domingo, 28 de octubre de 2012

Que el tiempo vuela

Que el tiempo vuela es un tópico y “El tiempo envejece deprisa” un título de Tabucchi.
Ayer estuve con Mitsuo que inauguraba una exposición. La había titulado “Memorias imaginadas”.

–Me gusta el título –le comenté.
–Muy clásico ¿no? –y rió como ríe Mitsuo.
–Me recuerda un título de Tabucchi; lo empecé hace años y lo dejé, este marzo, cuando murió Tabucchi, lo retomé: “Autobiografías inventadas”.
–Sí, tiene algo que ver –respondió Mitsuo.
Creo que no entendía muy bien de qué le hablaba y yo tampoco lo tenía muy claro.
–Espera no, no es “Autobiografías inventadas” sino “Autobiografías ajenas”, pero hay otro título que es “Recuerdos inventados” aunque ya no sé si es de Tabucchi, en cualquier caso es un título bonito como las “Memorias de un amnésico” de Satie, en fin, me estoy liando.

Y cambiamos de tema. Esta mañana he encontrado los “Recuerdos inventados”. Es una antología de cuentos de Vila-Matas. ¿Por qué me sigues Enrique?, le dice Tabucchi a Vila-Matas en un cuento que no sabré decir si está antologizado bajo este título porque no lo leeré otra vez, se lo enviaré el lunes a Mitsuo para que en su casa de Madrid sepa de qué carámbanos le hablaba.
He empezado con el tópico del tiempo. El tiempo no pasa deprisa: el tiempo ya ha pasado. No me explico bien, lo sé, pero no creo que sea cierto que el tiempo pase deprisa: el tiempo envejece deprisa como escribió Tabucchi y algo parecido escribió Jaime Gil de Biedma en su célebre poema. Qué idiota. No se dio cuenta de que envejecía. Porque el tiempo no pasa tan deprisa: no nos enteramos de que pasa, somos lentos o idiotas. Nos enteramos de que pasó cuando pasó; sin embargo, podemos contar unos segundos. “Un, dos, tres, cuatro, cinco”. Ahora hemos compartido cinco segundos: gracias. Hablo en plural porque este curso imparto unas clases de fotografía tres días a la semana. Estoy en crisis económica y debo interrumpir mi acuarela para pagar las pastillas Schmincke, el agua destilada y el alquiler del estudio. Debo interrumpir la acuarela que estoy pintando para impartir una asignatura optativa de bachillerato. Nos encerramos en un laboratorio a contar segundos bajo una luz fluorescente roja. En el laboratorio fotográfico hacemos muchas tiras de prueba: exposiciones del papel cada cinco segundos bajo la luz de la ampliadora. Contamos los segundos para valorar grises; esos segundos no volverán, tampoco importa, las tiras de prueba se exponen en bandas graduadas, el tiempo y la luz dejan su huella en el recorte del papel fotográfico; elegimos la exposición correcta y tiramos a la basura la tira de pruebas. En mi vida fotográfica he tirado la tira de tiras de prueba. Nos deshacemos de los tiempos registrados. Y hacemos bien, supongo. Mis alumnas –la mayoría son chicas– y yo parece que contamos los mismos segundos, pero a mí Gil de Biedma me ha jodido bien y en su poema les llevo dos estrofas de ventaja.

NO VOLVERÉ A SER JOVEN  
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro. 
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

No lo puedo evitar, es mentar a Gil de Biedma y acordarme de Astrud. Presté atención a Gil de Biedma por la 2 de Televisión Española y también por el disco “Todo nos parece una mierda” de Astrud. Yo no tengo libros de Gil de Biedma en casa y no me atrevo a cantar que los poetas españoles son malos; he conocido este poema en un documental de televisión y lo he copiado de otro blog en Internet.


Habrá sido el cambio de hora de esta madrugada, ya estamos a mitad de otoño, hoy hemos retrasado una hora los relojes y esta tarde en que todo se ve más oscuro me ha traído el sombrío poema de Gil de Biedma; me he despistado, no quería ir por ahí, sólo subrayar que el tiempo pasa, deprisa o no es subjetivo, percepciones del cerebro según los científicos. También he encontrado una observación de Heidegger –en Internet, si no he leido a Gil de Biedma menos a Heidegger: tengo muchas asignaturas pendientes–: “el tiempo persiste sólo como una consecuencia de los acontecimientos que ocurren en él”.

En la exposición de Mitsuo encontré a Fofito Grillo. ¡Cuánto tempo!, me dijo. No será tanto, le contesté. ¿Cómo que no?, no nos vemos desde antes del verano. Fofito Grillo tenía buen aspecto y lucía un humor excelente, con un brillo de ojos que no recordaba. Veo que no me has echado de menos, continuó. Pues no, la verdad, respondí secamente. Pues yo a ti sí, mira por donde; y he venido porque Mitsuo me dijo que vendrías, me he presentado sobre todo para verte, porque yo soy tan amigo de Mitsuo como tú y ya estuve con él la semana pasada. No me cuentes ahora lo amigo que tú eres de nadie; ni lo dudo, ni me importa, repliqué. Caray que humos gastas; ¿qué?, ¿no me preguntas dónde he estado todo este tiempo? “Todo este tiempo”, pensé, no me había percatado de que Fofito Grillo desapareció antes del verano, ya estamos en octubre, el tiempo vuela, por eso he empezado estas líneas con esa frase: para evocar una circunstancia desapercibida durante meses, no para deprimirme con Gil de Biedma.




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