domingo, 27 de febrero de 2011

1/2 HUELGA GENERAL (más o menos)


Mi primera actividad laboral tras despertar de mi letargo fue una huelga. La huelga general. Un artista primero aletargado y después en huelga general. Romperé con la pana, se va a enterar este país.
Hace ya un mes de esto y así es como recuerdo mi jornada de huelga:
A la 9 me levanto, me ducho y bajo a la cafetería a desayunar mi expreso de las mañanas. La cafetería está abierta pero con las cortinas echadas y las luces apagadas porque a las 8 a.m. ya han pasado dos veces los piquetes informativos. Vivimos en un barrio obrero, le pregunto a mi cafetera si me sirve, mi cafetera me invita a pasar en voz baja. Con la luz apagada me tomo un café clandestino. No es la primera vez, en otras jornadas revolucionarias también desayuné café clandestino a oscuras preparado por mi cafetera esquirola. ¿Pero qué quieren los piquetes?, ¿que hagamos huelga dormidos?, ¿obligarnos a beber café casero preparado en cafeteras Magefesa o similares? Un poco de comprensión, por favor. ¿No será mejor empezar la jornada reivindicativa con buen sabor de boca? Me termino el café deprisa porque los piquetes llegan a informar por tercera vez. ¿No vas a cerrar? Sí, sí ahora cierro. Vale, date prisa.
Se va a enterar este gobierno. Me dirijo al centro de la ciudad y encuentro un montón de bares abiertos, los piquetes informativos han informado a medias, o no les hacen caso estos esquiroles, o los piquetes mantienen un convenio diferente con los expendedores de cañas y anís que con los de café expreso. No lo se, pero a estos bares abiertos nadie les insiste. Yo no entro, hoy no quiero vino que estoy de huelga; se van a enterar.
Llego a la plaza, una multitud ordenada y con banderas entra por otra calle paralela a la mía. Vienen en manifestación desde un punto de la ciudad. La multitud se pierde, no veo el final entre las calles. La plaza es rectangular, en un costado, la policía se separa a unos cuatro pasos en dos grupos. Con casco blanco los nacionales, con casco rojo los autonómicos. Exhiben gualquitalquies y algún trabuco para pelotas de goma y botes de humo. Se les ve tranquilos, son pocos, una veintena en total y no se prevé conflicto, y si lo hubiere se poyarán en los gualquitalquies.
Camaradas vamos a reventar la plaza, grita el de la megafonía, a ver camaradas, dejad pasar no bloqueéis la entrada que viene mucha gente, al fondo de la plaza hay sitio, dejar paso, vamos, que vamos a reventar esta plaza. Los manifestantes obedecen que da gusto. La plaza se llena ordenadamente, ¿por qué no hacemos esto en el autobús?, ¿por qué la gente no hace caso al conductor y se apelotona a la entrada bloqueando el paso de más viajeros cuando el fondo queda vacío? Quizás porque el día a día está plagado de esquiroles. La plaza se va ocupando solidariamente, sin colapso en la entrada, pero el del megáfono insiste, a ver los que están junto a esos árboles al lado de la cabina del parking, dejad pasar, no os quedes ahí taponando, quedan muchos compañeros por llegar, no os quedéis ahí, hay mucho sitio aquí, detrás de mí, vamos, vamos a reventar esta plaza. Insiste en euskera y castellano. Casi todos obedecen. Por ahí llegan los de la CGT enarbolando sus colores rojo y negro, y los de la CNT que todavía existe, mira tú. Hay banderas y pancartas, el negro, el rojo, el blanco y el violeta flotan por encima de las cabezas. El rojo predomina, se asienta en muchas cabezas femeninas, no hablo de ideologías, me refiero a los tonos rojos, granates y variaciones hasta el burdeos con que se tiñen las cabelleras de muchas manifestantes. Tintes y genas revolucionarias. Más ideológicas que estéticas me parece a mí. Pero quién soy yo para cuestionar estos estilismos. Que le pregunten a Llongueras, yo bastante tengo con lo mío, no me importaría disponer de algún pelo más en mi cabeza. Con este frío me van a salir sabañones en el cuero cabelludo.
El primer sindicalista habla por el micrófono pero nadie hace caso, apenas se le oye mientras los manifestantes recién llegados saludan a sus conocidos. Otra cosa es el segundo sindicalista que arenga con energía a las masas. Tiene más razón que un santo si se me permite la observación. Le aplaudo a rabiar. Mis manos entran en calor y aplaudo más y más. Qué alivio. Por fin siento las yemas de los dedos. Traigo unos guantes de calle y un calzado de invierno para ciudad. Unas botas Clarks que nada tienen que ver con las Salomón, Chiruca, Quechua, Asolo y todo el atuendo montañero de la mayoría de los manifestantes. A mi alrededor se concentra un alto porcentaje de toda la distribución de goretex de la comunidad. Y estoy helado, es 27 de enero, no he venido prevenido como para subir al K2, pero aplaudo y aplaudo hasta hacer saltar chispas. ¡No falta dinero, sobran ladrones! Es el grito de guerra para defender las pensiones. Más tarde se hace el silencio, el puño en alto y se canta un eusko gudariak solemne. Yo no, no puedo plegar los dedos porque de tantos aplausos para entrar el calor se me han hinchado como salchichas parrilleras, están envarados; no sería propio levantar ahora una mano con los dedos extendidos.
Pacíficamente nos disolvemos. Algunos salimos por un paseo perpendicular a la plaza y veo, en el escaparate de una pastelería, dos columnas blancas de pastas de canela. Las luces del escaparate no están encendidas, pero empujo la puerta y el establecimiento permanece abierto. Pido dos pastas redondas, grandes, recubiertas de azúcar glas, que la dependienta introduce en un sobre de papel encerado y salgo de nuevo al paseo. Un inmigrante magrebí reparte entre los huelguistas octavillas que no parecen muy revolucionarias. El inmigrante magrebí reparte publicidad, es un esquirol durante la jornada de huelga si un inmigrante magrebí que reparte la publicidad de un bar, o un restaurante, o una discoteca, puede considerarse esquirol. Ningún huelguista acepta sus octavillas. Y yo no tengo manos: la izquierda está ocupada con el sobre que guarda una pasta de canela, la derecha lleva la otra pasta que he sacado y empezado a masticar. ¿Qué hago?, ¿acepto la publicidad del esquirol que no tengo muy claro si es un esquirol porque, seguramente, con su economía precaria, o sumergida, o provisional, o todo esto a la vez, el problema de las pensiones de jubilación no le llegará a afectar en absoluto? Cuando paso a su lado, alargo la mano derecha (la ocupada con la pasta mordida) y con los dedos meñique y anular atrapo la octavilla que me ofrece seguida de una mirada de cumplido agradecimiento. OFERTA, llevando 4 KEBAB un litro de refresco GRATIS. DÖNER KEBAB, Bar. Servicio a domicilio. Menú Pollo asado con patatas fritas y refresco 8, 50 €. Domingo a jueves, de 12 a 24 h. Viernes y sábados, de 12 a 01h. Sábado, domingo y festivos de 05 a 08h. Esto me resulta un poco raro, y no es una errata, o sea que los festivos y los sábados ofrecen KEBAB de madrugada para trasnochadores, para desayunar, para empapar el alcohol, para borrachos y magrebíes abstemios, para todos juntos en comunión y armonía; borrachos cristianos, abstemios musulmanes y ateos despistados. NOVEDAD, comprando 3 unidades de KEBAB 1 unidad GRATIS.
La pasta sabe bien, mejor que las que comprábamos de niños en quioscos y tiendas de chucherías. Las que venden ahora en pastelerías son más ricas, más grandes, con más azúcar glas, y además no han subido la cifra del precio porque antes costaban una peseta (y no se llamaban pastas de canela, se llamaban pastas de una peseta) y ahora me han costado un euro cada una.
Reservo la otra pasta para mi hermana, hemos quedado a comer y se que también le gustan. Mi hermana no vive en un barrio obrero, vive en lo podríamos llamar “un barrio alto de la ciudad”. Aquí todo está abierto, aquí nadie hace huelga. La casa de mi hermana era la casa de nuestros padres y la de nuestra infancia, por eso me conocen en el barrio. Entro en la cafetería-panadería de Raquel. Necesito un café para entrar en calor y para digerir la pasta que se me ha quedado pegada en el esófago. Frente a mí, al otro extremo del mostrador hay un tipo con atuendo de albañil delante de un carajillo y que habla, en voz muy alta, sobre las virtudes adhesivas de la resina epoxi con una pareja que parecen del barrio y visten abrigos caros.
‑Y a María Antonieta no se la follaba nadie ‑les espeta el del carajillo.
‑Vaya ‑dice el del abrigo caro.
‑Sí, yo estuve una vez en Versalles, y sé que se pasaban la vida jugando al escondite en los jardines, también jugaban a la gallinita ciega pero de follar nada, a María Antonieta no se la follaba nadie, y le cortaron la cabeza.
‑Yo prefiero la mezquita de Córdoba a Versalles ‑aclara finalmente la mujer del abrigo caro.
¿Qué quiso decir?, ¿que desde un punto de vista meramente arquitectónico prefiere el arte andalusí al rococó versallesco, o lo que prefiere es apreciar la arquitectura mudéjar mientras, con el del abrigo caro o con otro, se pone mirando a Cuenca?
Raquel me sirve el café con leche,
‑¿Templado o caliente?
‑Caliente por favor, necesito templarme un poco.
Los de los abrigos caros se despiden.
‑Ya me contareis como os ha ido con el pegamento epoxi ‑les grita el del carajillo.
Cuando salen, Raquel le informa:
‑Son dentistas y tienen la consulta aquí al lado.
‑Sí, pues ya te digo, con la epoxi nada se despega ‑Lo afirma golpeando el mármol del mostrador con la mano abierta. Y añade ‑: ¡Anda, si me tengo que ir, el jefe me está esperando y se va a cabrear!
‑Ya es hora, ya, Alberto ‑le dice Raquel.
Cuando sale, leo en la espalda de su chaleco de trabajo el nombre de la empresa constructora que desde hace décadas acapara las contratas de restauración de nuestra región. El logotipo es un un arco de medio punto románico junto al nombre de la constructora responsable de que todos los edificios históricos de la comunidad parezcan anuncios de Exín Castillos.
Un restaurador de murallas viejas y una pareja de dentistas, ahora puedo entender la conversación sobre pegamentos y resinas epoxi, de ahí a la vida sexual de María Antonieta y la comparación con la mezquita de Córdoba no me queda tan claro.
Raquel me mira y sacude la cabeza.
‑Hoy venía contento el Albertito ‑le dice a su empleada que está sacando unos panes del horno.
‑¿Y qué día no viene contento? ‑responde ésta resignada.
Algo del misterio se disipa: se trataba de las familiaridades de un cliente habitual, por lo demás, un poco plasta. Un entusiasta de la resina epoxi que quizá soñaba con pegar de nuevo la cabeza amputada de María Antonieta al cuerpo para luego subsanar la asignatura pendiente que le causaba obsesión. Un escalofrío recorre mi espalda. Tengo fiebre, no hay duda, se terminó para mí la jornada de huelga.

sábado, 12 de febrero de 2011

La cuarta dimensión

El hipercubo o teseracto se define como la generalización de un cubo a la cuarta dimensión. Dalí no pintó un hipercubo. Pintó el desarrollo de un hipercubo en tres dimensiones. El desarrollo de un cubo presenta sus seis caras cuadradas en dos dimensiones y el desarrollo del hipercubo de cuatro dimensiones representa sus ocho caras cúbicas en nuestras tres mundanas dimensiones. Yo nunca vi un hipercubo porque mi cerebro y ojos de batracio no dan más de sí. Dalí era un genio. Tal vez sí visualizaba el hipercubo. O tal vez no; si a sus ojos saltones les correspondiese otro cerebro de batracio, no le importaría lo más mínimo no poder verlo para hablar del hipercubo y pintarlo con toda naturalidad, o naturalismo.
¿Quién ha visto un hipercubo?, ¿os acordais de Jimenez del Oso con aquellas ojeras prominentes?, ¿vería Jimenez del Oso los hipercubos? Hay que tener párpados desarrollados, párpados en 4-D cuyas formas abultadas sumen el volumen de una hiperesfera para compensar un cerebro terrenal y entender que ese cubo dentro de otro cubo que llaman hipercubo es más una proyección del hipercubo que el hipercubo mismo. Algunos escultores lo obvian y plantan monumentos con esa forma de escultura hipercubo. Son de las estructuras más feas que nos podemos topar. Como un búnker en hormigón, piedra o mármol: no tienen cuatro dimensiones.
Dalí defecaba por las mañanas aquellos cuernos de rinocerontes incoloros e inodoros, en Portlligat, los días de gracia, que eran muchos. Yo ahora creo que eran fracciones de un monstruo de cuatro dimensiones que llevaba dentro. Un cuerpo de cuatro dimensiones no podríamos verlo en nuestro mundo de tres, sólo podríamos apreciarlo en algunas partes sublimes, como esos cuernitos ultradimensionales que surgían de los intestinos del divino ampurdanés.