado hoy lo apreciaría, por lo menos me costaría a no ser de que fuese uno de los grabados de los Chapman (que tampoco me flipan), y porque los grabados son viejos y de otro (de don Francisco de Goya y Lucientes) y por la publicidad de los artistas. Esnobismo y cuestión de expectativas. Porque Goya vivió en su momento y la trilogía de películas “Regreso al futuro” nos ha mostrado lo peligrosa que sería una paradoja espacio temporal.
Otra es lo de espaldas que están muchos escritores rancios y modernos al arte contemporáneo y viceversa. Muñoz Molina o Trapiello serían ejemplos (cito a dos que ya han nombrado en el blog de usted), y el otro día una gestora de exposiciones modernísimas me dio una definición de lo que ella entiende por una novela-novela, que era una definición de lo más novecentista, muy moderna, no sabía si reírme por dentro. Creo que lloré. Eso pasa por definir la novela-novela, como pasa cuando se busca la pintura-pintura. Lo que entendí como una falta de miopía artística en Houellebecq es de lo que más me gustó del “Mapa y el territorio”. Me gusta la novela y el artista protagonista parece bueno aunque su desorbitado éxito de ventas es todavía inverosímil porque en París, que yo sepa, no se manejan esas cifras ni formas de venta (subastas a lo Damien Hisrt). Pero ese mercado sí existe en el mundo, esa parte de la novela (la venta del arte) es ciencia ficción bien hilada. Otro gallo cantaría si la galería fuese española: sería otra literatura: teatro del absurdo.
Tiene usted razón, se habla poco de los pintores. Se volverá hablar, esto es cíclico. Y la revista francesa “Art Press” buscará su Jed Martin y lo encontrará. Parezco Rappel, pero eso creo. Y el arte contemporáneo no es tan malo ni tan invisible. Créame. A mí también me cuesta verlo pero siempre llevo la bayetita para limpiar mis gafas, que también tengo. Incluso me las quito y borroso lo veo más claro. No entiendo que Houellebecq reclame con su novela a un artista de referencia internacional, sólo inventa un artista francés de referencia en el arte francés, un protagonista para su novela. Y crea a un tímido, independiente, fiel al su trabajo, a su intuición artística, que triunfará en el mercado internacional con tan sólo tres series (cuatro si contamos sus obras de estudiante). Ese tipo de fantasías ocurren en las novelas, en los cuentos con artistas y hadas. La crítica más famosa del “Art Press”, Catherine M., dice que le gustaría encontrar un artista como él. Como Jed Martin. Si la crítica selecciona artistas entre sus amigos (que no dudo son buenísimos) y entre los que se le presentan en las fiestas y en concursos mil, y entre los que le mandan dossieres y están peleándose ahí, en la pomada, no lo encontrará. El artista encerrado en su estudio no existe. Bueno sí, está en su estudio y puede ser un genio, pero no existe porque hace falta un milagro para encontrarlo y los milagros son timos (menos los que confirman el Papa y sus homólogos, que no quiero ahora herir sensibilidades religiosas). Es lo que muchos críticos quieren descubrir: su genio perdido, su milagro. Debe de tratarse de un síndrome. El síndrome de Harald Szeemann.
Por cierto, cada vez me encuentro con más novelas que protagoniza un artista o el arte moderno sale por ahí como ambientando.
Disculpe las molestias.
Un saludo.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

La efemérides


Me decido. Lo voy a hacer. Voy a celebrar el primer año de Impoético en este espacio. Saludo a quienes pasaron por aquí: un saludo muy afectuoso. El contador marca más de 4000 visitas. La mayoría son mías porque no supe desactivar el recuento de mis propias entradas. Y vengo a menudo, con impaciencia, a ver si he escrito algo nuevo y a llevarme una lógica decepción. Porque no hay duendes. Aunque sí hay ogros: según las estadísticas, en segundo lugar y detrás de mí en número de visitas, han aparecido numerosos navegantes buscando al ogro más famoso de Dreamworks que ofrecía globos en forma de sapo y serpiente a su novia. Vienen atraídos por la foto que puse el jueves, 4 de noviembre de 2010, de los ogros verdes con orejas trompeteras. Una imagen que copié de una Web. Ni es original ni la mejor que aparece en el buscador. A quienes vienen por lo de los ogros y los globitos también les saludo y les pido disculpas si no encontraron lo que buscaban. Entre mis mejores intenciones de este septiembre apuntaré: “cambiar la foto de los ogros famosos por otra original”. No quiero escribir los nombres de los ogros porque atraería a más buscadores de globos y multiplicaría mi estadística fraudulentamente.

Este 14 de septiembre seguro que cumplen años otros amigos, o conocidos o personajes ilustres. Pero no los tengo anotados. Mi agenda es un desastre y el Facebook no me advierte de ninguno. La Wikipedia Efemérides señala unos cuantos. Encuentro interesante este dato: hoy cumplen años Renzo Piano, Mario Conde y Malena Gracia. Felicidades.
Me entristece recordar a los que hoy cumplirían pero ya no cumplen; como a mi tío Francisco: mi tío favorito y mi padrino. Y hoy también quiero señalar que mañana mi padre cumpliría años. Hace seis años que dejó de cumplirlos. Ni cumple hoy ni cumplirá mañana, pero yo lo señalo ahora porque marco las efemérides donde me da la gana; porque esto de las efemérides no es más que un juego de casino, como el de la ruleta, con sus 365 casillas o 364 los años bisiestos, en el que la casa hace trampa si quiere desplazando la bolita una casilla más atrás.
Entre los famosos, quizás ya sepan que Amy Winehouse no cumplirá hoy 28 años, y dicen que se va a hacer coincidir su cumpleaños con la publicación del dueto completo que gravó con Tony Bennett y también con un acto que consiste en presentar una fundación que lleva su nombre. Aún a riesgo de ser pesado, recuerdo aquí su ya no cumpleaños porque el Bonus CD que acompañaba al “Blak to Black The de luxe Edition” es el disco que más ha sonado en mi radio casete JVC con lector de CD, mientras escribía, publicaba o visitaba esta impoética. Un CD que empieza por “Valerie”, y termina con “Love is a losing game –original demo”; un disco que he sacado poco del lector porque, ¿para qué cambiar algo que me gusta?, y porque el viejo aparato JVC, que compré hace un porrón de años en la FNAC de París y que suena de maravilla, se ha vuelto cascarrabias y no le gusta que le importune cambiando los discos, y cuando lo hago se hace el remolón y los lee como quiere. Además, tiene su corazoncito de viejo choco y no le ha sentado nada, pero nada bien, la muerte de Amy Winehouse. Ya no lee bien ni el disco Bonus CD que acompañaba al “Blak to Black The de luxe Edition”. Se atraganta a la mitad de “Valerie”, empieza a hipar y a sollozar y lo tengo que apagar, darle palmaditas y ánimos para que empiece de nuevo; entonces se tranquiliza y vuelve a sonar como en sus mejores tiempos, como sonaba en París cuando le ponía discos de los Ramones a todo volumen y mi vecino afrofrancés armario negro de cuatro puertas aporreaba la pared, y entonces yo, que prefería conservar una razonable simetría en mi cara y todas mis extremidades en su sitio, cambiaba a los Ramones por Milton Nascimento, o por Satie, hasta que el vecino armario de cuatro, qué digo de cuatro, de seis puertas, se dormía, y a la mañana siguiente me sonreía cuando nos cruzábamos por la escalera. Como les cuento, mi achacoso aparato musical portátil sonaba entonces de maravilla, ahora también aunque sólo cuando quiere.

Un apunte histórico para terminar: el 14 de septiembre de 1812, las tropas de Napoleón llegaron hasta Moscú y encontraron la ciudad vacía e incendiada; regresaron a Francia, y en el camino, el frío, el hambre y los cosacos les dieron una tunda soberana. La toma de Moscú fue una victoria pírrica para los franceses, o algo peor.

Me despido. Muchas gracias. Hasta pronto. Aprovecha el momento. Carpe diem. Cabe canem.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Salí a por colonia - compré libros



Ayer fui a por colonia y compré dos novelas. Hoy las comparo, me las llevo a la cara, me introduzco entre sus páginas e inspiro con los ojos cerrados. La primera, “El talento de los demás”, desprende un aroma dulce y sintético, es un olor familiar, a septiembre, a vuelta al colegio, a estrenar libros de texto con papel satinado y cubierta plastificada. Las hojas de esta edición me acarician las mejillas con imprevista sensualidad. “Body Art”, la otra novela, no es sensual, el papel es rugoso y huele poco. Debo respirar dos veces, apretar la nariz contra el reverso del lomo, noto un olor a algodón, a pasta seca, a macarrones, a semillas o a cereales. Apenas aprecio la tinta ni la cola. Me queda un rastro amargo, diría que es achicoria pero no me ha resultado fácil la cata, voy a necesitar un cursillo.
Providencialmente, el librero ha dejado caer un panfleto publicitario de actividades en la bolsa de plástico junto a las novelas y la factura que siempre exijo para desgravarme el IVA. “CÓMO LEER UNA NOVELA”. Taller semestral de literatura. Lunes de 19,30 a 21,30 h. Del 17 de octubre de 2011 al 26 de marzo de 2012. Temario: el punto de vista, la percepción narrativa, la otredad, el lenguaje literario, novelas mal escritas, el tono, la estructura, la historia, el mecanismo causa efecto, la historia no lo es todo, la calidad de la novela, lo kitsch, cuando el efecto se impone, los referentes, los tres planos de intervención, biográfico, social y metaliterario, la cosmovisión del escritor, el pacto de la ficción, la selección y estilización del mensaje, novela y posmodernidad, metaliteratura, alta y baja cultura.
El temario no comprende cotejar tablas de aromas ni otros adiestramientos para un sommelier literario. Deberé esforzarme más, proseguir con mi autodidactismo nasal. Desde que agoté mi último frasco de “L’EAU D’ISSEY POUR HOMME” –“L’EAU D’ISSEY POUR CRAPAUD” aún no existe–, sólo uso un desodorante neutro, libre de alcohol y de aluminio. Me estoy volviendo inodoro,  a un paso de incoloro, de alcanzar la pureza de un excremento daliniano.

Balance económico
  • “L’EAU D'ISSEY POUR HOMME”, Issey Miyake, frasco de 125 ml.: 57,60 euros.
  • “Body Art”, Don DeLillo, editorial Seix Barral, 142 páginas: 17,00 euros.
  • “El talento de los demás”, Alberto Olmos, editorial Lengua de trapo, 318 páginas: 20,90 euros.
  • Las dos novelas me costaron 37,90 euros; no compré el fraso de colonia: ahorré 19,70 euros.
Notas
  1. La editorial “Seix Barral” advierte en la página de créditos: “El papel utilizado para la impresión de este libro es cien por cien libre de cloro y está calificado como papel ecológico”. Esto justificaría su baja intensidad aromática. Por otra parte, sospecho que el propio nombre de la editorial “Lengua de trapo” ha podido conducirme hasta un momento de la infancia.
  2. “Crapaud” significa “sapo”.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Aviones

Mister Kapoor & Co. miraban desde lo alto, ¿ya se habrán ido?

Del 13 de julio de 2011 en la provincia de Cáceres. Mis vecinos de este verano.
 

martes, 23 de agosto de 2011

Me apetece mezclar las churras con LAS MENINAS



https://m.youtube.com/watch?v=d88axaO7SV0



Ayer reclamé en la librería un libro que encargue hace semanas: “Carl Seelig, Paseos con Robert Walser”. Hacía tiempo que el libro había llegado y seguía reservado. El aviso no me llegó porque bailaba una cifra de mi número de teléfono, apuntaron 62 en vez de 26.
En la primera página, Seelig cuenta el viaje de su primera visita a Walser en el sanatorio de Herisau el 26 de julio de 1936.
Ese domingo viajé, temprano, de Zurich a St. Gallen, callejeé por la ciudad y escuché en la colegiata el sermón dedicado al despilfarro del talento.
Me apetece mezclar las churras con Las Meninas. He escrito bien: con Meninas. Mezclar churras con Meninas y no con merinas es más parecido a lo del culo con las témporas para hablar del talento. ¿Qué demonios es un talento? Hoy se cumple un mes del gran disgusto. La mala noticia salió en los telediarios de todo el mundo, llegó solapada por otra tragedia, la masacre de Noruega, pero el disgusto fue supino. Qué importaba esa chorrada de que muere una estrella y nace un mito. Este mes se han sucedido algunas informaciones raras. Han robado una libreta con sus canciones. Desplegó su último talento en una libreta, es algo que hacen los cantantes, no sé, no parece que escribiese también en un ordenador; como Bolaño y su ordenador inagotable, que se ha desvelado como el último gran talento escritor: el ordenador, el disco duro del ordenador de Bolaño que comparte méritos literarios con el baúl de los cuadernos escritos a mano en la etapa preinformática del chileno. Hemos visto una foto muy rara de guardaespaldas velando y posando con la caja de cenizas de la cantante. Hemos oído muchas, muchísimas alusiones al talento, muchos sermones sobre un talento desperdiciado, o derrochado o despilfarrado. Sobre un talento caprichoso, becario y vanidoso escribió Robert Walser un cuento con final feliz: el talento encuentra sitio, madura, crece y se vuelve generoso. Robert Walser también creció, llegó a anciano y tuvo la bella muerte de poeta que una vez describió: sobre la nieve, arropado por las nubes, por un sol tenue y el rumor del viento entre los árboles que me imagino de hoja perenne y no me quiero imaginar qué arropaba a Amy Winehouse el pasado 23 de julio; sólo espero ese reggae que nos han contado ahora que gravó en una isla del caribe. Espero ese poco más del talento derrochado, y espero que los productores no lo desperdicien.
“Amy, no morirás, nos quedan tus canciones”, escriben algunas almas compungidas. “Y una mierda”, pienso yo. Los artistas mueren. Se mueren los arquitectos, se mueren los pintores, y menos mal que también se mueren los escultores del acero corten y hojas de lata. Se murió la cantante excepcional, de éxito arrollador, que escribía canciones en una libreta. Todos se mueren menos los realistas, según parece. Queda su realismo pacato y rencoroso. Por eso el mundo es cada vez más feo. Como un museo.

Foto de Diario de Noticias. Fotógrafo Unai Beroz.
(Mientras no me lo impidan, agradezco la estimable colaboración involuntaria).
 


jueves, 11 de agosto de 2011

El oficio de vivir

Por ahora Vila-Matas no va ser el amigo desesperado porque, ocho líneas más abajo, el amigo desesperado es Cesare Pavese.
“Me pregunto ahora por qué diría ayer que no sintonizaba con Pavese si es mi sombra, si soy yo, si es mi lector, si es el amigo desesperado que siempre va con nosotros los enfermos de literatura, que estamos en permanente lucha contra la desesperación y la derrota.”
También lo leí ayer, pero entonces sonó el timbre del portero automático y me invitaron a salir de excursión a San Juan de Luz. Recordé que, en el centro de la nave de la iglesia de San Juan de Luz, navega suspendido un barco de vela y vapor. Salí pitando. Con lo puesto, la cámara de fotos y la cartera. La nave en la nave es un exvoto cuya historia desconozco. Por eso cargué con la cámara. La cartera sirvió para degustar vino, pescado, y comprar algunos libros.

miércoles, 10 de agosto de 2011

La extraña felicidad de Tobold

“Sí, hay momentos en la vida en los que no podemos entender por qué estamos de tan buen humor. Las alegrías no se convocan con órdenes ni con deseos: de pronto están ahí, y pueden desvanecerse tan caprichosamente como aparecieron.”

Robert Walser. “De la vida de Tobold” y publicado en “Vida de poeta” por Ediciones Siruela.
A Tobold le gustaba el trabajo: era un criado en el castillo del conde. Entendía por qué era feliz aunque lo olvidaba mientras tanto. Nos lo ha descrito antes: el paisaje le hacía feliz, el frescor matinal, los colores del otoño le alegraban la vista, la luz que entraba en los salones comunicados del castillo. Entendía que la alegría es pasajera, que tan pronto aparece como desaparece junto a las cosas pequeñas. Por eso se conformaba con sus labores de sirviente que le ofrecían felicidad perecedera, pero felicidad al fin y al cabo. Tenía todo lo que podía pedir porque, si pedía más, se arriesgaba a sentir la frustración que vislumbraba entre sus vecinos y compañeros de trabajo.
Walser lo narra (a lápiz). Tobold no es Walser, no debo olvidarlo. Puedo creer a Enrique Vila-Matas cuando me dice que Walser es un ejemplo de escritor subalterno, pero me equivocaría porque quien me dice esto es un tal Rosario y, hasta donde sé, Rosario Girondo es un escritor que intercala en su diario un diccionario de autores de diarios personales en la historia de la Literatura. Diccionario que emprende después de escribir su nouvelle “El mal de Montano” que ocupa todo el primer capítulo de la novela titulada “El Mal de Montano” de Enrique Vila-Matas; quien no habla conmigo: escribe la novela para su editor, para sí mismo, para sus lectores que nos confundimos y mezclamos autor con personaje por la manía esta de narrar en primera persona. A Vila-Matas le va eso de confundirnos, de hacernos entender que escribe sobre su vida barcelonesa en la Travesera de Dalt o en una calle cercana (creo haberle visto por allí, no pretendía espiarle ni saber dónde vive; sólo un poquito, pero no soy curioso). En “El mal de Montano” me confunde, pienso que habla de sí mismo y habla del tal Rosario Girondo. Desconozco dónde irá a parar porque voy por la mitad. Si ustedes han terminado la novela, no me la cuenten de momento.
Por otro lado, “Walser es asperger”, concluyen en una revista médica chilena que acabo de leer. Los comportamientos peculiares tienen un diagnóstico y pierden esta peculiaridad cuando se diagnostican. ¡Vaya mierda!, permítanme opinar. Menuda decepción psiquiátrica (mierda y decepción, la conclusión literaria; no el artículo de la revista chilena, muy documentado y ameno).
Un psiquiatra del centro de salud mental de mi barrio ha anotado que muchos comportamientos peculiares de nuestros vecinos derivaron en patología susceptible de modificar con la medicación adecuada. ¿Modificar hacia dónde?, ¿con qué resultado?, se pregunta el psiquiatra. ¿Hacia un carácter normal? O sea que el carácter es una patología y un carácter normal es una falta de carácter. ¿No es eso otra patología? Vivir es una patología mortal, indudablemente, y ahora los caracteres son patologías diagnosticables porque, como ha escuchado alguna vez en su consulta: “aquí el que no corre vuela”.
“El pentotal paqué”, lee Rosario Girondo en el diario de su madre que se llama realmente Rosario Girondo porque el escritor protagonista firma sus novelas con un seudónimo que corresponde al nombre de su madre, un matrónimo, nos dice Rosario Girondo o Enrique Vila-Matas; no sé si me explico, lean la novela, no perderán el tiempo; o sí, porque mi cuñada perdió el tiempo con “El mal de Montano”. No demasiado. “Buf”, pensó, “menudo rollo”, y lo cerró a la cuarta o quinta página según me contó mi hermano por teléfono.
–He empezado un libro que compró M. y abandonó enseguida. Un rollazo le ha parecido. Se titula El mal de Montano.
–Pero… ¡si debe de estar muy bien! –le digo–, es de Vila-Matas, he leído bastantes de sus libros, aunque éste me falta.
–Es que me aburren las novelas, no quiero entretenerme con historias que no me enseñan nada; paso de cuentos, ya me entiendes…
–Precisamente. Vila-Matas cuenta cosas, intercala reflexiones, tiene humor, habla de literatura… –me doy cuenta de que, si no le interesan las novelas, menos le va a interesar una metanovela, pero no me desdigo– Te gustará porque no va de piratas ni de amor como las que dices que te aburren, creo. Ésta te dará a conocer otros escritores, quizá a filósofos, a pintores. Algo aprenderás… no sé, yo no la he leído.
–Pues cuando vengas a casa te la llevas, no la necesito para nada.
Dos semanas más tarde obtuve mi mal de Montano.
–Sí, parece que está bien, dijo mi hermano al entregármela.
No la había leído, pero la había hojeado e incluso subrayó las palabras “Pere Gimferrer” y la frase: “El pentotal paqué”.
El psiquiatra del centro de salud mental de mi barrio tampoco sabe paqué, pero sí sabe paquién: patodos, el pentotal patodos.

Me resulta extraña esa felicidad de Tobold. No recuerdo un momento de felicidad sin motivo. Debe de ser hermoso, una experiencia embriagadora, de poeta. Pero no soy poeta, ya lo saben, porque, aunque la palabra impoética no existe en el diccionario, se entiende fácil, y vale, les confieso que tampoco yo soy yo. Soy otro. No, no soy un sapo impoético; como ya sospecharán, soy sencillamente prosaico (en español o castellano, como prefieran). Si estoy alegre, no me paro a pensarlo, pero encontraría un motivo; podría deberse a un vino excelente o a varios regulares pero embriagadores en su expresión más prosaica; o estoy feliz porque me he levantado sin resaca y no me duele nada; o porque me han comprado una pieza, quizá un escultura, y llegaré al colmo de la alegría si encima me la pagan; o porque me sonríen por la calle; o porque en mi correo electrónico, después de limpiar toda la morralla de Exit-expres, w3art, Arteleku boletín, ofertas de la tarjeta del Corte Inglés, ofertas de PayPal, Jazztel, MoviStar adsl, y Easyviajar, aún me queda en el buzón algún mensaje de amigos o conocidos. Me alegro mucho, pero mucho, cuando los vecinos de arriba salen de casa y el ruido cesa; soy bastante feliz durante este verano templado y sin sofocos; me alegra el aroma a tierra mojada después de la tormenta, pero esto es contar demasiado, no pretendo aburrirles, ni quiero explorar la alegría. Como Tobold, no exijo más, me conformo y con canciones sencillas, como esta de los Specials que cantaba Amy Winehouse.


 Durante los minutos musicales, he avanzado algunas páginas, he llegado a la entrada “Pavese, Cesare” del diccionario de Rosario Girondo, y leo:

“Voy a ir a la cocina a tomarme un yogur, iré acompañado por el amigo desesperado que va siempre conmigo, ese amigo que soy yo mismo y que, para no caer en las garras de la maldita desesperación, escribe este diario,…”
¡Atención que ahora sí!, ahora por fin va a destaparse Vila-Matas como el amigo desesperado de Ricardo Girondo, no sé, o tal vez confiese que es el mismo Ricardo Girondo aunque yo tampoco descartaría que se identificase como el yogur que hay en la cocina. ¡Leche! No puedo con la intriga. Les dejo.


El ejemplar que superó la postergación


martes, 26 de julio de 2011

Manual de instrucciones para veletas


El 1 de agosto viajaré al Polo Norte o al Sur, no lo sé todavía. Estaré una semana o cinco días porque no me gustan los viajes largos y antes de salir ya pienso en la vuelta, en la tranquilidad cotidiana del hogar con la maleta vacía y guardada en el estante más alto del armario empotrado. Para un periodo tan breve será mejor elegir el trayecto más corto, sí, creo que me decidiré por el Polo Norte.
Empiezo a redactar mi lista de equipaje con lo imprescindible y lo accesorio. Lo accesorio diferencia al viajero, define su personalidad, y la personalidad es muy importante, “Sé tu mismo” o “Sé tu misma”, “Be water my friend”, proclama la cultura coca-cola en boca de Bruce Lee que era chino y decía lo mismo y lo contrario a la vez: adáptate a las circunstancias como el agua a la taza y al calor para ser tu mismo. Entre lo imprescindible destacaré el cargador del teléfono móvil, que es Nokia, y, aunque en el círculo polar ártico será facilísimo encontrar un cargador de esta marca, es mejor llevarlo a mano desde el principio; no olvidaré el cepillo de dientes, el dentífrico blanqueador y el elixir Licor del Polo; una brújula; mi nuevo ordenador portátil y el ipod. La lista de accesorios es más larga, tampoco me extenderé en detalles y señalaré, por ejemplo, el estuche de acuarelas Rembrandt para paisajes blancos, el bloc de papel acuarelable surtido con hojas de diferentes tonalidades blancas para acuarelistas esquimales y los pinceles de marta kolinsky; la cámara de fotos full frame; el trípode Manfroto y mis lecturas de verano para el Polo: “Mi visión del mundo” de Albert Einstein, “Nord” de Céline con el diccionaro “Larouse” porque el francés de Céline no resulta fácil, una versión bilingüe ingles-español de textos de William Morris bajo el título “Arte y Artesanía”, la edición Valdemar de “Franz Kafka cuentos completos (textos originales)”, que reúne ediciones autorizadas de Kafka y escritos que no han sido filtrados ni alterados por Max Brod amigo y artífice de la recuperación de la obra del escritor, y “Estrella distante” de Roberto Bolaño.
Desconozco si las expediciones de Peary, Cook, Shackleton, Scott y Amundsen llevaban o no una veleta entre sus equipamientos. Pero yo sí, yo añadiré una veleta en mi lista como accesorio necesario. Tampoco sé si “accesorio necesario” forma un oxímoron porque es mejor oxímoron un “accesorio imprescindible” y tal vez debería escribir dos listas: una de accesorios y otra de imprescindibles para poner los imprescindibles en la lista de accesorios y viceversa y así obtener dos listados de oxímoros: mis oxímoros personales, porque, como ya he referido antes, lo accesorio define al viajero y mi espíritu multiplicaría oxímoros privados si intercambiase el listado de accesorios esenciales con el de imprescindibles opcionales.
Las dudas llegan acompañadas y la veleta me trajo muchas y muy importantes referidas a su modo de uso: ¿Cómo instalar una veleta correctamente orientada en el Polo Norte? ¿La instalaré en el Polo Norte magnético o en el Polo Norte geográfico? ¿En cualquiera de los dos casos, cómo la orientaré hacia el este y al oeste para que me indique la dirección de los vientos?
La veleta se compone de un eje vertical sobre el que se prolonga y gira un plano de oposición contra los vientos y una flecha que indica la dirección de la resistencia. Debajo, en un plano perpendicular se coloca un aspa o cruz griega que señala los puntos cardinales. Una veleta se instala fácilmente orientando el norte del aspa hacia el norte magnético con la ayuda de una brújula. Pero en el Polo Norte las brújulas fallan, justo sobre el Polo magnético la aguja da vueltas locamente sin parar, cerca del Polo la aguja señala al sur o a cualquier otro punto sin ninguna precisión. Una veleta en el Polo Norte siempre apunta al sur. Los cuatro extremos del aspa miran al sur y dos de los extremos también deberían mirar uno al oeste y otro al este, pero me faltan recursos para orientar correctamente estos dos puntos cardinales con los extremos del aspa. Mis conocimientos de niño boy scout son insuficientes porque el Polo Norte geográfico está sobre el Océano Ártico donde, evidentemente, no crecen árboles para rastrear el musgo hacia el norte en las cortezas, y, en verano, el sol allí no se pone, no podré avistar la estrella Polar en el cielo nocturno; todo se complica aún más porque tampoco podré localizar el este y el oeste fijándome en la salida y en la puesta del astro rey. ¿Necesito un navegador GPS? ¿Qué es eso y cómo funciona? Mejor me compro una cámara compacta con GPS incorporado, así, mientras saco fotos de viaje, conseguiré orientarme, encontrar el Polo Norte geográfico y situar mi veleta con la cruz mirando al este y al oeste además de al sur. Sí señor, una buena compacta con GPS. ¿Pero cuál elegir? ¡Vaya lío! El catálogo de compactas es infinito. No lograré decidirme antes del fin del verano. Si busco una cámara de esas, no saldré hasta dentro de unos meses, cuando el Polo Norte esté en medianoche permanente y todas las fotos saldrán oscuras, un desperdicio porque las compactas toman fotos horribles cuando hay poca luz, imágenes con “mucho ruido en las sombras” sobre el que discuten en sus aburridos foros los canonistas, nikonistas, panasonistas, samsungistas, fugistas, ricohistas olimpusistas sonystas pentaxistas y etceteristas. De cualquier forma, mi experiencia de fotógrafo me dice que la electrónica de las cámaras falla a temperaturas bajas. Quizá el clima de verano en el Polo Norte no sea tan extremo para Amundsen como para una cámara digital compacta. ¡Un mar de dudas!, eso es lo que me sugiere el Océano Ártico. Así que apunto entre los accesorios de mi lista mi única cámara mecánica: mi vieja y pesada Mamiya RB de formato medio –me perderé y me hundiré en el hielo con ella, pero las fotos serán extraordinarias– y aparece Fofito Grillo a darme la tabarra con todo lo que se ha leído en los foros de canonistas, nikonistas, panasonistas, fugistas, ricohistas olimpusistas sonystas pentaxistas y etceteristas. ¡Qué pesado eres, Fofito Grillo! ¿A qué vienes ahora con la rayada polémica entre fotografía digital y analógica, zanjada y resuelta a favor de la primera? ¿Y qué manera de hablar es esa? ¿Desde cuando llamas fotografía analógica a las fotos de toda la vida? ¡Déjame terminar mi lista, grillo pelma! Ya conoces el enojo que me provoca decidir sobre algo, y esto del Polo me esta resultando más difícil de lo que pensaba: la veleta me da muchas vueltas en la cabeza. Tropiezo con una dificultad añadida: necesito una veleta con el aspa de orientación rematada por cuatro “S” de sur y también con una “O” de oeste (o “W” si se prefiere el inglés internacional)) y una “E” de este. Una veleta especial que no señale al norte porque ya estaré en el norte, que tengo que fabricar yo mismo o comprar en el destino, donde deberé encontrar alguna ferretería con artículos de ese tipo, porque ahora es vacación y no puedo encargar a un taller de calderería que me fabrique un aspa especial para veletas de Polo Norte antes de mi partida.
Demasiados problemas. Voy a recapitular mientras Fofito Grillo me sigue comiendo la oreja con las ventajas de la fotografía digital, el formato Raw y sus conversores, el Capture One mejor que el PhotoShop Camera Raw dónde va a parar, el rango dinámico, los perfiles de color, la absurda carrera de los megapíxeles porque, si no pretendes empapelar toda la casa con una sola fotografía, no necesitas para nada tantos píxeles, lo importante es la calidad que se consigue con unas buenas lentes alemanas y demás topicazos fotodigitales: no soporto a Fofito Grillo. Como decía, recapitulemos: Los últimos veranos me aborda el antojo de viajar al Polo, quiero ir al polo Norte [1]; redacto una lista con los artículos accesorios e imprescindibles de mi equipaje [2]; lo accesorio define al viajero más que lo imprescindible [ 3]; “accesorio imprescindible” es un oxímoron [4]; no hace mucho que conozco la palabra “oxímoron” y por eso la calzo en este texto como sea; muchas de las obras que realicé mientras ejercía de artista llevan por título un oxímoron –“Oxímoron” sale mucho en textos de Borges y me suena a antiinflamatorio y  a complejo vitamínico o vigorizador sexual. “Tómese un oxímoron, su pareja lo agradecerá, consiga un par centímetros extra”. También puede sonar a magrebí alto teñido de rubio platino si se pronuncia aguda en vez de esdrújula– [5]; anoto una veleta entre los accesorios y se me plantean graves dificultades para instalarla correctamente porque el Polo Norte “es el único lugar de la Tierra donde todas las direcciones son sur”, anuncian las agencias de viajes y expediciones árticas [6]; si me pierdo en el metro de Bilbao con sólo dos líneas, ¿cómo podré orientarme entre la orografía y climatología del círculo polar ártico? [7]; llegar al Polo Norte a pie en verano es algo peor que desaconsejable [8]; Fofito Grillo ya me sugirió que, por el deshielo de estas fechas, es mejor ir al Polo Sur que está en un continente de tierra firme, pero como me saca de quicio prefiero llevarle la contraria, sin contar que ahora, en el Polo Sur, es invierno y las condiciones atmosféricas lo hacen incompatible con la vida [9]; sospecho que Fofito Grillo quiere deshacerse de mí [10].
¿Saben qué? Me reafirmo en lo que he escrito ya tres veces. Que los accesorios definen al viajero, y esta veleta me define, porque me plantea problemas que no me atrevo a resolver sobre el terreno. La veleta me impide viajar al Polo y me califica como alguien que no sabe por dónde sopla el aire. Cambio de opinión y me rajo. Soy un veleta. Me quedaré otro agosto en casa pegado al ventilador, en la sombra y leyendo publicaciones sobre expediciones pioneras a los círculos polares, ilustradas en blanco y negro con barcos encallados en el hielo, occidentales cejudos y barbudos embozados en piel de foca al lado de esquimales, trineos tirados por perros o ponis, icebergs y otras estampas refrescantes.
Me veo confortablemente instalado como un intrépido viajero sedentario en este final de la aventura: final feliz con oxímoron.

Roald Amundsen en el Polo Sur, el 14 de diciembre de 1911