viernes, 5 de diciembre de 2014

"...un artista libre que siempre se ha mantenido ajeno a modas y mercados..."

Suerte de palabrería que leemos en notas de prensa o artículos culturales que nos anuncian la exposición de alguien que hace más de lo mismo. Esta combinación la encontré en un enlace de Facebook, que es un nido de publicidades inservibles para los usuarios pero, como aseguran algunos suspicaces, oculta estrategias muy útiles para conocer y manipular a la incauta población. De esto último yo no entiendo, pero he visto montones de artistas libres y originales que no son nada originales, siguen alguna moda y son ajenos a los mercados porque los mercados les dan la espalda, se les escapan, se esconden de ellos, o, sencillamente, no les conceden un puesto en la plaza. Yo mismo he sido un artista libre que siempre se ha mantenido ajeno a modas y mercados, muy a mi pesar.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Algo más sobre mi tentativa de reanimación de un lugar parisino el 18 de octubre de 2014





¿Era yo el único que no disimulaba estar al tanto de la relevante efeméride? Exhibía mi librito de Perec dentro del Café de la Mairie, fotografiaba, y anotaba en mi dietario de 2014 lo que pasaba al otro lado del cristal. Otros clientes entraban y salían, tomaban cafés o refrescos, pedían oeufs au plat o sandwiches, leían periódicos, estudiaban guías turísticas o miraban las pantallas de sus celulares, Ipads y ordenadores. M. salió a dar un paseo mientras yo seguía apuntando lo que pasaba y haciendo fotos sin levantarme de la silla. Un matrimonio vino a ocupar la mesa de nuestra izquierda, la pegada al cristal; rondaban la sesentena. El marido giraba la cabeza arriba, abajo, izquierda y derecha; curioso y sonriente, entrecerraba los ojos por el sol que atravesaba la cristalera. Leyó el título del librito de Perec sobre mi mesa, ¿vive usted en Paris?, preguntó. No, respondí también sonriente; pero fue una respuesta más seca y cortante de lo pretendido; dudé si entablar conversación y preguntarle por la efeméride, si sabía que se cumplían cuarenta años desde la fecha que Perec anotó al empezar su “Tentativa de agotamiento de un lugar parisino”, dudé si preguntar, a él y a su señora, si estaban allí por lo mismo que yo. No me atreví, me falló la curiosidad; ganó mi pereza para hablar francés, mi pereza para hablar cualquier idioma, incluso el mío; ganó mi pereza y ahora no estoy seguro: puede que no fuera yo el único que no disimulaba.

M. regresó y se dio cuenta; desde la entrada señaló detrás de mí, me volví; en la pared, justo sobre mi cabeza, había una placa esmaltada azul con letras blancas como todas las que señalan las calles y plazas de París. No fue intencionado, nos habíamos sentado debajo de la placa sin verla; por casualidad, o como es más intenso creer: por intuición. La placa es un guiño Oulipo: donde deberíamos leer e, vemos espacios vacíos, la ausencia de la e en la placa es un homenaje a “La disparition”, la novela que Perec escribió prescindiendo de esa vocal. Así que el Café de la Mairie es territorio por el que ronda o ha rondado Oulipo, donde ha reservado un rincón con placa y todo. Al instante alargué una cámara a M., la Leica x2, y allí, desde la puerta, me retrató en mi silla delante de la placa; luego me levanté, con la m6 hice un par de fotos más de la placa en la pared y salimos. Desde la plaza tomé las últimas fotos del café: las sillas y mesas de fuera y las dos fachadas transparentes. Dentro la señora comía una ensalada, sola en su mesa, porque el marido se había trasladado, se había sentado en la silla que yo había dejado y muy sonriente tomaba su café debajo mismo de la placa:


2012
Plac 
G org s P r c
 crivain Français


El calendario hizo rodar sus meses, semanas y días hasta que la tierra giró cuarenta años alrededor del sol y mi tentativa había caído en sábado, en cambio Perec se sentó allí un viernes, y no pasa lo mismo un viernes que un sábado cuando no pasa nada en la Place Saint-Sulpice. Perec apuntó bien esa diferencia y para ello alargó su experiencia tres días, de viernes a domingo, mientra que yo sólo me senté unos minutos en el Café de la Mairie, porque era un turista, un viajero atraído por el librito de Perec: “Tentative d’epuissement d’un lieu parisien”, y el Café de la Mairie explota esa baza turística, al menos desde que clavó en 2012 una placa detrás del que aseguran era el asiento que ocupaba.

Y lo que se veía sobre todo pasar por la plaza Saint-Sulpice este sábado cuarenta años después eran turistas, como yo. Si los turistas que se sentaban delante, detrás y a mi lado eran Oulipos que se habían citado para honrar a Georges Perec y anotar qué pasaba cuarenta años después, lo disimulaban muy bien; nadie parecía hacer caso a la efeméride. Dí una vuelta a la plaza, una chica fotografiaba a otra que posaba con traje a rayas de chaqueta y falda; la modelo, de melena morena y rasgos orientales, guapa, dejaba asomar algo más del muslo derecho por una abertura lateral de la falda de tubo larga hasta la rodilla; zapatos negros de tacón afilado, no parecía turista, tampoco modelo profesional, y, desde luego, disimulaba perfectamente su condición de Oulipo. La fotógrafa se agachaba en busca de un contrapicado con la fuente de fondo, manejaba una Nikon de gama media, reflex digital con zoom. Una señora china había traído su propia banqueta plegable, se había sentado detrás de la fuente, en la zona más alejada a la iglesia; escribía en un cuadernito, podrá ser la primera Oulipo, me acerqué y vi que garabateaba, no entendí sus dibujos, quizás disimulaba, quizás, cuando no la miraba, había pasado la página donde apuntaba lo que pasaba cuando no pasaba nada y yo no había captado la maniobra, sólo veía garabatos. A escasos metros, en un banco frente a un lateral de la fuente, otra mujer con más cara de francesa europea (porque la china sería igualmente francesa y europea, supuse) también se inclinaba sobre un cuaderno de notas, un cuaderno Moleskine, me acerqué hasta colocarme detrás con sigilo, trazaba el boceto de la fachada de la iglesia con lápices de colores. O disimulaba.

Nos dispusimos a abandonar la plaza y torcer por la Rue Bonaparte en dirección al Sena. Eche una última mirada al Café de la Mairíe; reparé en la línea de mesas de fuera, las más adelantadas de la acera que se disponen al borde de la calzada y en esquina con la Rue des Canettes. Distinguí unos micrófonos que había visto antes, al entrar en el café, y había pensado en alguna entrevista, pero no había entrevista; una rubia custodiaba su equipo de sonido, el micrófono apuntaba al cielo y a la plaza y formaba un ángulo de 110 grados con el soporte o trípode corto que se posaba sobre la mesa, parecía que registraba el sonido ambiente. Vi otra joven morena una mesa más atrás con un micrófono en la mano y orientado a la plaza igual que el otro; no vi entrevistados, ¿podrían ser estas las Oulipos que esperaba encontrar, unas que no disimulaban y grababan lo que pasaba cuando no pasaba nada cuarenta años después; las únicas Olipos atentas a la fecha, unas Oulipos sonoras?


LO QUE ANOTÉ EN MI DIETARIO, ENTRE FOTO Y FOTO, EN  LA MESITA DEL CAFÉ DE LA MAIRIE


18 de octubre 
llegamos a en punto 
Café de la Mairie  
dos cafés 
turistas  
pocos autobuses 
saco una foto desde la acera 
un coche me quiere 
atropellar, detrás está el 
parquing  
Una Perrier - pedimos  
es mejor hacer con una sola cámara, 
dos leicas son demasiadas 
para mi, una digital o numérique y la otra 
argentique, no me parezco nada a Doisneau ni a 
H.C.B – también soy turista

****

autobuses 63 70 86 87 96 
¡Un señor con una cesta! 
Una de azul turquesa, con flores en la cabeza / un trajeado con dos ramos de flores en 
las manos.  
detrás del cristal 
segunda mesa a la derecha entrando / hay tres mesas a la derecha y dos a la izquierda / 
soleado, primaveral / colocaré el filtro naranja en la Leica (definitivamente no soy 
Doisneau, soy un turista fotógrafo amateur). 
El camarero fuma / el del delantal 
**** 
a las doce, nos vamos, 
haciendo fotos se me ha enfriado 
el café


Cuarenta años después pasaban cosas diferentes cuando no pasaba nada en la plaza Saint-Sulpice. Yo aguante poco rato y me perdí la mayoría de esas diferencias.





domingo, 2 de noviembre de 2014

Mi tentativa de reanimación de un lugar parisino el 18 de octubre de 2014




Llegamos puntuales a la cita. A las 10:30, desde la rue du Vieux Colombier, cruzábamos la rue Bonaparte y pisábamos la plaza. Me presenté acompañado por M. Tras un recorrido visual por los cuatro lados de la plaza, no encontramos ni rastro del Tabac ni del Café Saint Sulpice. No quedaba más que un café, Le Café de la Mairie, y allí fuimos a ocupar la segunda mesa a la derecha detrás de la entrada acristalada. La mañana del 18 de octubre de 2014 lucía como de primavera y los clientes que habían preferido las mesas de fuera habían dejado libre una de las que queríamos ocupar.

Antes de entrar al Café de la Mairie, fotografié desde la acera el Parking donde s’engouffrait*  un “dos caballos” el 18 de octubre de 1972. Desde el mismo punto, también saqué fotos al café. Un Fiat entró en el encuadre y casi me atropella: la acera donde me había plantado descendía por la rampa de acceso al Parking. Cuando el Fiat pasó a mi lado, busqué la cara recriminadora del conductor; sin embargo, un hombre robusto y canoso, de unos sesenta años, con chaleco gris, camisa clara y alzacuello conducía mirando al frente: encontré la amplia sonrisa de un cura divertido por mi sobresalto, por mi gesto de fotógrafo despistado.

Pedimos dos cafés al camarero: un café crème y une noisette; saqué fotos a la mesa: el librito de Perec delante de las dos tazas y el ticket con la fecha, el precio y el nombre del café. Tomas digitales y de película, unas con la Leica x2 y otras con la m6 cargada con Tmax 100 de Kodak. También disparé al interior del café y a lo que pasaba por la acera al otro lado de la cristalera. Se me amontonaba el trabajo: tomas digitales con tomas de película. Es mejor decidirse por una sola cámara, dos Leicas son demasiadas, me estaba liando; no me parezco en nada a Doisneau ni a Cartier Bresson ni a Kertész ni a Brassai; disparaba sin levantarme del asiento que había elegido entre datos imprecisos como el asiento de Perec, porque Perec escribió que se sentó en el Café de la Mairíe poco detrás de la cristalera mirando hacia la calle, sin especificar si se sentó a derecha o a izquierda de la entrada.

M. pidió un agua con gas. El camarero trajo una Perrier.

Nuestra posición exacta en el café:
Un prisma acristalado gana espacio a la acera. Dentro cabe una fila de veladores, cada uno con sus dos sillas que miran paralelas a la plaza. Cinco mesitas y diez sillas en total: tres veladores a un lado del paso de entrada y dos al otro. Nosotros también miramos a la plaza, ahora la entrada queda delante a nuestra derecha, estamos ante el velador del medio de los tres a la izquierda del paso, M sentada a mi izquierda, a su izquierda queda libre la tercera mesa, la que toca un lateral del prisma acristalado; a mi derecha un señor lee una guía turística, la otra silla de su mesa está vacía; al otro lado, a un metro escaso para la entrada y salida de clientes y camareros que sirven fuera, las otras dos mesas con sus cuatro sillas vacías. Detrás de nosotros el café entra en el edificio.


* s'engouffrait: se introducía, se precipitaba, descendía.







domingo, 28 de septiembre de 2014

El malogrado / Tentative d’épuisement d’un lieu parisien

El malogrado es una novela que trata más sobre el talento que sobre la falta de él. Con esta afirmación ocupo una linea de este párrafo y no descubro casi nada; pese a todo, es una verdad plausible, no seré yo quien os descubra ahora a Bernhard, ahora que he leído por primera vez una de sus novelas, y la he leído dolorido, recostado de medio lado con 400 mg de ibuprofeno cada cuatro horas. De momento no voy a releerlo. Podría haber empezado el párrafo con la afirmación inversa: El malogrado es una novela que trata más sobre la falta del talento que sobre el talento. Afirmación igual de larga que la anterior y que considero menos admisible. Me atengo a un ejercicio de lógica: si Bernhard escribe con talento sobre la falta de talento, la novela trata del talento, no habría más que hablar; quizás la formula V-F me falle (ya no puedo recordar las lecciones de lógica en clase de filosofía de tercero de BUP), pero el tema de El malogrado es el talento de uno más dos pianistas y de sus variaciones, Las variaciones Goldberg de Bach que interpretaba Glenn Gould. Las Variaciones. Los tres son excelentes pianistas, pero el mejor, el virtuoso Glenn Gould, bloquea a los otros dos y cada uno de estos se lo toma de diferente modo, los dos con su no desdeñable talento (o sí, su talento es precisamente desdeñable y por eso El malogrado habla del talento y no de la falta de él) saben que no llegarán al mejor talento, el del mejor de los tres, el de Glenn Gould, no lo dudan desde el día que presenciaron su interpretación de Las variaciones Goldberg.


Tentative d’épuisement d’un lieu parisien es perfecto para una buena lumbalgia: el cuadernito de 17 x 11 cm y 50 páginas se sujeta bien con una mano y en cualquier posición. El paciente lumbálgico puede reacomodar sus riñones en busca de la postura menos dolorosa y proseguir la lectura de “lo qué pasa cuando no pasa nada más que tiempo, gente, coches y nubes” pese a que, en su retaguardia posicionada provisionalmente en la cama o en el sofá, pase de todo: pasan agujas, calambrazos, rayos y centellas. Este Octubre se cumplen cuarenta años desde que Perec se sentó en algún lugar de la place Saint-Sulpice: ocupó asiento en un tabac, en un banco a pleno sol y en dos cafés para describir y enumerar, con su creativo talento, un inventario memorable que, mientras yo leía este verano tumbado de medio lado, pensé conmemorar. Imaginé que el próximo 18 de octubre me sentaría en un café de Saint-Sulpice y, como Perec, pediría un ballon de bourgueil. Vería mucha gente pasar, no encontraría a Paul Virilio, ni a Geneviève Serreau, ni a Jean-Paul Aron, pero sí algo parecido a un épagneul?, un perro o alguien con pinta de español, porque, si no pasase nadie con suficiente aspecto español, yo mismo me levantaría y pasaría delante del café acristalado, y así, a falta de otro español menos indudable, contemplaría mi propio reflejo. Imaginé este proyecto artístico-literario-turístico para este otoño. Llegaría a París en viaje relámpago ignorando si una legión de Oulipos ocuparía, o no, todos los cafés, las terrazas y los bancos de Saint Sulpice: oulipistas o seguidores de Perec escribiendo sobre lo que pasa cuando no pasa nada más que tiempo, gente, coches y nubes. Iría sin avisar, sin una planificación detallada, no llamaría a mis amigos parisinos a riesgo de que me tildasen de rancio; no les quiero molestar, no quiero que me importunen; pasaría horas del sábado y del domingo recordando a Perec; fotografiaría y gastaría muchos carretes sin esperar el instante preciso, para eso llevaría mi M6, nada de foto digital, me imaginaba mientras pasaba otra página de Tentative d’épuisement d’un lieu parisien y posicionaba mi espalda de nuevo. ¿Escribiría además?, llevaría una libreta por si acaso. Sería improbable que me topase con un conocido aunque no imposible; quizás un amigo me sorprendiese y me recriminase por no haberle llamado, por haber reservado un hotel en vez de hospedarme en su casa cuando sé que soy bien recibido; y luego quedaríamos para cenar, ¿que haces luego?, también se mofaría, ¿te estoy estropeando el plan de emular a Perec?, ¿no ves que todo París emula a Perec hoy?, ¿no ves que hay una Concentración de Discípulos de Georges Perec en la place Saint-Sulpice?


El Malogrado (Der Untergeher). Thomas Bernhard. Traducción de Miguel Sáez. Alfaguara
Tentative d’épuisement d’un lieu parisien. Georges Perec. Christian Bourgois éditeur

domingo, 21 de septiembre de 2014

El aire tiembla sobre mi cabeza pero voy a redactar una lista de libros de todos modos.
Sólo puedo escribir si los vecinos no están, y ahora están: mi techo retumba, el crujido del cielo raso me ataca el corazón, me sobresalta y me bloquea. Pongo la peor música de mi colección, la subo a todo volumen y no es suficiente. Hoy es 21 de septiembre de 2014. Empezará el otoño pasado mañana. Mi verano fue a mejor desde que empezó el día 15 de julio (por si alguien no lo sabe, el verano empieza en Pamplona con el Pobre de Mi a las 00 horas del 15 de julio). Y empezó mal. El 15 de julio, visita a urgencias por un agudo dolor en la zona baja de la espalda (la zona lumbar) y un reflejo más abajo que alcanzaba el frente de ambos muslos. Siempre me pongo en lo peor, soy hipocondríaco, y por eso detallar mi encuentro en la consulta del ambulatorio serviría para ejercitarme en el relato humorístico. Voy a ahorrarme tal ejercicio literario resumiendo que la doctora suplente se rió en mi la cara y me despachó con una receta de ibuprofeno. Ya sabía yo que no debía consultar nada en interné sobre cualquier indicio de síntoma que padeciese –ahora me pongo de pie–: soy hipocondríaco –me vuelvo a sentar–. Terminé la caja de ibuprofenos y regresé a la consulta: el dolor no remitía. Esta vez un doctor suplente me mandó a casa con una pomada. Ya sabía yo que no debía consultar nada en interné sobre cualquier indicio de síntoma que padeciese, pero volví a mirar: la lumbalgia se pasa, leí, paciencia, dura entre cuatro y seis semanas. A las seis semanas el dolor empezó a remitir; no regresé a la consulta, que les den pomada a los médicos suplentes, no estoy para más risas. Ahora siento una molestia parecida a la del 15 de Julio pero creo saber de qué se trata; la incertidumbre es la enfermedad que empuja al hipocondríaco a las consultas, por eso ahora no iré, a no ser que empiece a sospechar que los médicos suplentes se equivocaron y quizá esto sea un síntoma de otra cosa peor, una suerte de aviso que los suplentes no supieron leer desde el banquillo de médicos suplentes, que por algo son suplentes, digo yo.


LISTA VERANIEGA 2014, POR ORDEN DE LECTURA

El malogrado, Thomas Bernhard. Tentative d’épuisemente d’un lieu parisien, Georges Perec. El sobrino de Wittgenstein, Thomas Bernhard. Flametti o el dandismo de los pobres, Hugo Ball. Más que discutible, Oscar Tusquets Blanca. Días de Nevada, Bernardo Atxaga. Principantes, Raymond Carver. La palabra del mudo de Julio Ramón Ribeyro (relectura). 14 , Jean Echenoz. W ou le souvenir d’enfance, Georges Perec. La conjura de los necios, John Kennedy Toole.


14 de Echenoz es el primero de la lista que leí sin ibuprofenos. El 28 de septiembre del año pasado lo había adquirido en la misma librería de San Juan de Luz donde compro literatura francesa. Es la edición de octubre de 2012 en Les éditions de minuit; encuadernado en cartulina blanca, mate, desnuda, sin plastificar; en la portada una fina línea azul enmarca todo: el nombre del autor en negro, el título en la misma tinta azul de la orla, la estrella y la m minúscula distintivo de la editorial también en azul y en cursiva, y, debajo en negro, el nombre completo "Les éditions de minuit". Ninguna imagen adorna la portada, el diseño es fiel a la historia de la editorial. Por esa austeridad elegí 14 después de La palabra del mudo que publicó Seix Barral en 2010 con una foto de Chema Madoz debajo del título. ¿En qué pensarán los diseñadores gráficos de las colecciones de editoriales españolas cuando eligen las imágenes de sus portadas plastificadas? ¿Qué significa el cubo de hielo con un cordel que cruza todas sus caras como a un fardo y se ata arriba con un lacito? Un paquetito de hielo. Un hexaedro helado que se derrite y forma su charquito de agua sobre un fondo continuo blanco. La palabra del mudo tiene mil y pico páginas. Son ciento un cuentos. Ribeyro es un cuentista prolífico y prodigioso: un libro que hay que guardar. Y quizás la foto del hielo represente esto mismo: el paquete de cuentos se derretirá en tus recuerdos, guárdalo y podrás releerlos, guárdalo, se derretirá otra vez... Describiría la buena literatura, no sólo la de Ribeyro, pero a mí no me cuadra: mi relectura de La palabra del mudo no encaja con la ñoñería poética de la imagen de su portada. En Les éditions de minuit, sin fotos de portada, no veo tales contradicciones.

lunes, 28 de julio de 2014

Diccionarios de dudas

Qué bien están redactados los manuales de la lengua, da gusto leer tanta corrección literaria, me dijo J. una mañana.
Cuando mi amigo J. se queda en mi casa, duerme en la sala principal, no tengo más que un dormitorio; J. siempre lee por la noche: fuma en la cama y lee algo, cualquier cosa, antes de dormir. Por eso, de mi desorden general, selecciono algunos libros que dejo para él sobre el escritorio, al lado de la eterna de cama improvisada, un futón sobre el suelo en el que reposan las sufridas espaldas de mis invitados. Es un gusto leer la introducción de diccionarios y manuales de lengua por esa impecable corrección literaria, es cierto. He recordado esta idea que mi amigo compartió conmigo durante el desayuno que siguió a la noche en que, por la improvisación de su visita, no pude seleccionar ningún libro y sobre la mesa no encontró más que la 10ª edición del “Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española” de Manuel Seco. Mantengo cerca esa edición cuando quiero escribir algo: siempre hay dudas que me atenazan; aunque no suele servirme de nada: los diccionarios de dudas nunca resuelven dudas, por lo menos las mías, le informé. Mi amigo rió, no puedo estar más de acuerdo, dijo. Y es bien cierto: los manuales de dudas de cualquier tipo casi nunca solucionan la duda que acucia en el momento.
Las vacaciones veraniegas son momento para lecturas, las librerías hacen su pequeño agosto, y mis amigos de Facebook comparten sus listas de compras culturetas. Me pone nervioso. Odio ese exhibicionismo letrado. ¿Por qué me pone enfermo lo que hago yo aquí mismo? A ver..., es que esto es un blog, y en un blog sí, en un blog se puede hacer recomendaciones literarias, pero, ¿en Facebook?; no me abraséis con lo que vais a leer, petardos. ¿Tengo razón? Pues no, no la tengo; sólo intento defender mi blog de la obsolescencia. Estoy enganchado al Facebook, a su continuada inmediatez, miro a cada rato el iphone; miro y remiro, esto me gusta, esto no; que no, que esto no me gusta; detesto tu puta lista de adquisiciones literarias sin leer; lee u olfatea el libro primero, y cuéntame algo después, si es bueno o no; o mejor no, lee y cállate la boca.
Pero aquí estoy, con mi incongruencia quejica después de pasar por las rebajas y encontrar lo que necesitaba. Ha sido increíble: nunca espero a las rebajas por eso, porque nunca queda algo de mi talla; pero este verano no había tenido tiempo, las rebajas se echaron encima, y he tenido suerte, he encontrado más o menos lo que necesitaba, y, eufórico, de vuelva a casa, he entrado en la primera librería con esta idea: “Estoy aburrido de las listas de compras literarias de mis amigos de Facebook, además tengo un montón de libros en espera, no necesito comprar nada pero entraré por si acaso, a ver novedades; total, ya voy cargado de bolsas con pantalones y camisas, una bolsa con libros no me va a pesar”. He entrado y comprado, pero no en “novedades”, sino una oferta de Alfaguara que rebaja (muy poquito con motivo del cincuenta aniversario de la editorial) algunos “títulos imprescindibles”. El imprescindible que me faltaba es un austriaco ya muerto y ahora aclamado, siempre en listas de escritores preferidos, siempre recomendado pero que yo no había leído aún; he empezado el libro esta misma tarde y no puedo llevar la contraria, me parece tan bueno o más: párrafos largos, bien puntuados, agudeza y mala leche; muy mala leche. No me atrevo a decir título y autor para no reventar de incongruente tras este censurar listas ajenas, pero ya habéis adivinado, sí, es ese escritor, el austriaco de larga parrafada. Esta novela tiene cuatro párrafos: tres muy cortitos al principio y el cuarto que llega hasta el punto final, en la página 146. No es la alegría de la huerta pero me he tronchado con tanta mala baba. Por ejemplo, en de la página 60:

“[...] Él era un escritor de aforismos, hay innumerables aforismos de él, pensé, hay que suponer que los aniquiló, escribo aforismos, decía una y otra vez, pensé, se trata, desde mi punto de vista, de un arte mediocre, fruto de la falta de aliento espiritual, del que ciertas personas, sobre todo en Francia, han vivido y viven, los llamados semifilósofos para mesillas de noche de enfermeras, podría decir también filósofos de calendario para todos y cada uno, cuyas máximas leemos con el tiempo en todas las paredes de las salas de espera de los médicos; y tanto los llamados negativos como los llamados positivos son igualmente repugnantes. Sin embargo, no he podido quitarme esa costumbre de escribir aforismos, en definitiva me temo que son ya millones los que he escrito, decía, pensé, y haría bien en comenzar a aniquilarlos, porque no tengo la intención de que un día se empapelen con ellos las salas de hospital y las paredes de las rectorías, como con Goethe, Lichtenberg y compinches, decía, pensé. Como no he nacido para filósofo, me he convertido, de forma no totalmente inconsciente, tengo que decir, en aforístico, en uno de esos repulsivos participantes en la filosofía, de los que hay a millares, decía, pensé. Con ocurrencias muy pequeñas, aspirar a efectos muy grandes, y engañar a la humanidad, decía, pensé. En el fondo, no soy otra cosa que unos de esos aforísticos que son un peligro público y que, con su ilimitada falta de escrúpulos y su incurable frescura se mezclan con los filósofos como los ciervos volantes con ciervos, decía, pensé. Si no bebemos, nos morimos de sed, si no comemos, nos morimos de hambre, de esas sabidurías parten todos esos aforismos, a no ser que sean de Novalis, pero también Novalis dijo muchos disparates, según él, pensé. En el desierto estamos sedientos de agua, algo así dice la máxima de Pascal, según él, pensé. Mirándolo bien, de los mayores proyectos filosóficos no nos queda más que un lamentable regusto aforístico, decía, da igual de qué filosofía se trate, da igual de qué filósofos, todo desmigajado, si lo abordamos con todas nuestras capacidades, lo que quiere decir con todos nuestros instrumentos espirituales, decía, pensé. Hablo todo el tiempo de ciencias del espíritu y ni siquiera sé qué son esas ciencias del espíritu, no tengo la menor idea, decía, pensé, hablo de filosofía y no tengo la menor idea de filosofía, hablo de la existencia y no tengo la menor idea de ella, decía. Nuestro punto de partida es siempre sólo que no sabemos nada de nada, y ni siquiera tenemos idea de ello, decía, pensé. Ya en cuanto comenzamos algo, nos asfixiamos con los inmensos materiales de que disponemos en todas las esferas, esa es la verdad, decía, pensé. Y aunque lo sabemos, abordamos una y otra vez nuestros, así llamados, problemas del espíritu, nos aventuramos en lo imposible: Engendrar un producto del espíritu. ¡Qué locura!, según él, pensé. Básicamente, todos somos capaces de todo, y básicamente también fracasamos en todo, decía, pensé. A una sola frase lograda se han reducido nuestros grandes filósofos, nuestros mayores poetas, decía, pensé, ésa es la verdad, a menudo sólo recordamos un, así llamado, matiz filosófico, y nada más, decía, pensé. Estudiamos una obra inmensa, por ejemplo la obra de Kant, y con el tiempo se reduce a la cabecita prusiano-oriental de Kant y a un mundo totalmente vago de noche y niebla, que acaba en el mismo desamparo que todos los demás, decía, pensé. Quiso ser un mundo de lo inmenso y ha quedado un detalle ridículo, decía pensé, lo mismo ocurre con todo. [...]”
Traducción de Miguel Sáez.

El largo párrafo continúa desgranando perlas bien puntuadas cuando otro amigo me invita por WhatsApp a una barbacoa. Las vacaciones veraniegas son tiempo de barbacoas. Barbacoas y listas de lecturas por Facebook hacen buena combinación, ¿por qué no?: las listas de lecturas ardiendo en las barbacoas aportan complejidad al aroma especiado del chorizo parrillero. La invitación me obliga a salir, necesito comprar vino adecuado. Antes tengo que sacar pasta. Pegada al cajero automático está la librería, siempre es igual, no puedo resistirme; saco el dinero y entro. En la otra librería, la de la mañana, había ojeado un ensayo de Alianza Editorial sobre análisis de los géneros literarios. Entro a ver, paso delante de las novedades y giro a la izquierda, a la sección de “Teoría literaria”. No veo el ensayo. Un lomito amarillo limón y azul turquesa retiene mi curiosidad entre los manuales de escritura. “Puntación para escritores y no escritores, saber puntuar un relato breve, una novela, un artículo, un ensayo, un e-mail”, Silvia Adela Kohan. Qué bien están redactados los manuales de la lengua: la observación de J. resuena en mi cabeza mientras leo, ahora en casa, el prólogo y los tres primeros capítulos. El tercero, “Dónde va la coma”, no resuelve mi propósito de enmienda aunque da gusto leerlo. Volveré a consultarlo. El austriaco (o su traductor, Miguel Sáez) sabía dónde iba la coma; yo seguiré dudando: “Dónde va la coma” será otro epígrafe flotante en mi mar de dudas.

No debería molestarme que alguien emplee mi lista en su barbacoa

lunes, 14 de julio de 2014

El dramaturgo se sentó en la mesa redonda pero las mesas redondas no son redondas

Arrabal sobre su mesa 
En los auditorios de museos y centros culturales se convocan mesas redondas en las que cuando asisto, como oyente o como participante mesorredondista, me encuentro mesas en hilera horizontal. Mesas en línea frente al público. Mesas alargadas que parecen rectangulares. En los coloquios de la televisión sí veo mesas redondas. Sé que están en platós, en decorados frente a cámaras para la emisión o grabación del programa. Fuera de los rayos catódicos y de las pantallas LCD las mesas redondas no se ven redondas. Debe de tratarse, una vez más, de la percepción desde diferentes dimensiones. En las pantallas planas de los televisores todo se mueve en una dimensión menos que en el sofá desde donde miramos, pero, cuando asistimos a un centro cultural, los conferenciantes y el público nos movemos en el mismo terreno, en la misma dimensión; sin diferencias, como en Planilandia; por eso los conferenciantes mesorredondistas se ven planos, dicen planitudes y por eso desde nuestro asiento plano una mesa redonda se ve como una línea horizontal, como una mesa en hilera frente a un público que no puede apreciar si es redonda o cuadrada.

Estas dos mesas se disponían en hilera para acoger la mesa redonda sobre la cultura que acompañaba la exposición "Paisajes después de la batalla" en el Centro de Arte Contemporáneo Huarte, el 4 de mayo de 2011.

domingo, 22 de junio de 2014

Parece una cigarra... la cigarra de La Fontaine

He encontrado otro tiempo de no saber qué hacer. No me tiemblan las piernas. Sólo necesito olvidar palabras: “tiempo”, “aburrimiento”, “si” condicional sin acento, “yo”, “ya”, “yo ya no”, “otro”, “más” y “sólo”. En el piso de arriba el niño juega a las canicas. Me voy.



domingo, 11 de mayo de 2014

Ni idea, tú

Me dicen que la ganadora de Eurovisión se parece a la canción de James Bond que ganó el Oscar en 2013 y yo sin prestar atención a ninguna de las dos porque no he seguido ni las Eurovisiones ni los Óscares de estos últimos años. Qué despiste. ¿Me habré perdido algo?

Adele - Skyfall


Vaya, pues esta voz me suena bonito.


sábado, 10 de mayo de 2014

Esto no es un selfie







Helmuth Newton entendió que esto no es un selfie, palabra inglesa del año de 2013. No es “una fotografía que uno toma de sí mismo, normalmente con un smartphone o webcam, y que se cuelga en una web de medios de comunicación social”, definición que Helmuth Newton, Maestro de La Fotografía, había encontrado en algún lugar de intermet. Esta fotografía podría ser una variante de selfie, un helfie que, según explicaban en el mismo sitio, es una fotografía del pelo de una persona.
Selfie ha sido la palabra revelación de este año, donde ha habido incluso un selfie papal -autorretrato del Papa Francisco con unos jóvenes- y en el que han surgido derivaciones, como helfie (foto del pelo de una persona), belfie (foto del trasero) o drelfie (un selfie borracho).”
Así que según esta información también podría ser algo belfie..., pero no, esta fotografía es un autorretrato que Helmuth Newton, el Maestro de la Fotografía, proyectó en su clase de primero de bachillerato artístico y recibió abucheos y risas.
– ¿Qué es ese matorral?
– ¡Vaya bosque bajo!
– ¿Qué nos estás poniendo, maestro?
–Calmaos, que es un cuadro.
Y Helmuth Newton, Maestro de la Fotografía, recurrió a la Wikipedia para acercarles la historia del “Origen del mundo” y el cañón proyector lanzó a la pantalla una imagen a color donde no cabía duda: aquello era más pintura que pelo; todo el grupo, compuesto por doce alumnas y tres alumnos, resopló aliviado.
– ¡Ah, bueno!
Helmuth Newton, Maestro de la Fotografía, les contó que el cuadro está expuesto en el museo de Orsay, y que, si viajan a París, lo apreciarán sin el menor escándalo, no como al principio cuando tuvo que exponerse con guardia o guardiesa porque el recorte de imagen (el punto de vista en la figura que no continúa) clasificó el cuadro como pornográfico.
–El encuadre fotográfico, en resumen. ¿Estamos en clase de fotografía, no? Pues voy a enseñaros mis imágenes y empezamos con un autorretrato.
Y las vieron.
–Estas sí son fotos bonitas, no como otras que nos pones –dijo una alumna; porque Newton era asequible y ellos no eran papanatas, no se asustaban con desnudos, era el vello púbico lo que les espantaba. Qué cosas.

sábado, 19 de abril de 2014

Contar Contax


“Me arrastré hasta donde se encontraba mi amigo Larry, el capellán irlandés del regimiento, quien blasfemaba mejor que cualquier aficionado. “¡maldito medio gabacho!”, gruñó. “si no querías estar aquí, ¿por qué carajo volviste?” Reconfortado así por el clero, saqué mi segunda Contax y empecé a disparar sin asomar la cabeza. 
Desde el aire, Easy Red debía parecer una lata de sardinas abierta. Las fotos hechas desde el ángulo de esta sardina no mostraron más que botas mojadas y caras verdes.[...]
El siguiente obús cayó entre el alambre y el mar, y todas las piezas de metralla encontraron un cuerpo en que incrustarse. El cura irlandés y el médico judío fueron los primeros en levantarse en Easy Red. Hice la foto. Cayó otro obús, aún más cerca. Yo no me atrevía a quitar el ojo del visor de mi Contax y disparaba frenéticamente una y otra vez. Treinta segundos después, la cámara se atascó: se había terminado la película. Rebusqué en el macuto en busca de otro rollo. Lo encontré, pero mis manos mojadas y temblorosas lo echaron a perder antes de que pudiera colocarlo en la cámara.
Me detuve por un momento y fue entonces cuando empecé a pasarlo mal.
La cámara vacía me temblaba en las manos. Era un nuevo tipo de miedo el que me sacudía el cuerpo de pies a cabeza y me crispaba la cara. [...]” 
Robert Capa. “Ligeramente desenfocado”. Página 172. La Fábrica Editorial, 2009. Traducción: Miguel Marqués

Yo quería saber como era la segunda Contax de la que habla Robert Capa en su novela autobiográfica “Ligeramente desenfocado”. Podía imaginar que la segunda Contax era igual que la primera aunque Capa habla más de su segunda Contax; y entendía que la primera era la primera en la que se terminaba el rollo y la segunda era la que quedaba cargada y disponible, y así, ambas cámaras se alternaban y eran primera o segunda cuando les tocaba. Pero, el día D, Capa termina el rollo de la segunda Contax e intenta cargar la cámara; no especifica si cambia de Contax, hace una elipsis narrativa; no lo cuenta: o quiere cargar la segunda Contax, la que tiene en la mano, o cualquiera, porque las dos cuelgan vacías de su cuello. A mí me parece que se trata de la segunda. Nos cuenta que el día D, en la playa de Saint-Laurent-sur-Mer, por la humedad y por el miedo, las manos le temblaban de tal forma que no fue capaz de cargar el último rollo en la Contax; releo, y ya no sé bien de qué Contax se trata, no dice si ha sacado la película de la segunda o si carga la primera aunque, si la primera guardase un rollo terminado durante el combate, lo normal sería abrir la Contax en uso, la segunda, sacar el rollo gastado, cargar el nuevo, cerrarla y seguir disparando esa cámara a la espera de un momento de calma para cargar la otra, y, cuando completase el rollo, la otra pasaría a ser también la segunda, y así, turnando el puesto, las dos serían segundas o primeras.
De hecho, poco más adelante, en el mismo párrafo y en los siguientes, Capa retrocede y alcanza un pequeño barco de donde salen enfermeros con cruces pintadas en los cascos y allí encuentra el momento para cargar las cámaras.
 
“El barco comenzó a escorar, así que el capitán decidió comenzar a separarse lentamente de la playa para intentar llegar al buque nodriza antes de que nos hundiéramos. Yo bajé a la sala de máquinas, me sequé las manos y les puse nuevos rollos a las cámaras. Subí de nuevo a la cubierta a tiempo de tomar la última foto de la playa cubierta de humo. Luego fotografié a la tripulación mientras se hacían transfusiones de sangre en cubierta. Una barcaza pasó junto a nosotros y nos evacuó del barco que ya comenzaba a sumergirse. Pasar a los heridos graves del barco a la barcaza con el mar crespo fue una tarea difícil. Ya no tomé mas fotos; estaba demasiado ocupado transportando camillas.[...]”

Página 173

No debería darle más vueltas, esto todavía no es una tesis doctoral fotográfica. Podría suponer otras variables: Capa cargaba las Contax con diferentes tipos de película, opción que ni se insinúa en la novela y que supongo errónea en ese periodo de guerra; o Capa armaba cada cámara con una óptica diferente, opción que contrasto con las imágenes que acompañan la novela. Distingo entre las fotografías rectangulares, las de las Contax, lentes más cortas y más largas. Pero esta variable se podría confundir con la de cargar ambas cámaras, alternarlas cuando el carrete se acaba y cambiarles la lente indistintamente, y, si tuviera que decantarme por esto, supondría que la segunda Contax de Capa era la de óptica más larga. Las suposiciones me dejan en callejones cerrados, y la curiosidad me empuja a salir de los callejones, abrir una puerta, no suponer, mirar, y como Robert capa saltar con paracaídas a riesgo de caer sobre las copas de los árboles en terreno enemigo y quedar colgado de las ramas a merced de los francotiradores; o aterrizar en el barro, quedar enredado entre arneses, cuerdas de paracaídas y lodo hasta ser hecho prisionero, que es que más o menos lo que me ocurrió.

Aterricé en un foro de Fotografía mientras buscaba la segunda Contax de Robert Capa. Caí en todo el fango de un foro donde alguien aseguraba que Capa se inventó la historia del laboratorio que destrozó sus fotos del día D, cuando, en realidad, se cagó en los pantalones: “se sh** en los pantalones”, leo, porque mi navegador Chrome tiene un traductor automático que no me permite leer en inglés directamente, y, si yo no domino inglés, mi navegador Chrome no tiene imaginación y no sabe que sh** es autocensura del forista fotógrafo que dice que Capa se cagó en los pantalones y no hizo ninguna foto aceptable y por eso inventó luego una excusa; el forista es muy exigente, si él hubiera estado allí, habría fotografiado las balas que se acercaban a su entrecejo con el tiempo de exposición y la velocidad de obturación ajustadísimas para representar una profundidad de campo exquisita: la punta de plomo nítida y el resto de la bala en desenfoque progresivo, ¿cómo denominan a eso los foristas fotógrafos?, ¿un bokeh precioso? Incluso, conforme vería acercarse la bala, el forista fotógrafo, todo un prodigio de inteligencia y habilidad humana, habría cambiado el Summicron por el Summilux para, aparte de ajustar esa velocidad alta y enfocar con precisión la punta roma de una bala alemana acercándose al propio entrecejo, aparte de eso, fardar de óptica un montón frente al enemigo. Pero Capa escribe que llevaba Contax, y especifica que días más tarde, en Bélgica, llevaba dos Contax y una Rolleiflex. No importa, porque el forista duda, quizás Capa llevase Leicas, los foristas son así, no se creen nada, y hacen bien, porque “Ligeramente desenfocado” es una novela, y los nombres están cambiados y Capa fantasea bastante para aportar dramatismo, interés y humor a la cosa. Dramatismo escrito porque la guerra nunca se llega a fotografiar del todo, nos cuenta; y el libro se ilustra con fotos de guerra que no se ajustan exactamente al relato. Quizás Contax le pagaba por decir que usaba Contax, hubiera sido lo apropiado y Capa sabía trapichear –Cartier-Bresson atestigua más tarde que, aunque Capa parecía el miembro fundador menos responsable, fue quien al principio mantuvo la agencia Magnum a flote, porque era quien sabía regatear y negociar, un experto trapichero–, pero no sé si en tiempos de la guerra el marketing de equipaciones fotográficas iba por esos derroteros; en la novela, Capa describe sus relaciones con las revistas, agencias de prensa, relaciones públicas, ventas y contratos de sus fotografías. Si hay retratos del propio Capa con dos Contax al cuello, no es suficiente prueba para el forista fotógrafo, que sigue dudando.

Sobre el fin de las fotos del desembarco Capa escribe esto:

“Siete días más tarde, me enteré de que las fotografías que había tomado en Easy Red se consideraban las mejores del desembarco.
Sin embargo, un emocionado asistente de laboratorio había aplicado demasiado calor al secar los negativos; las emulsiones se fundieron y se destintaron ante los ojos de toda la oficina de Londres. De ciento seis fotos que había tomado, sólo se pudieron salvar ocho. Los pies de foto de las fotografías, desenfocadas por el calor, decían que las manos de Capa habían temblado violentamente.”

Robert Capa. “Ligeramente desenfocado”. Páginas 174,175. La Fabrica Editorial, 2009. Traducción: Miguel Marqués




sábado, 12 de abril de 2014

Si nadie lee los blogs de quienes se lo curran día a día, imagínate cómo te agradezco yo que hayas llegado hasta aquí. Andrés Trapiello dice que algunos pagarían para que les leyeran sus blogs. Yo de momento no me atrevo a abonar una suscripción mínima anual de cinco euros a todos los que me lean. Soy tacaño, miembro fundador de la cofradía anfibia del puño cerrado. No me lee mucha gente aunque mi contador de visitas marca ahora 13.015. Es a un par robots made in USA y otro par fabricados en Rusia a quienes debería soltar la mosca. A los robots, gracias; y a ti, muchas gracias.
Trapiello también ha comentado lo de Olmos: que el tío se ha “encriptado”. ¿Encriptado? Sigo leyendo y sí, leo que hay que pagar a Olmos porque ha cambiado su blog a un .com con suscripción mínima de cinco euros al año: eso es encriptarse. Al revés que otros blogueros, Olmos quiere cobrar. Bien, me parece bien, lo digo en serio, nada de ironías. ¡Ole Olmos! Trapiello en su Hemeroflexia de hoy dice que a la mayoría de los blogs nadie los mira . Eso debe de ser bien cierto porque me había olvidado de Trapiello y de Olmos, y eso que los guardo en mi carpeta de blogs favoritos pero, cuando me siento a decidir qué mirar en el navegador y despliego la carpeta “blogs favoritos”, entre la lista de blogs, Hemeroflexia de Trapiello y Lector Mal-Herido Inc. de Olmos se me hacen invisibles. No hay afinidad, no hay ganas, me dan pereza, mucha pereza por lo carpetovetónico. Es lo que Olmos y Trapiello aplauden lo que no me apetece nada; porque ambos escriben bien: Olmos con su chispa es rápido e ingenioso; Trapiello, más espeso, se me hace bolo; pero a veces, muy pocas, me llega su poética; nunca cuando va al rastro ni cuando publicita, hinchado de orgullo paterno, las fotos y dibujos de sus hijos varones. Pero Olmos y Trapiello nos regalan ingenio con generosidad y constancia. A tope, que cobren. Yo apoyo la moción: cinco euros al año y más, se merecen más. A mí se me habían olvidado, hasta que un amigo del Facebook ha “compartido” la Hemeroflexia de hoy y la imagen de unas guardas del siglo XVIII con cuadraditos pintados a mano que ilustra la entrada me ha llegado especialmente. Lo dicho: a veces me toca su poética, además estoy tomando cursos de encuadernación; todo se junta.


domingo, 6 de abril de 2014

Había una intención para relacionar los nombres de Galois y Poinsot. Du Santoy apunta a que Poinsot era el experto en simetrías de pentágonos y dodecaedros que hubiera entendido la revolución matemática de Galois que resolvía definitivamente la imposibilidad de una fórmula general para las ecuaciones quínticas. Ahora los matemáticos lo muestran gráficamente resumiendo las ecuaciones de tercer grado con las simetrías de un triángulo, las ecuaciones cuadráticas con las simetrías de un cuadrado, y las ecuaciones quínticas con las simetrías de un pentágono. Un pentágono puede componer un dodecaedro.... o un dodecaedro de Poinsot, que está en uno de los grupos de Galois, que no dijo que veía grupos de simetrías de formas, pero veía descomposiciones de soluciones a ecuaciones de quinto grado.

¿En qué grupo de ecuaciones colocaríamos las posibilidades de lo no ocurrido?: lo que hubiera pasado si Poinsot hubiera leído el tratado de Galois, le hubiera otorgado el premio antes que a Abel, o, si no, al menos hubiera reconocido el valor de su trabajo y Galois habría ingresado en la Academia como joven genio, y su temperamento se habría atemperado; o no, no se habría atemperado e irremisiblemente se vería envuelto en aquel duelo; pero, aunque se hubiera retado, quizás no se hubiera pasado toda la noche escribiendo sus descubrimientos para la posteridad, habría dormido y, descansado, se habría presentado en mejor forma y tal vez habría esquivado esa bala; ¿qué potencia ponemos a x en una ecuación que resuelva las posibilidades del pasado no ocurrido?: posiblemente cinco o más; y Galois ya demostró que no hay fórmula general para llegar a sus cinco o más soluciones.



domingo, 30 de marzo de 2014

Sólidos de Louis Poinsot y de Kepler oxidados en el horizonte



Esta tarde he leído en un tratado de simetría que Poinsot , “el hombre que había descubierto el nuevo sólido simétrico hecho con pentágonos que se cortan”, formaba parte del tribunal evaluador que otorgó El Gran Premio de la Academia a Niels Enrik Abel. Fue un reconocimiento póstumo.
Évariste Galois, por su parte, intentó hacer llegar un manuscrito al Premio pero se perdió antes de llegar al tribunal. Más bien lo perdieron, lo perdió Cauchy; no era la primera vez que en la Academia se perdía un tratado: “Galois nunca recuperó su manuscrito y éste nunca se encontró entre las pertenencias  de Cauchy. El tratado que Niels Abel  envió a la Academia también se había perdido en manos de Cauchy, pero al final reapareció después de la muerte de Abel”. 
Más tarde la academia perdería un segundo manuscrito de Galois. Esto, entre otras cosas, he leído esta tarde en un tratado de simetría donde no se menciona que los pentágonos, los triángulos y los pentagramas se oxidan. Pero así de roñosos –como de Bilbao de antes y al estilo Palacio Euskalduna de ahora– me los he encontrado yo en el You Tube.

domingo, 2 de febrero de 2014

¡Valiente incrédulo!

Nos gusta creer en ellos para no sentirnos tan solos. No hace falta ninguna proclamar a los cuatro vientos que no existen. Yo ayer no tuve valor. Estuve apunto de escribir: “Yo no tengo ángel de la guarda y estoy solo en el mundo”. No me atreví a dejarlo escrito porque a la tarde debía recorrer 200 kilómetros. ¿Y si se enfada? No podía enfrentarme solo a una actividad de riesgo como la de conducir por una oscura y revirada autovía en invierno.

domingo, 5 de enero de 2014

Baltasar - Gasteiz


"Estamos llegando a Artium", escucho a una mujer detrás de mí. Bajamos desde Montehermoso, he acortado por lo viejo, primero subir y ahora bajar. Vemos la plaza de Artium pero la mujer que habla con el móvil no tiene intención de entrar en el museo, y yo entiendo que tampoco voy a entrar, la calle está cortada al tráfico y muchos niños esperan con sus padres en las aceras delante de la plaza. Queremos cruzar, no se puede, bueno, por aquí se puede pero no nos dejan, "por aquí no está el paso de peatones", nos reprende un papá, tampoco hay coches, ni tráfico, sólo necesitamos que te apartes lo justo porque aún queda espacio, rodeamos al imbécil y pasamos, no voy a entrar en el museo, esta tarde se cierra al público, el museo espera a los reyes magos.