martes, 26 de julio de 2011

Manual de instrucciones para veletas


El 1 de agosto viajaré al Polo Norte o al Sur, no lo sé todavía. Estaré una semana o cinco días porque no me gustan los viajes largos y antes de salir ya pienso en la vuelta, en la tranquilidad cotidiana del hogar con la maleta vacía y guardada en el estante más alto del armario empotrado. Para un periodo tan breve será mejor elegir el trayecto más corto, sí, creo que me decidiré por el Polo Norte.
Empiezo a redactar mi lista de equipaje con lo imprescindible y lo accesorio. Lo accesorio diferencia al viajero, define su personalidad, y la personalidad es muy importante, “Sé tu mismo” o “Sé tu misma”, “Be water my friend”, proclama la cultura coca-cola en boca de Bruce Lee que era chino y decía lo mismo y lo contrario a la vez: adáptate a las circunstancias como el agua a la taza y al calor para ser tu mismo. Entre lo imprescindible destacaré el cargador del teléfono móvil, que es Nokia, y, aunque en el círculo polar ártico será facilísimo encontrar un cargador de esta marca, es mejor llevarlo a mano desde el principio; no olvidaré el cepillo de dientes, el dentífrico blanqueador y el elixir Licor del Polo; una brújula; mi nuevo ordenador portátil y el ipod. La lista de accesorios es más larga, tampoco me extenderé en detalles y señalaré, por ejemplo, el estuche de acuarelas Rembrandt para paisajes blancos, el bloc de papel acuarelable surtido con hojas de diferentes tonalidades blancas para acuarelistas esquimales y los pinceles de marta kolinsky; la cámara de fotos full frame; el trípode Manfroto y mis lecturas de verano para el Polo: “Mi visión del mundo” de Albert Einstein, “Nord” de Céline con el diccionaro “Larouse” porque el francés de Céline no resulta fácil, una versión bilingüe ingles-español de textos de William Morris bajo el título “Arte y Artesanía”, la edición Valdemar de “Franz Kafka cuentos completos (textos originales)”, que reúne ediciones autorizadas de Kafka y escritos que no han sido filtrados ni alterados por Max Brod amigo y artífice de la recuperación de la obra del escritor, y “Estrella distante” de Roberto Bolaño.
Desconozco si las expediciones de Peary, Cook, Shackleton, Scott y Amundsen llevaban o no una veleta entre sus equipamientos. Pero yo sí, yo añadiré una veleta en mi lista como accesorio necesario. Tampoco sé si “accesorio necesario” forma un oxímoron porque es mejor oxímoron un “accesorio imprescindible” y tal vez debería escribir dos listas: una de accesorios y otra de imprescindibles para poner los imprescindibles en la lista de accesorios y viceversa y así obtener dos listados de oxímoros: mis oxímoros personales, porque, como ya he referido antes, lo accesorio define al viajero y mi espíritu multiplicaría oxímoros privados si intercambiase el listado de accesorios esenciales con el de imprescindibles opcionales.
Las dudas llegan acompañadas y la veleta me trajo muchas y muy importantes referidas a su modo de uso: ¿Cómo instalar una veleta correctamente orientada en el Polo Norte? ¿La instalaré en el Polo Norte magnético o en el Polo Norte geográfico? ¿En cualquiera de los dos casos, cómo la orientaré hacia el este y al oeste para que me indique la dirección de los vientos?
La veleta se compone de un eje vertical sobre el que se prolonga y gira un plano de oposición contra los vientos y una flecha que indica la dirección de la resistencia. Debajo, en un plano perpendicular se coloca un aspa o cruz griega que señala los puntos cardinales. Una veleta se instala fácilmente orientando el norte del aspa hacia el norte magnético con la ayuda de una brújula. Pero en el Polo Norte las brújulas fallan, justo sobre el Polo magnético la aguja da vueltas locamente sin parar, cerca del Polo la aguja señala al sur o a cualquier otro punto sin ninguna precisión. Una veleta en el Polo Norte siempre apunta al sur. Los cuatro extremos del aspa miran al sur y dos de los extremos también deberían mirar uno al oeste y otro al este, pero me faltan recursos para orientar correctamente estos dos puntos cardinales con los extremos del aspa. Mis conocimientos de niño boy scout son insuficientes porque el Polo Norte geográfico está sobre el Océano Ártico donde, evidentemente, no crecen árboles para rastrear el musgo hacia el norte en las cortezas, y, en verano, el sol allí no se pone, no podré avistar la estrella Polar en el cielo nocturno; todo se complica aún más porque tampoco podré localizar el este y el oeste fijándome en la salida y en la puesta del astro rey. ¿Necesito un navegador GPS? ¿Qué es eso y cómo funciona? Mejor me compro una cámara compacta con GPS incorporado, así, mientras saco fotos de viaje, conseguiré orientarme, encontrar el Polo Norte geográfico y situar mi veleta con la cruz mirando al este y al oeste además de al sur. Sí señor, una buena compacta con GPS. ¿Pero cuál elegir? ¡Vaya lío! El catálogo de compactas es infinito. No lograré decidirme antes del fin del verano. Si busco una cámara de esas, no saldré hasta dentro de unos meses, cuando el Polo Norte esté en medianoche permanente y todas las fotos saldrán oscuras, un desperdicio porque las compactas toman fotos horribles cuando hay poca luz, imágenes con “mucho ruido en las sombras” sobre el que discuten en sus aburridos foros los canonistas, nikonistas, panasonistas, samsungistas, fugistas, ricohistas olimpusistas sonystas pentaxistas y etceteristas. De cualquier forma, mi experiencia de fotógrafo me dice que la electrónica de las cámaras falla a temperaturas bajas. Quizá el clima de verano en el Polo Norte no sea tan extremo para Amundsen como para una cámara digital compacta. ¡Un mar de dudas!, eso es lo que me sugiere el Océano Ártico. Así que apunto entre los accesorios de mi lista mi única cámara mecánica: mi vieja y pesada Mamiya RB de formato medio –me perderé y me hundiré en el hielo con ella, pero las fotos serán extraordinarias– y aparece Fofito Grillo a darme la tabarra con todo lo que se ha leído en los foros de canonistas, nikonistas, panasonistas, fugistas, ricohistas olimpusistas sonystas pentaxistas y etceteristas. ¡Qué pesado eres, Fofito Grillo! ¿A qué vienes ahora con la rayada polémica entre fotografía digital y analógica, zanjada y resuelta a favor de la primera? ¿Y qué manera de hablar es esa? ¿Desde cuando llamas fotografía analógica a las fotos de toda la vida? ¡Déjame terminar mi lista, grillo pelma! Ya conoces el enojo que me provoca decidir sobre algo, y esto del Polo me esta resultando más difícil de lo que pensaba: la veleta me da muchas vueltas en la cabeza. Tropiezo con una dificultad añadida: necesito una veleta con el aspa de orientación rematada por cuatro “S” de sur y también con una “O” de oeste (o “W” si se prefiere el inglés internacional)) y una “E” de este. Una veleta especial que no señale al norte porque ya estaré en el norte, que tengo que fabricar yo mismo o comprar en el destino, donde deberé encontrar alguna ferretería con artículos de ese tipo, porque ahora es vacación y no puedo encargar a un taller de calderería que me fabrique un aspa especial para veletas de Polo Norte antes de mi partida.
Demasiados problemas. Voy a recapitular mientras Fofito Grillo me sigue comiendo la oreja con las ventajas de la fotografía digital, el formato Raw y sus conversores, el Capture One mejor que el PhotoShop Camera Raw dónde va a parar, el rango dinámico, los perfiles de color, la absurda carrera de los megapíxeles porque, si no pretendes empapelar toda la casa con una sola fotografía, no necesitas para nada tantos píxeles, lo importante es la calidad que se consigue con unas buenas lentes alemanas y demás topicazos fotodigitales: no soporto a Fofito Grillo. Como decía, recapitulemos: Los últimos veranos me aborda el antojo de viajar al Polo, quiero ir al polo Norte [1]; redacto una lista con los artículos accesorios e imprescindibles de mi equipaje [2]; lo accesorio define al viajero más que lo imprescindible [ 3]; “accesorio imprescindible” es un oxímoron [4]; no hace mucho que conozco la palabra “oxímoron” y por eso la calzo en este texto como sea; muchas de las obras que realicé mientras ejercía de artista llevan por título un oxímoron –“Oxímoron” sale mucho en textos de Borges y me suena a antiinflamatorio y  a complejo vitamínico o vigorizador sexual. “Tómese un oxímoron, su pareja lo agradecerá, consiga un par centímetros extra”. También puede sonar a magrebí alto teñido de rubio platino si se pronuncia aguda en vez de esdrújula– [5]; anoto una veleta entre los accesorios y se me plantean graves dificultades para instalarla correctamente porque el Polo Norte “es el único lugar de la Tierra donde todas las direcciones son sur”, anuncian las agencias de viajes y expediciones árticas [6]; si me pierdo en el metro de Bilbao con sólo dos líneas, ¿cómo podré orientarme entre la orografía y climatología del círculo polar ártico? [7]; llegar al Polo Norte a pie en verano es algo peor que desaconsejable [8]; Fofito Grillo ya me sugirió que, por el deshielo de estas fechas, es mejor ir al Polo Sur que está en un continente de tierra firme, pero como me saca de quicio prefiero llevarle la contraria, sin contar que ahora, en el Polo Sur, es invierno y las condiciones atmosféricas lo hacen incompatible con la vida [9]; sospecho que Fofito Grillo quiere deshacerse de mí [10].
¿Saben qué? Me reafirmo en lo que he escrito ya tres veces. Que los accesorios definen al viajero, y esta veleta me define, porque me plantea problemas que no me atrevo a resolver sobre el terreno. La veleta me impide viajar al Polo y me califica como alguien que no sabe por dónde sopla el aire. Cambio de opinión y me rajo. Soy un veleta. Me quedaré otro agosto en casa pegado al ventilador, en la sombra y leyendo publicaciones sobre expediciones pioneras a los círculos polares, ilustradas en blanco y negro con barcos encallados en el hielo, occidentales cejudos y barbudos embozados en piel de foca al lado de esquimales, trineos tirados por perros o ponis, icebergs y otras estampas refrescantes.
Me veo confortablemente instalado como un intrépido viajero sedentario en este final de la aventura: final feliz con oxímoron.

Roald Amundsen en el Polo Sur, el 14 de diciembre de 1911
  


2 comentarios:

  1. Tengo que confesar que al final del artículo ya me he quedado tranquilo al comprobar que abandonabas el viaje, porque una semana me parecía poco tiempo para ir hasta allí.
    También convengo en lo de pensar en la vuelta mas que en la ida y aunque siempre vienen bien los recuerdos que recoges por ahí, te los puedes fabricar a medida que es algo que entretiene mucho.
    Y etcétera.
    Gracias por la impoética
    P.S.

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  2. Sí, y también debe de ser entretenido agotar el pasaporte, gastar las páginas donde acuñar visados antes de la fecha de expiración del documento.
    Lo bueno de pensar en viajes cortos, en la vuelta, es que no requiere equipaje voluminoso, ni redactar largas listas. Luego en destino se puede tachar la lisa, alargar el tiempo, olvidarse de volver, no pensar mucho. Pero vale, capto perfectamente lo de los recuerdos fabricados a medida. Aunque también sabrás que no soy ni seré el único que ha fabricado postales de viaje en el cuarto de estar. Sin ir más lejos (nunca mejor dicho) el doctor Cook documentó un viaje al Polo Norte filmándolo a las afueras de Nueva York. Es que casi todo el mundo se acuerda de lo que quiere o puede: fabrica recuerdos.
    Gracias por venir y saludos.

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