domingo, 5 de agosto de 2012

Acuarelista dominguero II

Me he cronometrado. Por supuesto que llego a pintar 10 cuadraditos a la hora. ¡Y muchos más, cómo no! Me gusta ir al estudio con un propósito cercado aunque esto me resta incertidumbre y, posiblemente, creatividad.
Hoy he leído un artículo sobre los efectos relajantes de la música por una liberación de endorfinas que se produce en el espectador cuando se anticipa a una nota de la partitura. El artículo se refería a la música con melodía; no decía nada de la liberación de endorfinas escuchando música atonal, ni dodecafónica. Entre líneas he entendido que pinto cuadraditos verdes con variaciones cromáticas y tonales en sucesiones más o menos armónicas. Improviso y, cuando el efecto del color es el esperado, mi cerebro libera endorfinas. No sé cual es el efecto esperado, mi deseo pulula en un orbe abstracto sugerido por los cuadraditos contiguos. No es pintura dodecafónica, ni atonal, ni mucho menos contemporánea. Nada novedosa: mi incertidumbre es de baja intensidad; pero una incertidumbre acotada en un papel también es incertidumbre. Siempre envidié la incertidumbre de los pintores. Incertidumbre en el meollo del trabajo, sin rodeos y al grano. O, por lo menos, yo creía que sabían por dónde buscar su incertidumbre: en el cuadro, delante de las narices o debajo si hacían dripings. Nunca entiendo a los pintores cuando hablan de su pintura o la de otros, así que, seguramente, mis amigos pintores rebatirán esta opinión sobre la incertidumbre. Dirán que la suya más extensa, mucho más, y que me pasa como a todos: que veo mayores mis problemas que los ajenos.
Alguien propondrá que también hay pintores certeros, sin incertidumbres. Puede ser. Yo con esos no hablo.

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