domingo, 18 de octubre de 2015

Hacía falta

Hacía falta esa novela satírica centrada en nuestro arte visual contemporáneo y español. A él le hubiera gustado intentarlo, le hubiera gustado superar al mono de Monterroso. Pero no podía llegar ni a la primera frase porque nunca fue aceptado en la selva. No podía redactar páginas satíricas sobre urracas que no le habían invitado a su mesa, tampoco le invitaron las serpientes ni los ratones ni las gallinas –ni las estrellas ni las flores variadas ni las olivas ni los castros o castillos ni ningún otro anfitrión de nuestro arte español–. No podía escribir al detalle sobre nadie. Cierto es que nada le impedía inventarse todo, pero así no se escriben buenas sátiras, necesitaba un fundamento sólido. Él sólo había divisado una nebulosa lejana que le pronosticaba algo; él había escuchado estupideces, injurias, resentimientos, estulticias y yoísmos, muchos yoísmos; le faltaban frases precisas, le faltaba nitidez: una sátira borrosa es menos sátira, hay que apuntar al detalle. Al grano. Si alguna vez estuvo cerca, ya se había olvidado; su resentimiento era vago y general. Porque sí, había que estar un poquito resentido, y a él ya no le importaba el arte español, por eso –lo pensaba ahora mejor– los anfitriones del arte patrio no se merecían ni una línea; si hacía falta escribir algo, satírico o no, sería sobre el arte de fuera de nuestras fronteras; y probablemente alguien ya hubiese escrito esta novela extranjera; aunque él no podía saberlo, no llegó ni a oler los entresijos del arte internacional. Y no era pereza, podía dormir tranquilo, sencillamente, no era de su incumbencia.