jueves, 19 de abril de 2012

Los pensamientos de un pez compasivo en 1927


"Se diría que el cine debe acabar por emprender el nuevo camino del color y del cine hablado, de los cuales han dado recientemente convincentes demostraciones. ¡Pero no es así! El arte se habitúa fácilmente a la convencionalidad. No se siente ninguna necesidad de pasar del libro impreso al libro hablado. Hoy el cine dispone de un público mundial, todos van al cine, el espectador está satisfecho del cine en blanco y negro y acostumbrado a él. La introducción del color marcará para el cine un paso atrás.
Es interesante observar que la cinematografía americana no se sirve del color, o sea, no nos da una noche azul o verde, y un incendio rojo.
Sin embargo los instrumentos para el cine en color ya se encuentran en las oficinas de las compañías.
Estoy convencido de que no tendrán amplia difusión, así como tampoco tendrá éxito la voz en el cine.
La misión del arte es preferentemente la de acumular los convencionalismos y no la de evitarlos.
La convencionalidad, ya tantas veces explicada, acaba por actuar de manera automática: su importancia aparece evidente una vez que se descuidan todos los elementos intermedios.
El cine seguirá el camino de un constante aumento de convencionalidad.
Los Films americanos contemporáneos se sirven frecuentemente del “fundido” para mostrar que un determinado momento pertenece al pasado.
Esto es muy importante cuando se tiene un montaje complicado, cuando el realizador utiliza en gran escala los saltos cronológicos.
En el film americano la tristeza se expresa por una toma desenfocada. En un principio estos convencionalismos tenían una motivación semántica: el fundido nació como expresión en imágenes del recuerdo que se presenta a la memoria. Al principio un film desenfocado podía quizás representar “un mundo visto a través de las lágrimas”.
Pero ahora el espectador acepta todas estas convenciones al igual que nosotros las formas gramaticales de una lengua conocida.
Actualmente, en el cine, no es la voz lo que hace falta, sino la “imagen”, la alegoría.
No creo que el cine consiga conquistarla, aunque por otra parte he visto en algunos Films imágenes de tipo metafórico; así, por ejemplo, en el film de Mozzuchin, L’enfant du carnaval, conocido también en Rusia, vemos sobre la pantalla una bola que corre por una ruleta, y en el encuadre sucesivo aparece en su lugar un corro con un payaso bailando en el centro. Esta coincidencia es fruto evidentemente de un cálculo del realizador y pese a su elementalidad es interesante, al menos como tentativa.
...Pero es posible que todas mis ideas sobre el cine se parezcan a los pensamientos de un pez que siente compasión por los hombres porque tienen pies en lugar de aletas, tan cómodas e indispensables.

Título original: O zaconach Kino en Russkiy sovremennik, n.º 1, 1927."
Las leyes del cine, páginas 103 y 104. Artículo comprendido en el volumen Cine y lenguaje. Viktor Sklovski. Cinemateca Anagrama n.º 5. Editorial Anagrama 1971.


The Artist. *****
Dirección: Michel Hazanavicius. Interpretación: Jean Dujardin, Bérénice Bejo, John Goodman.
Francia. 17ª semana. 100 minutos. (Apta). Drama.

Hollywood, 1927. George Valentin es un célebre actor de cine mudo al que todo le sonríe, pero la llegada del cine sonoro marca el final de su carrera y le lleva a caer en el olvido, mientras la joven extra Peppy Miller empieza a ser propulsada hacia el firmamento de las estrellas.
 De la sección Cartelera de Diario de Noticias. 













































sábado, 14 de abril de 2012

La mujer que una tarde confesó que detestaba el color verde


18 x 13 cm. Acuarela



–¿De qué color son mis ojos? –preguntó él.
–Son verdes –dijo ella.

(antigua conversación telefónica) 


domingo, 1 de abril de 2012

Añoranza


Se acabaron los días de piscina. Recuerda cuando pensabas ir después de una siesta que te había dejado pegado en el sofá, recostado a lo largo, forzando las cervicales con la cabeza sobre un reposabrazos y los pies sobre el otro. No te decidías, ya eran las cinco de la tarde; qué pereza llegar al vestuario, cambiarte en la cabina, después, buscar un sitio en la hierba: te gustaba disponer de una silla para dejar la toalla debajo de un árbol pese a que los insectos te salpicarían el cuerpo de ronchas de picaduras. Imaginabas el agua tibia, nadar a crol en la piscina, expulsando el aire muy despacio, escuchando explotar las burbujas que nacían bajo el agua de tu boca y tu nariz y saltaban a la superficie, una superficie muy suave, una sábana de seda que te acariciaba los hombros con cada brazada. Lo peor era el vestuario. Nunca pisabas descalzo el suelo del vestidor mientras te quitabas los zapatos, te calzabas las chancletas, te sacabas la ropa y te ponías el bañador. Harías equilibrismo para no apoyar las posaderas en el taburete de apariencia aséptica sí, pero vete tu a saber; y luego guardarías la ropa en una taquilla que ha usado cualquier socio del club, porque es un club privado, higiénico y seguro, pero qué harías con el reloj, ¿lo dejarías en la muñeca o lo esconderías en un bolsillo del pantalón junto a las otras pertenencias? Y el protector solar estaría caducado, tendrías que pasar por una farmacia, comprar otro nuevo, uno sin perfume. La farmacia, el vestuario, qué pereza: las cinco y media y todavía repantigado en el sofá. Leerías un poquito más del libro que cayó abierto sobre tu pecho antes de sucumbir al sueño vespertino. No te decidías, este día ya no irías. Si al día siguiente salía nublado, te arrepentirías por no haber aprovechado una tarde tan soleada aunque es mejor cuando está nublado y hace calor, con la piscina vacía, casi toda para ti, puedes nadar largos y largos sin que el sol te queme, nadar de espaldas, cara a las nubes, sin deslumbrarte, contemplado las ramas cargadas de hojas muy verdes y alguna marrón despistada que se cae de los plátanos en verano. Aunque, para no deslumbrarte, mejor irías al estudio, terminarías una escultura, pintarías algo, harías orden; no te quedarías leyendo noveluchas, no te sentarías delante del ordenador, apagarías el televisor. ¿Qué harías?: saldrías a dar un paseo. Sí, hacía buena tarde. Te desperezabas y te oías hablando solo: “Tú no tienes remedio, ya lo dijo Fernando Francés: este tipo es un vago que nunca llegará a nada.” ¿Cuándo dijo eso?, según te contaron, cuando valoraban los dossieres de un concurso al que ni te habías presentado, ¿si no te presentabas porque lo dijo, porqué te nombró?, otro jurado, un director de un museo habló de ti porque alguien presentó algo que le recordó a una obra tuya y entonce el crítico, o lo que sea, salto como un resorte, lo cierto es que otros jurados te defendieron pero F.F. tenía razón, no llegarás nunca a nada y lo sabes. Hasta entonces no sabías adónde tenías que llegar; ahora que te digan dónde está Nada y te das un paseo hasta allí, de paso bajas el colesterol; no llegarás, eres consciente de tu pésima orientación pero por lo menos harás ejercicio, ¿no se trataba de eso?