martes, 22 de octubre de 2013

El contagio



¿Qué escondía Pío Baroja debajo de la boina? La cabeza sería una respuesta obvia, y no baladí, porque don Pío Baroja escondía una flagrante cabeza braquicéfala, característica antropométrica que no disimulaba del todo con una pequeña txapela. Esto me conduce a una segunda pregunta de respuesta no tan fácil. ¿Por qué don Pío se cubría con esa boinita redonda en lugar de con una señorial txapela? Quizás porque don Pío nunca se miraba de perfil en el espejo y nunca midió su índice cefálico con un craneómetro, uno de esos artilugios pre-nazis de medición de cabezas; o quizás opinaba, y con razón, que ocultar completamente el cráneo era más sospechoso que disimularlo parcialmente.

En el prólogo de “El Laberinto de las sirenas”, que se subtitula “Casi una fantasía antropológica”, don Pío Baroja despliega con mala leche no carente de humor ciertas opiniones sobre la raza humana. Baroja no era joven cuando concluyó el libro, anotó un lugar y una fecha bajo el epílogo: “Rotterdam en 1926”; tenía entonces 56 años. Para no reincidir en viejas acusaciones al autor, me ceñiré a que las opiniones raciales son opiniones de un personaje, el capitán Andía; y aunque ambos, personaje y autor, caracterizaron al cascarrabias de su época, debo insistir en que quien firma el “Prólogo/Casi una fantasía antropológica” es el marino retirado Andía, y advertir que la novela arranca antes del prólogo con una “Conversación preliminar” entre el médico escritor Pío Baroja y “una señora que quiere un libro a la medida”.

Los insultos que Andía dedica a los braquicéfalos me han calado. A mí, cuando la edad me ha regalado una alopecia a la que me resigno, me consuela portar un cráneo con la simetría de una canica, una cabeza cuya craneometría se aproximaría a la de la esfera, cuerpo platónico de simetría perfecta y completa. Pues no, mira que no, opina el marinero Andía –y no sé si también el doctor Baroja–, un cráneo esférico no es bello, es un “cráneo de maldito braquicéfalo”, la armonía craneal, la belleza craneométrica pertenece al dolicocéfalo cuya sección elíptica dispone cara y nuca del individuo en los extremos del eje mayor. Las teorías heliocéntricas con órbitas circulares quedaron obsoletas. Pero señores, aunque las órbitas que trazan los planetas sean elípticas, los planetas siguen siendo esferas, canicas de las galaxias, creo que podríamos discutir bastante sobre esto, Shanti Andía, no me convences, los braquicéfalos no somos malditos, porque ha resultado que soy un braquicéfalo medido y comprobado. No tengo craneómetro, pero por medio de ilustraciones sé que el instrumento se asemeja mucho a un sargento de carpitería, he ajustado un sargento “Hurko” de mi taller a los dos ejes de mi cabeza, primero a uno y después a otro, he medido las distancias, he aplicado la fórmula general para el cálculo de cocientes craneales y el resultado me da 83 exacto, sin decimales. Un cociente por debajo del 83,3 marca el límite de la dolicocefalia: hasta 83,3 se es dolicocéfalo, por debajo braquicéfalos. Soy braquicéfalo por 3 décimas: no jorobes Shanti Andía.

Un día festivo de agosto partí hacia Lúzaro, el pueblo natal de Shanti Andía. Me hubiera gustado encontrar un rastro del marino pregonero de la dolicocefalia pero me perdí y terminé en Guetaria, cuna de Juan Sebastián El Cano y de Cristóbal Balenciaga. Me entretuve en el museo dedicado al modisto, allí, comprobé en videos y fotografías que Balenciaga era dolicocéfalo aunque no pude saber nada del índice cefálico de las modelos: las colecciones se exhiben en maniquís sin cabezas. En una planta encontré una exposición de fotografías sobre la relación de Balenciaga y el cine: actrices que lucían en la gran pantalla vestidos, abrigos o complementos del diseñador vasco. Un plano medio de Ava Gardner era el cartel de la exposición. Parecía braquicéfala. ¿Es posible que “el animal más bello del mundo” sea una braquicéfala, Capitán Andía?, pregunté en voz alta. Nadie respondió, sólo la goma de mis zapatos chirriaba en el suelo pulimentado, con este aforo no creo que el museo de Balenciaga tenga futuro, una pena.

De regreso aparqué en Zarauz a la hora del poteo; la tarde estaba revuelta, chispeaba, una tormenta de verano no se decidía a descargar; frente al mar aprecié el amarillo en la cara cóncava de las olas sucias de arena y fondo marino, un color que Baroja describe en “El laberinto de las sirenas”. En el pueblo, bares, calles plazas y terrazas estaban repletos con una relación de un dolicocéfalo cada cuatro braquicéfalos; profusión de braquicéfalos, pero no advertí que el índice cefálico influyera en el consumo porque disfrutaban del txakolí, el rioja y los zuritos indistintamente.

Ahora me siento inquieto. He lanzado opiniones a la ligera y debo corregirme, no puedo asegurar que don Pío fuera braquicéfalo, es más, si observo sus últimas fotografías veo las sienes marcadas, las aristas dibujadas a cada lado de la frente muy propias de dolicocéfalos que contradicen anteriores fotografías con la boina caída hacia la nuca y el frontón que asoma redondo como un balón de Nivea. Ya no se puede ajustar mi sargento Hurko a los ejes de su cabeza para obtener una cifra precisa de su índice cefálico, pero el viejo Baroja parece más dolicocéfalo, y Shanti Andía me ha contagiado sus inquietudes; ustedes no se extrañen si se topan conmigo y les miro fijamente a la cabeza, estaré calculando su índice cefálico, dudando y sufriendo mentalmente para obtener un veredicto porque no es cuestión de cargar a todas horas con una regla y un sargento “Hurko”.