jueves, 23 de diciembre de 2010

Comisuras


Este sábado elegimos el asador porque sirven cordero de Aranda, cordero pequeño, cordero castellano. Muy rico el corderito. A mí siempre me resulta indigesto. Asumiré las consecuencias. Acompañamos el cordero con un Ribera del Duero. Un Carmelo Rodero de 2007. No es de los más caros de la carta. Hay que cuidar el bolsillo porque no estamos en Aranda de Duero ni en Castilla, aquí los restaurantes y asadores no se andan con chiquitas. Los rejones son de cuidado.
Con mi amigo, mano a mano disfrutamos del corderito, del vino y nos despedimos de la ventera. Somos viejos clientes. No porque seamos asiduos, el presupuesto no nos lo permite, sino porque fuimos pioneros. Hace unos 12 años, recién inaugurado el local, fuimos a cenar un sábado, se alargó la sobremesa, quedamos sólo nosotros, la ventera nos invitó al último gin-tonic y nos fuimos. Cuando volvimos el viernes siguiente, la dueña nos narró el sucedido. Fue nada más salir nosotros que unos individuos atracaron el local a punta de navaja y recortada. Por eso siempre se acuerda de nosotros. Pero nosotros no les atracamos y la ventera lo sabe perfectamente; se percató de que, con tres gin-tonics, nuestras lenguas no hubieran logrado articular correctamente ni el “manos arriba esto es un atraco” ni ninguna otra fórmula intimidatoria. ‑Salisteis vosotros y entraron los asaltantes, estaban esperando a que salierais”, ‑nos contó.
En la calle era otra tarde helada de diciembre. El asador no está lejos de mi casa, así que invité a mi amigo a un digestivo de mi mueble bar. En eso estábamos cuando en el canal cultural de la televisión programaban un documental sobre la pintora gallega Maruja Mallo. La artista, en uno de sus speechs, defendía las caras maquilladas. Es algo que se sabe desde los egipcios: un rostro sin maquillar resulta plano, inexpresivo, sin perfilar, y Maruja va siempre bien perfilada, con sus párpados azul turquesa y sus labios dibujados en forma de pequeño corazón en el centro de la boca, que se remata en unas finas y largas líneas de comisuras.
Todo iba bien, preciosos cuadros, el Remy Martin añejo, y Paloma Chamorro entrevistaba en los ochenta a Maruja Mayo. Hasta que ocupó la pantalla Fernando Huici. Más que ocupar la invadió, la desbordó con su inmenso perímetro abdominal. Se desparramaba el crítico. La filmación es reciente, lo veo mayor, bastante mayor pero el deterioro físico, el lamentable aspecto no se debe a su edad. Yo soy un sapo común y mi hígado no está precisamente en plena forma, entiéndanme, tampoco puedo ser muy exigente con el aspecto físico del prójimo. Pero Fernano Huici y su perímetro abdominal me sobrecogieron. Hablaba pero yo no le seguía, sería el Carmelo Rodero, el Cognac Fine Champagne, no sé. Huici sonreía. Maruja era entrañable, muy especial, un terremoto de mujer, claro que la conoció ya con 80 años; pero qué vitalidad. Le perdonaba la vida Fernando y conforme desplegaba condescendencia crítica hacia la imprescindible pintora gallega, esa gran mujer de vanguardia, las comisuras de los labios de Huici se cargaban, unas motas a cada lado de la boca crecían, se hacían bolas de espuma y afloraba y circulaba una lava de saliva blanca entre las ideas del crítico Fernando Huici.
Apagué el televisor, espantado. Abrí una botella de Remirez de Ganuza reserva de 2004, el Rioja que atesoraba para compartir con la familia en Noche Buena. Tuvimos que llegar a la tercera copa para superar el mal trago. El mal trago que nos hizo pasar el crítico de la gallega.
Por la noche me esperaban en mi cama las pesadillas, porque a la indigestión que me produjo el cordero se sumaron las visiones espantosas. ¿Pero quien ha grabado el documental, enemigos de Huici, o enemigos de la Humanidad? ¡Cuánto desalmado anda suelto! ¿Qué hubiera costado detener la grabación para ofrecer un pañuelo al crítico? No pegué ojo, pasé una de mis peores noches a duermevela. Corderito de Aranda, Rivera de Duero, un Rioja, y sueños con las comisuras espumantes. Mi vesícula biliar no podía con tanto.
Hacia las 8 de la mañana conseguí levantarme a preparar una manzanilla, todavía era de noche en esta semana prenavideña. A las 8 y media se despertará la familia de arriba y empezaran los trajines de domingo, sus ruidos, sus taconeos y arrastre de sillas con lanzamiento de juguetes. Pero la fortuna se alió conmigo, y todos salieron de excursión a las 11 y no regresaron hasta las 8 de la tarde. Me dormí, la manzanilla hizo su efecto, me desperté a las 2 de la tarde sin molestias estomacales. Ni rastro de Fernando Huici. Comí un yogurt y no me dediqué a otra cosa que a ver la estúpida película de sobremesa, un telefilm de Antena 3, del que no recuerdo nada. Completé la tarde con la lectura de Houellebecq. Me atreví a empezar “La carte et le territoire”, uno de los volúmenes que había adquirido al librero impertinente de San Juan de Luz. Una novela sobre artistas. Empieza con una imagen de Jef Koons y Damian Hirst. El protagonista de la novela es un pintor realista. Está pintando un cuadro titulado Demian Hirst et Jeff Koons se partagen le marché de l'art”. Houellebecq escribe sobre el ranking de artistas, en este caso la clasificación es por ganancia económica. Hirst es el primero del mundo en cotización y ventas, ha relegado a Koons al segundo puesto. El protagonista de la novela ha llegado hasta el número 17 en Francia, lo que no está nada mal si conoces el mercado del país vecino, bastante más lucrativo que el español. Pero en el momento de la narración el pintor protagonista ya no aparece en el ranquing, su éxito comercial se ha difuminado. Una nochebuena rompe el cuadro que está pintando, clava una espátula en el ojo de Hirst, pisotea a Koons, vomita, se siente mejor, se deshace de la pintura y empieza la novela. La página siguiente se titula en números romanos como capítulo primero de la primera parte, es un Flash-Back. Houellebecq me entretiene. No parece totalmente ajeno al Arte. El protagonista acaba de salir de la École des Beaux Arts. Su padre, un arquitecto de prestigio, le paga un estudio en el XIIIe arrondissement parisino. Considera que su hijo debe buscarse la vida como artista. Salir de casa. Todos los artistas que él ha conocido y han vivido con el apoyo sus padres, que no han comerciado su arte puro, que no han buscado la supervivencia y el dinero con el trabajo artístico; todos los artistas puros que no son comerciales han pinchado. El acicate económico es imprescindible. Supervivencia y profesionalismo. El padre es un arquitecto de estaciones de descanso. No es un arquitecto artista, diseña estaciones de esquí, balnearios, complejos hoteleros en la costa. Es un profesional de la construcción y un avispado negociante.
Dejo la lectura a las 10 de la noche. Ya me sentía bastante bien. Los de arriba apagaron sus ruidos, acostaron a los niños agotados por un domingo fuera de casa. En la primera de TVE, empieza una película protagonizada por Catherine Zeta Jones. Reconozco la película como una versión americana de otra original alemana. En la alemana, la cocinera vivía en Hamburgo. Una película fría, coprotagonizada por la actriz y por la arquitectura de la ciudad nevada. La película es triste, emotiva. Una cocinera exigente, soltera y profesional adicta al trabajo debe ocuparse de su sobrina tras el fallecimiento de su hermana en un accidente automovilístico. La versión americana se desarrolla en Manhattan. La ciudad no es tan protagonista, todo el peso recae sobre Catherine Zeta Jones, lo que considero suficiente para no hacer zapping. No soy cinéfilo. La película americana más que emotiva es lacrimógena y se resume en la típica tensión amorosa entre Catherine Zeta Jones y su partenaire. En una escena romántica, el galán prepara un tiramisú para conquistar a la bella cocinera. Catherine lo prueba, se deja un poco de nata en la comisura, el partenaire le limpia ese lado de la boca.
Seres humanos. ¿Individuos de la misma especie? Comisuras. Catherine Zeta Jones, Fernando Huici, he visto vuestras comisuras manchadas de blanco en la pantalla de mi televisor, pero las comisuras blancas de Zeta Jones no alteraron mi patrón de sueño. Me acosté diez minutos antes de medianoche y dormí como un tronco hasta la diez de la mañana del lunes siguiente. Empezaba una semana completamente restablecido, cargado de energía.

martes, 14 de diciembre de 2010

Relámpagos


El pasado lunes estuve en Saint Jean de Luz. Por supuesto que no me compré la carísima Leica de Audrey Tautou; sin embargo, me apetecía adquirir libros en français y Saint Jean de Luz es el pueblo más cercano con varias libreries que conozco. Pero no volveré más a esta última librería porque me tocó un típico vendedor estirado e impertinente. Gajes del oficio y de algunos dependientes de la Francia. Me acordé de mis dificultades al pronunciar un café noisette, cuando me corregían o no me entendían durante mi lejana vida parisina. Me acerqué al mostrador y pregunté al dependiente por “L’infra-ordinaire” de Perec, pero no me entendía, levantaba la nariz y estiraba la papada. “L’infra-ordinaire”, or-di-naire et Infra, le digo, Infra-ordinaire, me siento ridículo, nada, no me entiende. Mira en el ordenador, Usted quiere La Vie, mode d’emploi”. No, ese es el más conocido, un tocho, yo busco “L’infraordinaire”. No, no existe pas, se debe titular diferente en francés y en español. Claro que se titula diferente, en español es “Lo infraordinario” y en francés “L’Infra-ordinaire”, es una palabra, mot, inventada, mire bien. No, no existe, ¡ah! “L’infraordinaire”, no, je n’en ai plus. Mierda de imbécil, reconoce que no lo conocías, no pasa nada, que no te hiera el orgullo librero que pidan otra literatura francesa que tú ignoras, no me fastidies. El tipo pronunció L’infraordinaire dándole un énfasis en el In, y subiendo más su narizota, hasta las nuages, porque yo no había logrado pronunciar el In del français, de (ean)fra-ordinaire, la falta de costumbre.
Un café noisete, s’ilvous plait. ¿Pardon? Un café noissette, sil vous plait… Ah, un café noisette, d’acord. ¡Qué recuerdos entrañables! Lo consiguieron. Ya nunca sabré si es une o un café noisette; ya me han liado para siempre, pero lo del infraordinaire está claro. El tipo ni lo tenía ni lo conocía. Me compré unos cuantos libros que no sé si terminaré jamás. He empezado el que se titula “Des éclairs”, el último de Jean Echenoz, que no está nada mal y escribe en un français bastante fácil para mí. Alguna vez aprenderé la diferencia entre éclair y foudre; en francés parece más clara que en español entre “relámpago” y “rayo”, he mirado en interné las explicaciones de un foro mexicano y se hacen un lío tremendo. Unos opinan que el fenómeno general es el rayo que se divide en un efecto luminoso, el relámpago, y un efecto sonoro, el trueno. Otros dividen el efecto luminoso entre los que llegan al suelo, los rayos, y los que se quedan en las nubes, los relámpagos. Al principio no me enteré bien, como con el noisette en francés, pero ya no tengo dudas, el éclair es el pastelito de crema y lo prefiero con un baño de moca. Las dependientas de las pastelerías francesas son simpáticas y pronuncian un francés dulcísimo. Es la ventaja del français: distingue entre foudre, para un rayo tormentoso, y rayon, para un rayo de luz; se deja la polisemia de éclair para denominar igualmente un relámpago y un pastelillo relleno. Tan sabrosos y ligeros como estos pastelillos me están resultando los relámpagos que describe Echenoz. Destellos ficcionados de la biografía del prodigioso ingeniero de electricidad y fantasmagoría Nikola Tesla.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Ya me he percatado



Ya me he percatado. La culpa la tienen por este orden: la inminente navidad, los empalagosos anuncios de colonias, el de Chanel Nº 5 y Audrey Tautou, alias Amélie, que lo protagoniza y saca fotos en el Bósforo con una Leica negra.

Comprador compulsivo

No puedo ir a comprar. Hoy es domingo. Odio el domingo, sólo venden periódicos y pasteles que engordan. Mañana lunes compraré un último modelo de máquina de fotos. Me haré una foto y saldré con papada. Por los pasteles del domingo.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Inevitable, inapelable, irreparable



Fue inevitable que al recordar mis ideales de adolescente la frase llamase a las puertas de mi cerebro. “Estos son mis principios, si no les gustan tengo otros”. Groucho Marx inapelable. Y personaje muy citado, más que Karl Marx y menos que Oscar Wilde. Entre los autores de frases célebres hay nombres de influencia tan desigual para la inteligencia como Einstein o Rabindranath Tagore. Este ha perdido hoy algo de vigencia pero se leía muchísimo en paredes y almanaques de bolsillo. Lo de Tagore venía acompañado por una agresión estética impresa en póster o calendario de cielo rojizo, horizonte a contraluz y cursivas en blanco que superponían el aforismo en la imagen. Espeluznante visión. Si, bajo el póster, en la misma habitación giraba Juan Salvador Gaviota en su disco de Neil Diamond, produciría un daño sensorial irreparable, peor que el de las "Lecturas para minutos" de Herman Hesse. Auténticas bombas de racimo. La vida se carga de peligros tanto en bibliotecas como en espacios bélicos.