Público en la Bienal de Venecia de 2007 |
Dora García no vive en la orilla sino en la pomada. No la sigo mucho, la verdad, más que nada porque no expone cerca de mi orilla. Conozco su Lucy de los 90, la he visto en un museo al lado de una de mis piezas de la misma época. Recrea en poliéster a la famosa australopiteca de Etiopía, de pié con aspecto muy femenino y humano. Dora García también parece humana. Desde su Lucy ha evolucionado mucho, no tanto como yo que me he metamorfoseado en batracio, pero se adaptó bien a los nuevos movimientos del arte. Pasó por Rijksakademie de Ámsterdam, esa fuente que emana artistas relacionales a borbotones, y vive o ha vivido en Bélgica, se ha mantenido a prudente distancia del ponzoñoso ambiente español, no se ha frotado contra pellejos tan venenosos como el mío y no se ha metamorfoseado, sólo ha evolucionado artísticamente. Bien por ella. He curioseado por interné y en revistas, he visto un trabajo que se cuenta bien, se entiende. No lo he visto en directo. Pero eso de que se cuente fácil me mosquea un poco. Lo que no es malo, todo lo contario, desde que soy sapo experimento los mosqueos de forma positiva, ahora son una llamada a la meditación, un elevado estado más allá de la reflexión. Para un sapo un mosqueo es muy apetitoso.
Un proyecto que se cuenta, una película que se cuenta, ya no apetece verlos. Lo mejor del arte plástico no se puede contar, no es tan literario, pero si no lo he visto no puedo terminar de valorarlo, sapo celoso. Además está por ver si el arte en Internet es arte plástico, para los expertos esta dentro de lo que llaman artes visuales. El arte en la red es arte visual y relacional, arte a diestro y siniestro para toda la peña. Lo veré el próximo verano o mejor el próximo otoño, como en las últimas bienales prefiero ir en otoño, en temporada media, más barata y con menos gente aunque Venecia siempre está atestada de turistas. Por esas fechas avanzadas de la exposición las piezas están algo desmejoradas. Porque el arte muy moderno enseguida enmohece, no aguanta ni los cuatro meses de una Bienal de Venecia, problemas de conservación aparte. Cuando llegue espero que la instalación que nos describe la comisaria funcione. Supongo que el presupuesto español en crisis llegará para esto, qué menos. Habrá mantenimiento de las herramientas multimedia, no hay problema. Si hace falta me entretendré un rato interrelacinándome por interné, pero no demasiado, porque me gustaría visitar el resto de pabellones y la entrada sólo sirve para una vez. He notado que Dora García ya ha trabajado en intervenciones en las que no hay que entretenerse mucho, confío en que esta vez también será comprensiva con los visitantes rasos, los que no tenemos pase de prensa o cualquier otro especial y recorremos de una vez las instalaciones. Lo pillamos todo a la primera. Por eso no entendemos ni la mitad. Y no todo sale en los catálogos. Los catálogos se preparan con antelación, muchas piezas ni aparecen ni se explican. Hace algunas bienales los compraba, ahora ya no. Me engaño con la promesa de adquirirlos a la vuelta en alguna librería española especializada y luego me olvido. Pero es que el paquete de catálogos (hace años que el catálogo se divide en varios volúmenes) pesa un quintal y me obliga a regresar al hotel o a cargarlo por Venecia el resto de la jornada. La Bienal se cierra a las seis de la tarde y queda tiempo para descansar en una terraza próxima a los Giardini, tomar un Spritz o un Bardolino y continuar, ir de compras, pasear, cenar… Los catálogos suponen un lastre incomodísimo. El entendimiento contemporáneo requiere sacrificio, pero estos catálogos no guardan demasiado entendimiento y no justifican el esfuerzo. Un artista no los necesitaba tanto como un crítico o un historiador y aún así yo me los llevaba, ahora no, ahora soy un batracio gourmet, un degustador de dípteros que elude el género pesado.
Vaya como te explayas, chaval. Ya me gustaría a mí ir a Venecia también, a contemplar sus canales y canalillos.
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